EL COSMOS Y LA DEIDAD
FEDERICO GONZALEZ
Ya hemos
hablado del centro como quinta dirección diciendo que allí
mora Ometéotl, el dios dual. En efecto, en ese punto se concentra
la energía vertical que desciende y asciende entre los dos polos
de un eje. Esa misma polaridad ascendente-descendente de energías
va a repetirse en el plano horizontal conformando los propios límites
del cuadrángulo, equilibrándolo, o entre los brazos de la
cruz, dando lugar a las armoniosas tensiones de la figura, en donde la
energía ascendente-descendente se desdobla oponiéndose por
pares y manteniendo al centro como lugar de reposo, como punto de conjunción
de las contradicciones y sitio de comunicación axial con otros planos
o mundos; los cielos o grados superiores y los estadios inferiores, el
infernus, el país subterráneo. Ubicado en ese eje
inmóvil también está Xiuhtecuhtli como dios del fuego,
en el sentido de que éste representa la energía central y
constituye el principio simbólico original que -a través
de su desdoblamiento y de sus oposiciones internas- genera la ronda alternada
de los elementos, la guerra constante de las vibraciones y formaciones
cósmicas. Ese mismo dios es el patrón del año o del
siglo, lo que representa el fuego nuevo, o sea el nacimiento del tiempo
que constantemente se regenera a sí mismo, siempre cambiante pero
inalterable en su esencia, dios viejo, tan antiguo como la creación
temporal que él mismo signa y origina por su actividad, conformando
el plano horizontal donde se manifiesta la vida. Para los náhuatl
nacer en la tierra es descender de la morada celeste original para vivir
una existencia ilusoria cuyo verdadero sentido se realizará efectivamente
cuando culmine como un ascenso a los cielos, operaciones ambas -la del
descenso y el ascenso- que se efectúan a través del mismo
eje central que está representado por el dios del fuego primigenio
y del tiempo como encarnación de una energía dual original
presente en todas las cosas -lo que repta y lo que vuela, el cielo y la
tierra- cuya síntesis siempre renovada es capaz de generar el plano
creacional por la oposición y la conjunción de su actividad
y su reposo, es decir, gracias al ritmo alternado y dual del aspir y el
expir universal que se expande hacia los cuatro rumbos del mundo -como
flechas lanzadas por guerreros-, configurándolo, limitándolo.
Ese principio original y central se expresa en forma dual
en las cuatro direcciones del espacio, y asimismo en cuatro fases del tiempo
y en cuatro modalidades de la materia, etc.,1
signando con esa marca cuaternaria toda manifestación de cualquier
tipo ya que esa es la característica inherente a la expresión
cósmica, lo que la define y en la que invariablemente se halla siempre
presente la energía radiante del principio -el fuego original-,
la deidad más antigua manifestándose por parejas, en forma
dual. De allí que las deidades derivadas del Omeyocan se traduzcan
en pares, en conjuntos o funciones masculino-femeninas que simbolizan y
conforman el juego dialéctico del cosmos, las fuerzas centrípetas
y centrífugas y su constante realización de la estabilidad
y el orden por intermedio del binario y la complementación de opuestos
que él ejemplifica. Así las duplas divinas abarcan la totalidad
y se despliegan en la sacralidad evidente de la manifestación a
la que sellan con los nombres de cielos, planetas y estrellas, tormentas,
lluvias y fenómenos atmosféricos, energías de la tierra
y la naturaleza, presentes en la fauna y la flora que, en general, rigen
sobre los misterios de la vida y la santificación del hombre como
gran protagonista del drama cósmico, en una escala descendente que
va de lo más sutil a lo más denso, de los principios universales
a las aplicaciones particulares, de lo aéreo a lo sólido,
en una gama continua de transformaciones que poseen, sin embargo, idénticas
estructuras, por lo que las deidades de la tierra -y las del inframundo-,
por analogía, no dejan de tener las mismas características
prototípicas que las celestes, razón por la que pueden considerarse
un duplicado de aquellas, o ellas mismas a otro nivel de consideración
o lectura, lo que en casi todas las tradiciones se ejemplifica con la relación
de parentesco filial: padre-hijo, abuelo-nieto o dios viejo-dios joven.
Este es el caso de la generalidad de los númenes precolombinos,
que al igual que los de la 'gentilidad' destacaban de esta manera los aspectos
pasivos y activos -a veces reunidos en un solo personaje- de determinados
atributos divinos que en casi todas las formas tradicionales se extienden
a los astros y a los números y a sus equivalentes proyecciones geométricas,
códigos verdaderamente prototípicos y universales que nos
permiten rescatar su idea de la cosmogonía y comprender su pensamiento.
