INTRODUCCION A LA SIMBOLOGIA PRECOLOMBINA
FEDERICO GONZALEZ
La sociedad a la que pertenecemos, es decir la contemporánea, ha concebido la idea de que Dios -la unidad original- es un invento del hombre, aunque algunos de sus miembros piensan más bien que la deidad es un descubrimiento humano producido en cierta etapa de la historia. En ambos casos es el hombre el que crea a Dios en absoluta contradicción con lo aseverado unánimente por todas las tradiciones y civilizaciones de que se tenga memoria, las cuales afirman y establecen la correcta relación jerárquica entre el creador y su criatura. Esta flagrante inversión nace lógicamente del desconocimiento actual que poseemos acerca de lo sagrado, razón que nos obliga inconscientemente a 'humanizar' el concepto de Dios, hacerlo antropomorfo -lo que equivale a reducir a la deidad a las categorías del pensamiento y la concepción humana- y minimizarlo a la escala del hombre de hoy día y a la estrechez de su visión. El cual no encuentra nada mejor entonces que hacer morir a los dioses, no 'creer' ya en ellos sino más bien en lo 'humano' -lo cual ¡ay! es tomado como un progreso- como si fuera posible que las energías cósmicas y armónicas cuyos principios expresan las deidades dejaran de ser, o existir, por el simple expediente de negarlas. 
  
Estamos acostumbrados a pensar acerca de los panteones griego, romano, egipcio, caldeo o maya -o aun en el de los judíos, cristianos, islámicos, hinduístas y budistas-, como si sus dioses fuesen la propiedad privada de esos pueblos y religiones, y que además esos dioses fueran enteramente diferentes entre sí con identidades perfectamente particularizadas en un sistema clasificatorio imaginario. La realidad de lo sagrado queda así reducida a la capacidad 'especulativa' del hombre -o a un membrete indicativo en un casillero- y no se observa sin embargo que esos mismos hombres reconocieron a la deidad a través de los 'números' o medidas armónicas como patrones o módulos de pensamiento universal y expresión de las ideas arquetípicas siempre presentes como partes constitutivas del cosmos, que los símbolos representan y cuya energía-fuerza no ha dejado ni dejará de manifestarse mientras existan el tiempo y el espacio. Lo mismo acontece con los astros y estrellas -en particular, el Sol, la Luna, Venus y las Pléyades-, símbolos de los dioses a determinado nivel, planetas y constelaciones que por cierto han sobrevivido a los caldeos, egipcios, griegos, romanos y mayas y que aún podemos observar a ojo descubierto en cualquier noche clara. Estos astros y estrellas significan las energías cósmicas que son la expresión de los principios divinos y es imprescindible recordar que son los mismos astros y estrellas de hoy aquéllos que contemplaron en la bóveda celeste antes del 'descubrimiento' de América los pueblos precolombinos, los cuales los identificaron en su cosmogonía con determinadas ideas-fuerza, cuya manifestación las estrellas expresan en la inmensidad del cielo, del cual dependen la tierra y el hombre. Somos otras las personas que habitamos bajo el firmamento en la tierra que labraron las antiguas civilizaciones americanas, pero los números y los astros -como encarnaciones de los principios eternos- siguen siendo los mismos y están tan vivos como las deidades, las cuales por otra parte se siguen expresando como fenómenos naturales y atmosféricos y energías anímicas y espirituales siempre presentes en la creación. Pues es sabido que los dioses no mueren y eso es precisamente lo que los ha hecho inmortales en todo tiempo y lugar. O mejor, lo son porque han muerto a la muerte y ya no pueden morir. El dios sacrificado resucita, se regenera, y transforma sus energías cristalizándolas en el cielo bajo la forma de un planeta, símbolo del principio que ese dios testimonia de manera activa y manifestada. Los dioses, incluso, son anteriores a esta creación y de hecho su sacrificio es lo que la produce "cuando aún era de noche", como nos lo dice el mito teotihuacano.  

