LA POBLACION DEL VALLE DE TEOTIHUACAN
MANUEL GAMIO

INTRODUCCION

4.—PRINCIPALES ASPECTOS DE CIVILIZACIÓN (y 4)

Tejidos.—Hace pocos años, los sarapes, sábanas y otros tejidos de lana que se fabricaban en la región (lámina 70, b del tomo II), eran afamados, tanto por su buena calidad como por la sobriedad y carácter de su decoración y lo reducido del precio, que fluctuaba entre diez y quince pesos por un sarape de pura lana, que en la Capital costaría de veinticinco a cincuenta pesos. Desgraciadamente, el ganado lanar de los pequeños terratenientes ha desaparecido por diversos motivos, lo que ha paralizado la industria textil. Algunos hacendados han adquirido recientemente grandes rebaños; pero esto no influye con respecto a los tejidos regionales, pues ese ganado generalmente se compra para engorda y venta inmediata.

Ladrillería.—Se fabrican adobes, ladrillos, tabiques, tejasy otros productos análogos, los cuales resultan de buena calidad por la composición de los barros usados (lámina 70, a del tomo II).

El consumo regional de esta producción es bastante reducido, y como nada de ella tiene mercado fuera del valle, la industria es poco importante.

Indumentaria.—Si algo muestra de modo objetivo y convincente el estado de decadencia de la población del valle, es la indumentaria, pues exceptuando reducidísimo número de personas relativamente acomodadas que viven en los principales pueblos, la gran mayoría ostenta la anti-estética y anti-higiénica indumentaria que también se observa en muchas otras regiones del país: camisa y calzones de manta, faja o ceñidor de algodón, sandalias o huaraches de cuero,17 sombrero de petate y, en ocasiones, un sarape de lana o algodón; tal es el traje masculino regional para todas las estaciones ( lámina XIV, a).

Lo consideramos anti-estético, porque nada tiene de típico ni de original, siendo, por lo contrario, producto stándard que procede generalmente de fábricas que elaboran esas prendas por millares o millones.

Los sombreros y huaraches tampoco son regionales, ni presentan el aspecto típico y atractivo que se nota en los de otros lugares. Los sarapes fueron en otra época producto de la región; pero, en la actualidad, son generalmente substituídos por cobertores fabricados en México. El traje de las mujeres consta, por lo general, de rebozo, camisa y enagua de manta y, con menos frecuencia, enagua y camisa de percal, así como zapatos. Los tocados son casi desconocidos en la región, limitándose el elemental arreglo del cabello a su división en dos bandas lisas, terminadas en trenzas ( lámina XIV, b). Las prendas femeninas, como las masculinas, carecen de gusto y originalidad.

El clima del valle es, en ocasiones, extremoso durante el invierno; así, que la indumentaria descrita resulta ineficaz para abrigarse del frío, lo que indudablemente constituye una de las causas principales de las enfermedades, tales como las de las vías respiratorias y otras que se observan en la región.

Durante la época colonial, el vestido de los indígenas presentaba ya una pronunciada decadencia; pero aun se sabe, por datos históricos y pinturas de la época, que los indios acomodados, o los que eran autoridades, usaban más completa y característica indumentaria que los actuales (figura 181 del tomo I).

La época prehispánica fué de florecimiento para la indumentaria regional. Existen millares de estatuillas de barro y piedra en las que puede observarse la riqueza y variedad de las prendas de vestir y principalmente de los tocados, que no solamente consistían en el arreglo más o menos complicado del cabello, sino también en la aplicación de telas y bandas de pieles y cabezas de animal.

Los trajes de los sacerdotes eran muy bellos y fastuosos, como puede comprobarse con las pinturas al fresco que los representan (lámina 34 del tomo I): tocados de ricas y largas plumas de quetzale, telas policromas, aplicaciones de oro, etc.

Se dirá que numerosas estatuillas representan cuerpos desnudos, lo que significa, probablemente, que la gleba de entonces estaría a poca altura en cuanto a indumentaria, en comparación con las clases teocráticas. Sin embargo, en la actualidad no hay caso siquiera de establecer esta diferenciación, pues casi toda la población está constituída por la gleba, que usa la pobre indumentaria a que ya nos referimos.

Agricultura.—Erróneamente se cree que el orden de cosas establecido por la dominación colonial en México trajo consigo, entre otras cosas, la implantación de una nueva agricultura. Los productos agrícolas que hoy cultiva y consume la mayoría de la población del valle son los mismos, con algunas excepciones, que se cultivaron y consumieron antes de la Conquista.