Esta concepción está también explícita unánimemente
en las antiguas culturas americanas por la presencia mítica y simbólica
de los gemelos,2
los que siendo dos han tenido origen en un mismo y único huevo,
simbolizando la manifestación dual de un mismo principio, a veces
presentados como hermanos enemigos que suelen guerrear significando energías
opuestas -una activa, la otra pasiva, una lumínica y brillante,
la otra opaca y tenebrosa- o compartir amigables aventuras; lo que describe
el rechazo y la simpatía mutua, la atracción y la repulsión
de aquello que siendo de naturaleza común tiene que vivir separado
en dos géneros -como en el caso de la pareja humana- que dramáticamente
se contraponen y se asemejan.
Esta realidad está descrita con profunda intuición
por A. López Austin,3
quien nos dice refiriéndose al concepto del eje del mundo entre
los antiguos nahuas:
Este eje tal vez fue concebido como la oposición
de dos bandas helicoidales, en perpetuo movimiento giratorio, a manera
de un gran malinalli que unía cielo e inframundo pasando
por el ombligo de la tierra. Una banda sería la nacida en un mundo
inferior, fría, húmeda y nocturna, mientras que la otra sería
de naturaleza caliente y luminosa, del mundo superior. El movimiento: originaria
la continua sucesión sobre la tierra de los días y las noches.
Abundantes son estas figuras de entrelazamientos de las dos bandas opuestas
en la iconografía, principalmente en su forma abreviada de ollin.
Sólo repetiremos que el símbolo de la doble
espiral, a veces disimulado como motivo 'decorativo' -en su forma circular
o cuadrangular- y que se encuentra desde una punta a otra de América
-y en todas las tradiciones conocidas- alude obsesivamente a esta concepción
cosmogónica que se expresa no sólo de manera gráfica
y visual (como es el caso de ollin y malinalli) sino en el
mito y en la estructura misma de las culturas precolombinas -incluso en
su organización social- del mismo modo que lo hace el famosísimo
símbolo del yin-yang extremo oriental, que reúne estas
energías y las complementa en el seno indiferenciado del Tao, del
que se originan y al que retornan. Este es el caso también de Tzacol
y Bitol, nombres que siempre se dan acoplados (creador y hacedor) y Gukumatz
y Tepeu según el Popol Vuh, y asimismo entre los náhuatl
bajo los nombres de Ometecutli y Omecíhuatl, pareja divina y creadora
surgida de la emanación omnipresente de Ometéotl, padres
de Quetzalcóatl según algunos, que a su vez tiene un mellizo:
Xolotl. Por otra parte, la palabra cóatl significa mellizo.
Entre los mayas tzotziles, lacandones, yucatecos, cakchiqueles,
etc., y en Estados Unidos entre los indios pueblo y los iroqueses existen
creencias semejantes. En los diccionarios mayas de Motul y Viena se habla
de una deidad incorpórea que no podía ser representada llamada
Hunab Kú -como el Yahvé hebraico, cuyo nombre, para abundar,
era impronunciable- el que generaba o era análogo a Itzám
Ná, creador del mundo, dios lagarto, arquitecto, constructor y habitante
de la casa tridimensional del cosmos o mansión de los lagartos o
iguanas, al que muchas veces se representa de forma dual, bicéfalo,
actuando constantemente en los cuatro rincones del mundo, en las seis caras
del cubo del universo, al que él mismo simboliza, mutando sus atributos
y colores contraponiéndolos en la siempre presente danza universal
donde todo es simbólico y significativo -y está también
íntimamente relacionado con los animales, las plantas, los fenómenos
y las energías de la naturaleza- puesto que es una manifestación
de lo sagrado (Diccionario Cordemex, Mérida, México
1980).4
Sobre este numen escribe J. Eric S. Thompson -el que por
otra parte cree reconocerlo en el códice de Madrid (pp. 75-76) acompañado
de su, esposa, ubicado en el Centro del Mundo en su papel de pareja creadora-:
De cualquier modo, el concepto de Itzam Ná no
comprende tan sólo cuatro Itzam que forman el techo y las paredes
del mundo porque cuando los Itzam tocan el horizonte se vuelven para formar
el piso de la casa en que está nuestro mundo, para completar el
rectángulo de la Casa de Iguanas. Es más importante que el
Itzam asuma nuevas funciones cuando deja los ámbitos celestes por
el piso de la casa del mundo. Mientras los Itzam de aspecto celeste envían
lluvias a la tierra, en su aspecto terrestre son el suelo en que tiene
su ser toda vegetación, y ahora reciben esa lluvia que antes dispensaron
desde lo alto.