Las cosmogonías precolombinas constituyen una modalidad de la Cosmogonía arquetípica -en la que el hombre está incluido- más allá de cualquier especulación personal y pese a las diferentes formas o modos en que ella se exprese de acuerdo a las características de espacio, tiempo o manera, que a la vez velan y revelan su contenido prototípico, su esencia. Por eso es que esas cosmogonías también están vivas hoy día, en sus símbolos y mitos, que esperan ser vivificados por su conocimiento, por su invocación, para que generen toda la magnitud de su energía potencial. Los hombres antiguos han desaparecido pero no sus dioses eternos -Quetzalcóatl, Kukulkán, Viracocha-1 que aún conviven con nosotros y conforman gran parte de la historia de los países americanos y aunque no lo advirtamos, la nuestra misma. En verdad aún muchos millones de personas -en el norte, centro y sur de América- los invocan con los antiguos ritos tradicionales y también bajo distintas formas religiosas o teñidas de folklore. La deidad es igual para todos los pueblos que la conocen, así la llamen de una u otra manera, o tome esta o aquella forma particular; esto es válido para todas las tradiciones vivas o muertas puesto que la deidad "en sí" es finalmente una sola aunque sus manifestaciones sean múltiples. Cuando los sabios nahuas, los tlamatinime fueron interrogados por los doce primeros religiosos católicos arribados a México acerca de sus creencias y se enteraron por boca de sus inquisidores que sus dioses ya no existían pidieron morir con ellos. Luego aceptaron hablar con calma:  

    "Romperemos un poco, ahora un poquito abriremos el secreto, el arca del Señor nuestro". "Vosotros dijisteis que nosotros no conocemos al Señor del cerca y del junto, a aquél de quien son los cielos y la tierra. Dijisteis que no eran verdaderos nuestros dioses. Nueva palabra es ésta, la que habláis, por ella estamos perturbados, por ella estamos molestos. Porque nuestros progenitores, los que han sido, los que han vivido sobre la tierra, no solían hablar así". 
Y a continuación describen y enumeran en forma sencilla para ser entendidos una serie de imágenes de la divinidad, la tradición y el rito, que dicho sea de paso se corresponden con sus análogas cristianas. Y luego, recapitulando:  
    "Nosotros sabemos a quién se debe la vida, a quién se debe el nacer, a quién se debe el ser engendrado, a quién se debe el crecer, cómo hay que invocar, cómo hay que rogar". 
Como se verá por sus propias palabras puede observarse en realidad que los tlamatinime no alcanzaban a comprender esa situación que los excedía. ¿Cómo los hombres podían suprimir por decreto a los dioses? y ¿cómo lo único efectivo, lo cierto, podía ser aniquilado por las ilusiones y la sombra? Oigámoslos:  
    "Ciertamente no creemos aún, no lo tenemos por verdad, aun cuando os ofenda".2 
Ofendidos o no, los conquistadores abolieron su imagen del mundo, del espacio y del tiempo, su concepción de la vida y del hombre, sus mitos y ritos, y destruyeron la casi totalidad de su cultura. Y como desgraciadamente estas culturas están aparentemente muertas debemos seguir un difícil proceso de reconstrucción a través de sus fragmentos, códigos y monumentos parcialmente completos, las crónicas de los conquistadores y distintos testimonios, así como por jirones aún vivos del folklore, la danza, el diseño de los tejidos y cestería, sus monumentos, etc., para poder entenderlas. Pero también y sobre todo haremos hincapié en sus símbolos - y mitos cosmogónicos y teogónicos claros y precisos que se corresponden con símbolos y mitos de otros pueblos, incluidos sus modelos del universo y estructuras culturales -evidentes por ejemplo, en el símbolo constructivo, de base geométrica y numeral-, los que nos permiten por analogía aproximamos al conocimiento de las tradiciones americanas y tener una visión lo suficientemente neta de ellas, al menos como fundamento para intentar comprenderlas en su esencia sin que sólo signifiquen tristes ruinas o antiguallas sin sentido o un pasado desconocido, hipotético y grandioso del cual todo se ignora. Por otra parte y como ya hemos dicho, a pesar del saqueo, la sistemática aniquilación y el múltiple vejamen sufrido, las tradiciones precolombinas aún están vivas y vigentes, reveladas en sus símbolos, en sus mitos y en su cosmogonía, en sus ideas arquetípicas, sus módulos armónicos y sus dioses que no esperan sino ser vivificados para que actualicen su potencia; es decir, ser aprehendidos, comprendidos con el corazón, para que actúen en nosotros.
 
NOTAS
1 De los que se dice han de volver.
2 El libro de los Coloquios de los Doce, capítulo VII del texto náhuatl publicado por W. Lehmann. Traducción de Miguel León Portilla. 
 
 
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