En los remotos tiempos en que el valle estaba ocupado por agrupaciones de filiación otomí (arqueológicamente denominadas arcaicas o sub-pedregalenses), éstas se dedicaban ya a la agricultura y principalmente al cultivo del maíz, puesto que ha quedado demostrado que así hacían en la gran llanura que hoy cubren las lavas del pedregal de San Angel, por diversos vestigios allí encontrados: fragmentos de olote carbonizados, metates, etc., etc.

Durante los períodos subsecuentes de tipos teotihuacano y azteca, la agricultura floreció en el valle, cosechándose maíz, frijol, jitomate, tomate y otros productos vegetales alimenticios, muchos de los cuales aparecen reproducidos en relieve o pintados en los edificios y objetos arqueológicos. El pulque, cuyo proceso de elaboración es tolteca o teotihuacano, según la leyenda, debió producirse abundantemente, dadas las inmejorables condiciones de las tierras del valle para el cultivo del maguey.

Exceptuando contadas herramientas importadas por los españoles que se usan actualmente en las labores agrícolas, las demás ya eran usadas por los habitantes prehispánicos.

Los conquistadores importaron herramientas metálicas, mejoraron los sistemas de labor y cultivaron nuevos productos agrícolas, como trigo, cebada, árboles frutales, etc. Desgraciadamente, no enseñaron al indígena a comer pan y ni siquiera le hicieron económicamente posible aprender a hacer tal. El pan fué entonces, como es hoy en el valle, manjar vedado a la gleba. No deploramos esto desde el punto de vista fisiológico, pues el maíz es cereal quizá más alimenticio que el trigo; pero desde el punto de vista social, sí, porque todavía el no consumir pan connota en el valle inferioridad social.

Actualmente, la agricultura presenta dos aspectos en la región: 1º—La que está basada en métodos relativamente modernos y eficaces, aplicados en las haciendas, cuyas tierras representan las nueve décimas partes de la extensión agrícolamente aprovechable del valle. Casi todas estas haciendas poseen aguas para regar sus tierras oportunamente y elementos para cultivarlas con maquinaria y herramienta modernas, por lo que obtienen abundantes cosechas de trigo, maíz, frijol, etc. 2º—La restante décima parte de las tierras pertenece a pequeños propietarios, y como en su mayor parte están sujetas a la irregularidad de las lluvias y las herramientas empleadas en su laboreo son muy primitivas (láminas XV, a y 28, b del tomo II), las cosechas son pobres en estaciones normales, y nulas cuando la temporada de lluvias se atrasa o la precipitación de aquéllas es reducida. En uno de los poblados del valle, la villa de San Juan Teotihuacán, se hace con relativa intensidad el cultivo de las hortalizas (lámina 32, a del tomo II).

En resumen, la agricultura, en lo relativo a los pequeños propietarios agrarios, es del todo deficiente, por lo que se hicieron estudios, que en otra parte de esta obra aparecen, con el objeto de mejorar los cultivos y aumentar la producción agrícola.

Comercio.—Según hemos dejado expuesto en diversas partes de esta síntesis, la principal fuente de riqueza regional está actualmente constituída por la producción agrícola; de modo que las transacciones relativas a ésta representan, casi exclusivamente, el comercio importante del valle. La mayor parte de esa producción, es decir, la obtenida por las haciendas en las nueve décimas partes del mismo, se envía a la Capital para su venta, por lo que esa transacción no trae consigo para los habitantes más ventaja que la de los salarios pagados a los trabajadores empleados en siembras y cosechas. En cambio, los productos agrícolas de la décima parte restante sí son objeto de sucesivas transacciones comerciales, por lo que no sólo se benefician los pequeños productores, sino también los comerciantes. El comercio, en otros aspectos, es de importancia secundaria, según se verá en el capítulo especial de esta obra.

El agradable clima del valle, la profusión de sus reliquias arqueológicas y artísticas y las bellezas naturales que presenta, atraen a cierto número de visitantes, que, al acrecentarse en lo futuro, contribuirán a intensificar transacciones comerciales de distinto género.

La importancia comercial de la región era incomparablemente mayor durante la época colonial. En efecto, los dueños de las grandes haciendas no eran, como hoy, siete u ocho personas residentes en México, sino órdenes religiosas representadas en el valle por numerosos frailes; estas órdenes consumían buena parte de los productos de su tierras y comerciaban entre sí con los restantes, siendo probablemente muy contados los que se enviaban a la Capital. Además, entonces, las transacciones hechas con esos productos serían mayores en cantidad y en número, ya que la proporción de tierras comunalmente poseídas por los habitantes era de mayor extensión y, por consecuencia, más abundantes los productos. La actual villa de San Juan Teotihuacán, situada en la parte central del valle, fué obligado lugar de escala para diligencias y carros fleteros procedentes de Veracruz y poblaciones que están entre este puerto y la Capital, por lo que se comprenderá que, dado el gran movimiento de población flotante que había en la región, las transacciones comerciales deben haber sido importantes.