Los diversos nombres de Itzam Ná están relacionados
con esa dualidad. Así Itzam Ná, Itzam Tzab y probablemente
Yaxcocahmut se refieren al aspecto celestial de Itzam Ná; Itzam
Cab o Itzam Cab Ain, 'Iguana Tierra' o 'Iguana Tierra Caimán', son
nombres de Itzam Ná en su calidad de divinidad de la tierra, el
piso de Itzam Ná.5
Hay, pues, seis Itzam Ná, uno para cada uno de
los cuatro puntos cardinales de la representación plana y dos para
la volumétrica, uno celeste y otro terrestre, que interactúan,
sin tomar en consideración al séptimo, invisible, que se
ubica en el punto central de esta caja o cubo. Es ésta entonces
una deidad múltiple que por sí misma o en colaboración
con otros -sus distintos nombres, sus atributos masculinos-femeninos, sus
hijos, etc.- crea, conserva y transforma el mundo para volver a generarlo,
siendo considerado como señor del tiempo y también del fuego,
como principio original siempre renovable -al igual que el Xiuhtecuhtli
azteca- y por lo tanto, y pese a su ubicuidad (o precisamente por eso),
se lo sitúa en el lugar del axis inmutable, en el Eje del
mundo o Centro de la casa de las iguanas, o manifestación universal,
de la cual es la esencia o el corazón. De hecho,
lo que queremos señalar es cómo una energía única
se desdobla y conjuntamente con ella progrede indefinidamente generando
la serie numérica, expresión de todo lo numerable.6
Podemos encontrar esta circunstancia en muchísimos ejemplos: documentos,
textos, símbolos, mitos y ritos precolombinos, y en especial destacar
la del hijo de la pareja creadora, creador a su vez, o mejor re-creador
por su acción de regenerar el tiempo, educador y héroe salvador
de características humanas y divinas hecho a imagen y semejanza
de sus padres y abuelos y por lo tanto con atributos equivalentes expresados
específicamente en el plano de la creación, los que pueden
entonces comprenderse y emularse por aquellos hombres que acceden a sus
enseñanzas reveladoras. Este personaje es el corazón de la
tierra imagen del corazón del cielo y es conocido en el interior
del hombre y su sacrificio y regeneración por el fuego -símbolo
con el que también el corazón se identifica- constituyendo
el punto central de todas las culturas precolombinas.7
Pero además de considerar estas identidades y equivalencias
nos interesa ahora remarcar algunos de los conceptos acerca de las deidades,
panteones y teogonías con los que nos solemos acercar de manera
profana a lo que suponemos son las religiones antiguas. Estas falsas ideas
tienen por cierto el mismo origen que otros errores -ver Capítulo
VI- aunque por tratarse directamente del tema (panteones y númenes)
están muy vinculadas con la pérdida del concepto de lo sagrado
y la mentalidad simbólica y condicionadas por el racionalismo, la
mecanicidad de la lógica formal, la literalidad y la aceptación
de las elucubraciones científicas y los sistemas filosóficos
vigentes, lo que supone un criterio de realidad perfectamente imaginario
con el que se pretendería sistematizar todas las cosas, las deidades
incluidas. Nos referimos a la imposibilidad de una clasificación
'exacta' y mecánica de los númenes -es decir, de los atributos
de la deidad-, incluida la definición 'oficial' de lo sagrado, que
como el símbolo, es indefinible por su propia naturaleza. Estas
pretensiones cientificistas querrían hacer de lo metafísico
un esquema administrativo del que previo un inventario se pudiera sacar
balance, un negocio que, como cualquier otro admitiera una evaluación
contable. Previos estos requisitos ya se podría volcar la información
en una ficha para que -a través de un programa establecido por el
arbitrio de los hombres- las deidades nos hablaran por intermedio de la
máquina de la mente. La verdad es que este procedimiento no nos
parece adecuado por simplista. Pero así actuamos los hombres contemporáneos,
con un criterio de clasificación maniática, pretendiendo
que la exactitud es esta tontera. Recolectamos minucias y les ponemos un
nombre, una etiqueta, y de esta manera nos calmamos, nos autoengañarnos
y suponemos que de ese modo ya sabemos. Manejamos un inmenso archivo de
nimiedades y lo peor es que creemos en él, que consideramos que
así va la cosa en verdad. Es absurdo pero le damos más crédito
a esa confusión que a nosotros ya que como archiveros podemos fallar,
pero no así el propio archivo al que consideramos sagrado; se trata
de una 'entidad' a la que se atribuyen características de verdad
e infalibilidad, como sucede en ciertas formas idolátricas y supersticiosas.
A esta 'deidad' de fábrica humana la llamamos ciencia-progreso.
La que constituye de por sí una garantía de certeza absoluta.