Puede admitirse, sin género de duda, que en la remota época de florecimiento de la ciudad arqueológica de Teotihuacán, las transacciones comerciales fueron de gran importancia, por ser en ese entonces aquella ciudad la primera metrópoli en la América Septentrional. Como prueba evidente de la extensión del comercio teotihuacano, pueden citarse numerosos objetos encontrados en las excavaciones, que proceden de lejanas regiones: conchas y caracoles del golfo de California; relieves mayas de Yucatán o Centro América; diversos objetos zapotecos, totonacos, etc., de Oaxaca, Veracruz, etc. (lámina 132 del tomo I).

El valle de Teotihuacán como región de turismo.—Podemos asegurar, sin temor de incurrir en exagerados asertos, que, entre las hermosas regiones que forman el valle de México, el sub-valle de Teotihuacán es la más interesante por la profusión, originalidad y variedad de sus condiciones físicas y aspectos pintorescos; ya se trate de reliquias históricas y bellezas naturales ( lámina XV, b); ya de las benignas y saludables condiciones climatéricas reinantes; ya de su cercanía a la Capital y de la facilidad, rapidez, economía y comodidad de los medios de comunicación que ligan al valle con la capital de la República y otras ciudades importantes.

En primer término, se ofrece a la admiración del turista la gran ciudad arqueológica en la parte central del valle. Profunda emoción se experimenta cuando, después de haber leído en esta obra, o en la Guía para visitar la ciudad arqueológica de Teotihuacán,18 la portentosa historia de los teotihuacanos, se examinan pausadamente, en mañana de cielo diáfano y luminoso, las gigantescas pirámides destacándose en el lejano azul; plazas espaciosas limitadas por escalinatas esbeltas y múltiples templos en los que vibra y apasiona armonioso y sutil conjunto de líneas rectas; policromados monstruos mitológicos que erizan plumajes ondulantes einspiran pavores exquisitos con la mirada fija y profunda de sus ojos de obsidiana; frescos murales de vívidos colores y estilización sorprendente; amplio y elegante Museo en el que existen los objetos todos que hacían amable la vida de ese pueblo artista y poderoso, pudiéndose ver allí desde el diminuto y maravilloso dije de jade o concha perla, de aristócratas vírgenes teotihuacanas, hasta el gran caracol policromado que era la trompa triunfal de invicto guerrero, o la cazueleja de mica, carbón yhuesos de pajarillos que en actitud ritual ofrecía en la pirámide del Sol el viejo sacerdote de cuya morena faz hierática escurrían gotas calientes de roja sangre penitencial...

El amante de la tradición colonial, suntuosa y sombría a la vez, hallará deleite en Acolman, la joya plateresca en que arquitectos de poca nombradía, pero de muy alto ingenio, levantaron fábrica de alcurnia tal, que en Toledo sería afamada: cantera rosada y palpitante de vida y belleza, como carne de mujer selecta que a la postre abandona la pintura y afeites, a la manera de Acolman que se despojó del policromo aderezo. Teoría armoniosa de hipogrifos fantásticos; padres de la Iglesia de severa actitud; poética e ingenua Anunciación; tributos alimenticios de indígenas regionales, esculpidos como símbolo de la substanciosa y rica mesa conventual; lápidas que suspenden leones serenos y que dicen qué Rey y qué Virrey dieron su venia para edificar iglesia y convento. Arriba, por encima de todo, los leones y las torres de Castilla y el sangrante brazo heráldico de Acolman. Así es la fachada que diestros cinceles esculpieron con amor.

Dentro de la iglesia están los frescos murales(lámina 172 del tomo I), que, sin recaer en juicio novato, pudieran tomarse, toute proportion gardée, como ingenua réplica de Miguel Angel. Después, el convento, donde otros frescos más bellos nos dicen que fué profunda la influencia italiana en esta obra. Contemplando Acolman se vive en la Nueva España del siglo XVI, lo que es bien sugestivo hacer en el siglo XX.

Tan interesantes como Acolman, desde otros puntos de vista, hay diez templos más en el valle: Purificación, San Francisco, Xometla, San Sebastián, etc. (lámina 159 b, del tomo I). Amantes de la tradición colonial, admirad esos templos—no sólo en su bella arquitectura, sino en sus pinturas, esculturas, tejidos, ropajes de oro y plata, pues de todo hay en ellos—si tenéis la santa devoción del Arte para buscarlo yrendirle pleito homenaje! (láminas 128 b y 185 b, c y d, del tomo I).

El vulcanólogo y el alpinista pueden ascender a las montañas que cierran el valle, principalmente a la de Cerro Gordo, extinto volcán que arrojó buena parte de las piedras con que se fundó la arcaica Teotihuacán (lámina 2 c, del tomo I). Seiscientos veinte metros de altura sobre el nivel de la pirámide del Sol, vegetación alpestre, cráteres inactivos, montículos arqueológicos inexplorados, restos de un antiguo palacio de Alva Ixtlilxóchitl, historiador colonial de nombradía, descendiente del rey tezcocano Netzahualcoyotl; todo eso puede observar el turista en la Cúspide del Cerro Gordo.

En el centro del valle, cerca de la zona arqueológica, está la villa de San Juan Teotihuacán, en la que profusamente brotan cristalinos manantiales, teniendo uno de ellos su origen debajo de la iglesia parroquial ( lámina XVI a). Ahuehuetes milenarios abundan cerca de esos manantiales, dando sombra a pintorescas hortalizas. Maximiliano, el austriaco archiduque que, sugestionado por los afanes imperialistas de Napoleón III, vino a morir a México, tenía especial predilección por el valle y principalmente por la villa de San Juan Teotihuacán, lugares que veinte años antes habían despertado la curiosidad de la Marquesa Calderón de la Barca. El hermoso puente inmediato a esta villa fué construído por iniciativa de Maximiliano ( lámina XVI, b), y existe un ahuehuete gemelo en el que, según la tradición local, acostumbraba sentarse Carlota.

Un tanto alejado del valle, más allá de Otumba, está el cerro de los Ixtetes, en el que existen numerosas vetas de obsidiana, de las que los indígenas teotihuacanos tomaron material para la fabricación de cuchillos, flechas y mazas; el investigador en Geología y en la industria arqueológica de la piedra tallada encontrará allí interesante objeto de estudio.

Más argumentos pudiéramos agregar con respecto a la importancia que para el turista encierra el valle de Teotihuacán; pero no podemos alargar este artículo. En las conclusiones expondremos las innovaciones que la Dirección de Antropología ha hecho, proyecta y sugiere para facilitar el desarrollo del turismo en la región de Teotihuacán.

Situación económica.—En otra parte de esta obra se consideran detalladamente los complejos y diferentes aspectos que entraña la situación económica del valle; así, que en estas líneas nos limitaremos a comentar sucintamente las condiciones del salario regional y de la distribución de los productos agrícolas, por ser los factores fundamentales en el problema económico local.

El conjunto de productos que espontáneamente brinda el suelo del valle, así como los obtenidos merced a la intervención e industria del hombre, bastarían ampliamente para la subsistencia de los 8,330 habitantes de que está formada la población, si se hiciera de ellos una distribución equitativa y proporcional. Desgraciadamente no sucede eso, pues tales productos se reparten entre dos grupos: uno de ellos, formado por siete individuos propietarios de las grandes haciendas que comprenden nueve décimas partes del valle, recibe, en consecuencia, nueve décimas partes de esos productos y, en realidad, más, dada la superioridad de los sistemas de cultivo que emplean la restante décima parte de esos productos pertenece a 417 pequeños propietarios, que son dueños de la décima parte del valle. El gran resto de habitantes vive de pequeñas industrias raquíticas, de transacciones comerciales insignificantes y de otros recursos señalados ya en el párrafo de ocupaciones, del censo; pero la gran mayoría subsiste con el salario que le pagan aquellos siete terratenientes por laborar sus tierras. Este salario es insuficiente e inconstante; lo primero, porque, fluctuando entre sesenta centavos y un peso, es muy difícil para el jornalero atender con él a sus necesidades y, casi imposible, a las de su familia. Visite quien desee convencerse de lo expuesto, los diversos pueblos yparajes del valle y encontrará por todas partes hombres, mujeres y niños mal alimentados, mal vestidos, mal alojados; esto en su aspecto físico. Desde el punto de vista moral, se les hallará ignorantes, pasivos, melancólicos y desalentados. Sin embargo, si el salario fuese constante, ese humilde modo de existir estaría siquiera asegurado; pero no sucede tal, pues en el valle las temporadas de trabajo son periódicas, coincidiendo con las épocas de siembra y de cosecha. ¿Qué hacen los jornaleros en los restantes meses del año, en que se les cierra la principal fuente de trabajo regional? Trabajan por menos salario en labores secundarias o emigran temporalmente de la región.

La cuestión, pues, no tiene más solución que equilibrar las inestables condiciones actuales de propiedad de tierras en el valle y de distribución de sus productos.

Durante la época colonial, la situación económica de los habitantes del valle fué también muy difícil y desfavorable; pero siquiera entonces la proporción de tierras de que eran propietarios aquéllos era mayor y, consecuentemente, más favorable la distribución de sus productos.

Un equilibrio favorable en cuanto a la situación económica de los habitantes del valle, existió en la época prehispánica, en la que, según ya dejamos apuntado, eran más satisfactorias las condiciones de propiedad del suelo y distribución de sus productos.

El problema socialista en la región.—Hemos creído que esta síntesis quedaría incompleta si en ella no expusiéramos el estado actual que las cuestiones sociales presentan en la región.

Desde luego extraña profundamente el contraste que hay entre lo que se observa en el valle de Teotihuacán yen la capital de la República, no obstante que aquél está tan próximo a ésta, pues sólo dista cuarenta y cinco kilómetros. En efecto, en la Capital el socialismo ha hecho tan grandes ypositivas conquistas como en cualquier otro país del mundo, exceptuando Rusia, y hasta un pseudo-bolshevismo, teórico, embrionario y exótico, manifiesta, de cuando en cuando, su presencia. En cambio, entre los habitantes del valle se desconoce aun el socialismo, o no se le comprende, y menos aún se practica, no obstante que el malestar económico de aquéllos es y ha sido siempre exagerado. De socialismo rojo o bolshevismo, nada, absolutamente nada, se habla siquiera.

Vamos a analizar y a procurar explicar esa diferencia de condiciones que a primera vista parece anormal.

El socialismo en la capital de la República.—Lacapital de la República, centro al que convergen las actividades nacionales de todo género y crisol donde se mezclan y confunden los anticuados pensamientos de carácter vernáculo y las más avanzadas ideas cosmopolitas, vive más de prisa y con un adelanto de años o siglos con respecto al modo de existir lento y hasta estacionario que se observa en otras regiones que constituyen el país. Esta diferencia no es comparable a la superficial y morfológica que existe entre las capitales y las provincias de otros países, sino honda y fundamentalmente esencial. La mente colectiva metropolitana agrupa en complejo y bizarro mosaico el pensamiento inconsistente y brumoso de representantes de familias indígenas que aun vegetan con vida casi neolítica, como los seris ypápagos del N., los mayas de Quintana Roo y otras agrupaciones que suman decenas de millares de almas; las ideas prehispánicas, ligeramente influenciadas por la Conquista, que abrigan los representativos millones de indígenas y mestizos, cuya existencia estancada, silenciosa y retraída encierra el más profuso, variado e interesante acervo folk-lórico que brinda el Continente; el modo de pensar medioeval de clases conservadoras, tanto provincianas como capitalinas, que alientan con la vista vuelta hacia el pasado; el espíritu moderno y sensato de las muy reducidas minorías que marchan sincrónicamente con la civilización contemporánea, y el criterio ultra-moderno, pero desorientado, de quienes, olvidando la heterogeneidad y diversidad de los elementos sociales que hemos señalado, pretenden que México desdeñe las leyes indeclinables de la evolución y haga el milagro de moldear instantáneamente diez y seis millones de hombres de mentalidad moderna, cuando la de trece millones de ellos es neolítica, prehispánica o medioeval, es decir, que ocupa actualmente las etapas que en otros países se recorrieron gradualmente desde hace millares o cientos de años.

Ahora bien; aquellos elementos de espíritu sensato y moderno, identificados con los progresos socialistas universales, han luchado vigorosamente por mejorar las condiciones de vida del proletariado mexicano y, principalmente, del obrero. En efecto, los obreros han llegado a hacer realmente eficientes sus medios de asociación y de acción colectivas, merced a lo cual han mejorado de manera positiva su salario y, por tanto, su alimentación, su vestido, su habitación, sus esparcimientos y sus cajas de previsión. Recuérdese al obrero harapiento y demacrado de hace algunos años y no podrá negarse el adelanto del de estos tiempos. Este plausible triunfo se debe, principalmente, a que como en lo general los obreros viven en centros urbanos, de continuo se estén aproximando e incorporando a los elementos sociales de raza blanca y mestiza y a la civilización de tipo moderno. Justa, muy justa nos parece, desde cualquier punto de vista, la mejoría económica y social que, merced a nobles esfuerzos, han logrado alcanzar los obreros, y sólo deploramos que, por los motivos que más adelante se expondrán, las clases indo-mestizas de los campos no gocen todavía de un bienestar análogo.

En cambio, consideramos que, hoy por hoy, es utópico, inútil yhondamente perjudicial para el país que el insignificante número de personas de criterio ultra-moderno y desorientado a que antes nos referimos, se empeñe, con ingenuidad inexplicable o con punible mala fe, en procurar la implantación del soviet en México, yaque esto, en vez de traer consigo el mejoramiento económico e intelectual de las masas indígenas, exacerbaría su miseria y haría más dura su esclavitud. En efecto, nuestros líderes pseudo-bolchevistas pertenecen a clases sociales urbanas, comulgan o aparentan comulgar con ideales ultra-modernos y exóticos y desconocen absolutamente las características, las necesidades y las aspiraciones de las grandes mayorías indígenas rurales, como lo demuestran dos hechos incontrovertibles. 1º—La propaganda roja nunca considera en sus prédicas el factor indígena, como si ignorara que existe o desdeñase su existencia. 2º—Las masas indígenas rurales no han sacado provecho alguno, ya no del bolchevismo, pero ni aún del socialismo sensato, en tanto que los obreros urbanos sí mejoraron sus condiciones de vida.

Convenimos, desde luego, en que algunas instituciones actuales son perjudiciales a la colectividad, y convenimos también en que la generalización y universalidad de los movimientos de renovación social alcanzan tales proporciones, que la sovietización de los gobiernos, que hoy es imposible en varios países, entre ellos México, se efectuará de acuerdo con las condiciones peculiares de cada nación, en un futuro de que no sabemos cuántos años nos separan. Por lo demás, hay algo que es concluyente a este respecto: el sovietismo no podrá jamás ir de México a otros países capitalistas, principalmente a los Estados Unidos. Este país ha emprendido la más vigorosa campaña que se conoce para destruir los gérmenes del sovietismo que comenzaban a desarrollarse en el seno de su proletariado. ¿Hay entre nosotros, bolsheviques exóticos que aprueban y predican la destrucción de los capitales extranjeros invertidos en México, lo que atraería instantáneamente, no sólo la intervención extranjera, sino la desmembración de la República y la definitiva pérdida de la nacionalidad? Si tales entes existen, deben ser eliminados o recluídos por su locura o por su traición a la patria. Cuando en un futuro desconocido se establezca el soviet en Washington, en París o en Londres, automáticamente sucederá lo mismo en México; mientras tanto, hay que seguir caminando sensata y cuidadosamente por el difícil sendero social e internacional que nos corresponde.

Manifestaciones esporádicas de socialismo en la región.—Quedó asentado ya que en el valle no hay, ni ha habido nunca, tendencias socialistas. En la época prehispánica, el gobierno estuvo en manos de caudillos, sacerdotes, guerreros y nobleza, que constituían las teocracias aborígenes, siendo la gleba instrumento fiel y pasiva piedra angular de aquellas minorías despóticas. Sin embargo, tales organizaciones sociales eran relativamente explicables si se tiene en consideración la época en que funcionaban y el aislamiento universal en que durante numerosas centurias se desarrollaron. La situación económica de la población era incomparablemente superior a las que siguieron en la época colonial y en la contemporánea. Antes de la Conquista, el bienestar económico de los habitantes era proporcionado y equitativo, lo que puede demostrarse de diversas maneras, entre otras, por el hecho extraordinario de que entonces la mendicidad era desconocida. La agricultura, que fué la principal, si no la única, fuente de riqueza en la región, brindaba directamente los frutos de las tierras del valle a todos sus habitantes. El monarca, en este caso el rey de Texcoco, era virtualmente el dueño de dichas tierras; pero en realidad su posesión correspondía a los nobles o caciques, a los vecinos de los pueblos y a los sacerdotes de templos y teocallis. La producción agrícola se obtenía, principalmente en las tierras de los pueblos, merced a la organización comunista del trabajo. Los vecinos intervenían conjunta y equitativamente en el laboreo de las sementeras, en la cosecha de los frutos, en su canje o venta y en su consumo. Era esto, en cierto modo, una aplicación práctica y feliz de las teorías de Marx, elaborada en larga evolución de incontables siglos.

Los dominadores hispanos continuaron aparentemente ese sistema de propiedad de la riqueza regional, que, repetimos estaba constituída por las tierras, pues éstas quedaron divididas entre la Corona, encomenderos, caciques descendientes de los indígenas, habitantes de los pueblos y frailes de órdenes religiosas que suplantaron a los sacerdotes de los teocallis derruídos; pero, en verdad, quienes pronto acapararon las tierras fueron las órdenes religiosas, que, en vez de secundar el apostolado cristiano, eminentemente socialista, de que se conceptuaban heraldos, acumularon riquezas y despojaron a los desvalidos habitantes aborígenes. En secundaria proporción, poseían tierras encomenderos y caciques, y, en último término, los habitantes de los pueblos, pues continuamente les eran mermadas, no obstante leyes magnánimas y disposiciones justicieras de nobilísimos virreyes y monarcas hispanos.

Las condiciones del trabajo cambiaron totalmente en la época colonial; los habitantes de los pueblos, durante el tiempo en que no los ocupaba la servidumbre prestada al dominador, continuaron su viejo sistema comunista de propiedad y explotación de las pocas tierras que conservaban. En lo relativo al trabajo requerido para hacer productivas las propiedades de encomenderos y frailes, se organizó o clasificó la población del valle en dos grupos: uno, el explotado, numerosísimo y constituído por los habitantes indígenas y mestizos que formaban la inmensa mayoría de la población total; el otro, de reducido número de explotadores, de origen español, tanto frailes como encomenderos. Por no aparecer apasionados a este respecto y a fin de no prolongar estas líneas, nos abstenemos de describir la inicua explotación del trabajo durante la época colonial, bastándonos decir que numerosos cronistas españoles condenaron en todos los tonos, y en todos los siglos que duró aquélla, tan inhumano crimen. ¿Por qué no se rebelaron contra sus verdugos esos indígenas vejados? se preguntará. Porque no podían! La cercanía del valle a la capital del virreinato, en donde residían las supremas autoridades civiles, imponía pavor a los habitantes, que vivían temerosos de ser aniquilados como había sucedido a los de otras regiones más alejadas de la Capital. Por otra parte, la religión mixta o católico-pagana que órdenes religiosas y clero secular habían elaborado hábilmente, sumergió a los habitantes en un fanatismo religioso todavía más embrutecedor y degenerado que su antecesor prehispánico. Para dominar al cuerpo, el arcabuz, la tizona, la hoguera y la horca; para sojuzgar el alma, el purgatorio tenebroso y el infierno llameante. ¿Cómo podían haber surgido y prosperado ideas socialistas ante ese dilema desolador? Lo lógico, lo humano y, sobre todo, lo únicamente posible, era ir vegetando pasivamente, puestos los ojos en los querubines alados y en las vírgenes tañedoras de cítara, de los cielos pintados en las iglesias regionales.

Tan cierto es lo que dejamos asentado, que no sólo no germinaban en el valle tendencias socialistas, sino que hasta de las revoluciones de todo género que ha habido en el país, desde que terminó la dominación española hasta la fecha, se han retraído los habitantes de la región. Ni la Independencia, ni la Reforma, ni la revolución de 1910-1920 han despertado eco en el valle, siendo verdaderamente insignificante el número de vecinos que, como soldados, se incorporaron en esos movimientos.

En la actualidad, las condiciones del trabajo son mejores que en épocas pasadas; pero, en cambio, la situación económica, en general, es igual y, en ciertos aspectos, peor que antes. En efecto, las Leyes de Reforma, que abolieron las propiedades comunales a mediados del siglo pasado, lograron extirpar de la región a las órdenes religiosas, cuyos múltiples tentáculos absorbían casi todos los recursos regionales. En cambio, al abolirse también las propiedades comunales de los pueblos y repartirse las tierras entre los individuos que los formaban, éstos incurrieron en la debilidad o en la torpeza de enajenarlos, en condiciones desfavorables, a los grandes terratenientes, lo que dió origen a la formación de los latifundios y a la miseria de los pobladores del valle.

Se ha hecho propaganda socialista entre los habitantes desde hace mucho tiempo, pero sin fruto alguno. Desde luego, regular número de vecinos de uno y otro sexos vienen a la Capital a trabajar en diversas industrias y a prestar servicios domésticos; imbuídos en las ideas socialistas que adquieren de los obreros con quienes trabajan, las llevan consigo al regresar al terruño, y cuando viene la ocasión, las sacan a luz; pero, repetimos, su propaganda no es comprendida, noes asimilada y termina por desvanecerse y desaparecer.

En los trabajos de la zona arqueológica, en que se han empleado últimamente trescientos hombres, se han dado casos de aparente aspecto socialista, los cuales se resolvieron sencilla y favorablemente, merced al criterio equilibrado y sensato que siempre ha privado en la Dirección de Antropología y que consiste en mejorar en todos sentidos las condiciones de vida de la población del valle, corrigiendo a la vez los abusos y desmanes que se presentan y son perjudiciales a la misma población. Un conserje, injustamente disgustado por la nueva y más eficiente organización que se había dado a los trabajos, contribuyó directa, pero solapadamente, a que una cuadrilla de trabajadores destruyera unas obras de reparación, por lo que se le reprendió severamente; esto lo hizo intrigar hasta conseguir que los trabajadores iniciaran un pequeño motín por el pretexto baladí de que el tomador de tiempo tardaba algo en recoger las herramientas al terminar las labores. Conociendo los antecedentes del suceso, el encargado de los trabajos supo disciplinar enérgica y convincentemente a los trescientos hombres, pues no acudió a medios violentos; después de hacerles presente la intriga que ocultamente los había movido, les demostró que no tenían motivo alguno de queja, en lo que, a la postre, estuvieron de acuerdo. El conserje fué despedido, no obstante su antigüedad y reconocida aptitud. Habiéndose convencido de la injusticia de su proceder, varios meses después el mismo individuo solicitó trabajo, el que le fué concedido por considerarse útil su colaboración en el desempeño de las obras de descubrimiento.

Después de varias investigaciones sobre las condiciones de vida de los jornaleros del valle, la Dirección de Antropología dedujo que era materialmente imposible que subsistieran con los salarios, de sesenta centavos a un peso, que recibían en las haciendas por una agotante labor de doce horas, en vista de lo cual fijó para sus trabajadores un salario mínimo de un peso veinticinco centavos, por ocho horas de trabajo en condiciones normales. Durante la época de lluvias, se aumentó el número de horas a nueve y media para compensar el tiempo perdido durante las lluvias fuertes, tiempo que, por otra parte, no podían aprovechar los trabajadores en quehaceres domésticos o de otro género, puesto que ni siquiera podían dirigirse a sus hogares hasta que cesara de llover. Este aparente aumento en las horas de trabajo disgustó a los trabajadores, por justificado que fuese; así es que desde luego alegaron tener derecho a que no se efectuase. Se les habló entonces razonadamente y se les indicó que si tal deseaban se les ocuparía ocho horas diarias por el salario acostumbrado de un peso veinticinco centavos, en la inteligencia de que si, con motivo de las lluvias, desempeñaban menos de ocho horas de trabajo efectivo, se les rebajaría el valor de las horas perdidas. Discutido el asunto entre las cuadrillas, resolvieron aceptar el aumento de tiempo. Debe advertirse que en la estación seca se observa estrictamente la jornada de ocho horas, y cuando, por labores urgentes, se aumenta ésta o se ocupa a los trabajadores, se les pagan cuotas extraordinarias.

Por lo expuesto se ve que, hasta hoy, el socialismo no es planta que prospere en la región. La implantación de sensatas asociaciones rurales, después de la dotación de tierras a que en otro lugar aludimos, traería consigo pacíficamente el bienestar económico de esta población. En las conclusiones nos ocuparemos aún de este interesante asunto.

CONCLUSIONES

De lo expuesto en los anteriores párrafos se deduce fundadamente que la población regional de Teotihuacán ha disminuído desde su conquista por los españoles hasta la fecha en proporción progresiva y desoladora y que presenta en la actualidad una alarmante decadencia en sus aspectos físico, social, intelectual y económico.

Si esta población es abandonada a sus propios esfuerzos, continuará vegetando dolorosa y anormalmente y seguirá constituyendo una masa pasiva y obstruyente para el progreso local y para el nacional, como ha sucedido durante los siglos coloniales y el siglo XIX, en que no pudo alcanzar redención por sí misma, ni tampoco hubo esfuerzo extraño que le facilitara medio para conseguirlo.

En seguida se exponen las mejoras que implantó la Secretaría de Agricultura y Fomento, por conducto de la Dirección de Antropología, en pro del desarrollo integral y efectivo de dicha población, y se sugieren las gestiones que el Gobierno Federal, el Gobierno del Estado de México, las entidades municipales de la región y diversas entidades particulares pueden hacer con el mismo fin. Posteriormente podrá implantarse el mismo o análogo sistema de mejoría social en el resto del Estado de México y en los de Hidalgo, Puebla y Tlaxcala, pues, según dejamos establecido antes, la población de Teotihuacán es representativa de las que habitan las regiones altas de esos Estados, regiones que constituyen la mayoría de sus territorios respectivos.


 
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NOTAS
17 Ultimamente se ha desarrollado el uso de sandalias de hule procedente de llantas usadas de automóvil.
18 Manuel Gamio.—Guía para visitar la ciudad arqueológica de Teotihuacán. México, 1921.
   

 
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