Pero lo que verdaderamente es lamentable acontece en nuestro interior pues
esta 'entidad' tan fantasmagórica como fantaseada ha terminado por
dominar lo que quedaba de nuestro pensamiento imponiéndonos sus
arbitrariedades y 'filosofías' con las que, según su criterio,
obligatoriamente debemos juzgar cualquier cosa, entre ellas los panteones
de las sociedades 'primitivas', a las que les adjudicamos entonces confusas
ideas animistas y atribuimos apenas algunos conocimientos 'mágicos'
de la deidad, a la que aún ni siquiera habían concebido de
manera religiosa por el mismo atraso en que se encontraban.8
Razón por la que sus númenes parecen contradictorios, inestables,
pueriles, ineficaces, sucios y dignos de salvajes, y por sobre todo incapaces
de adaptarse a nuestras asepsias cientificistas, que no son sino inventos
racionalistas y supersticiones contemporáneas con los que en nuestra
ignorancia queremos dimensionar y catalogar todas las cosas para de esta
manera simplona establecer su verdad. Lo que equivale a decir que el método
con el que pretendemos fijar y clasificar la deidad y sus atributos es,
por lógica, tan equivocado como el conocimiento que tenemos del
objeto de nuestro 'estudio': Dios, los númenes, lo sagrado y los
símbolos aritméticos, geométricos y constructivos
en que la deidad se manifiesta. Los que pasan a ser automáticamente
falsos para el hombre moderno cuando no puede encajarlos en sus rígidos
esquemas, lo que le crea una auténtica imposibilidad de comprenderlos.
Es imposible fijar al numen cuando uno se le acerca con la intención
de contabilizar sus nombres y sus atributos, los que se escapan indefectiblemente.
Esta deficiencia cultural con que hemos nacido los hombres actuales puede
ser subsanada precisamente por el estudio y la meditación en los
símbolos, cultura y pensamiento del hombre de la antigüedad,
sirviendo esta comprensión como un soporte para conocer la realidad
a la que todos los pueblos de todos los tiempos se han referido y que consideraban
su más maravillosa herencia y su más precioso legado, la
razón de ser de ellos y de la manifestación, el Conocimiento
de otro mundo y otra vida, en la que esta existencia se halla incluida
-como una célula en el torrente sanguíneo- y de la que no
constituye sino un estadio y un símbolo de pasaje. Pero actualmente
para conseguir este propósito hay que caer en cuenta de que la forma
en que nuestra mente y nosotros estamos preparados para la comprensión,
o sea, nuestra visión del mundo, no es la adecuada y se transforma
en el peor enemigo del Conocimiento (al igual que nuestros afectos enraizados
en esta descripción y lo con ella relacionado) al considerar que
es nuestra identidad. O sea, que la primera parte de este trabajo sería
un desaprendizaje, un romper de estructuras y 'creencias' viejas, las que
se van destruyendo paulatinamente con la aprehensión de otras nuevas,
vinculadas por lo tanto a la aparición de un hombre nuevo en el
sentido iniciático de la expresión, y no relacionada con
simples cambios superficiales. Desafortunadamente ésta es una labor
que hoy no se enseña en las universidades, aunque éste debería
ser el objeto de su existencia. Sin embargo, y en contra de la ignorancia
generalizada en las instituciones oficiales de todo el mundo, queremos
hacer la salvedad respecto a varias casas de estudio americanas y europeas
en lo que se refiere al hombre precolombino y sus culturas. En efecto,
es digno de especial interés este asunto desde el punto de vista
tradicional y simbólico ya que las investigaciones universitarias
vinculadas con lo precolombino, al igual que la labor desempeñada
por ciertas instituciones y museos, son sumamente valiosas y prácticamente
imprescindibles para la reconstrucción de estas sociedades. Se trata
aquí de un auténtico trabajo científico sin rigideces
ni prejuicios ideológicos, con amplitud de miras y espíritu
abierto y sobre todo práctico, concreto. No haremos mención
de nombres por la índole de estos textos limitados en espacio, pero
debe buscarse en esos autores y casas de estudio -que no incluyen el Museo
de la Casa de América de Madrid- el gran caudal de información
que afortunadamente tenemos; y aclaramos que nos referimos a aquellas instituciones
que cumplen la labor para la cual fueron creadas, lo que excluye cualquier
planteamiento demagógico y proselitista, o pretensión política,
de este o aquel signo. Igualmente queremos prevenir a los lectores sobre
el caso de algunos personajes de corte teosofístico o espiritista
a los que llamaremos 'ocultistas', en cuanto parecieran estar en posesión
de algunos conocimientos 'ocultos' relacionados sólo con la mistificación
y la tupida ignorancia escondida en la banalidad del secreto por el secreto
mismo y la más desvergonzada egolatría. Estos oscuros personajes
que a veces asimismo van de grandes chamanes autóctonos son capaces
de forzar cualquier situación para hacerla entrar en sus esquemas;
carecen de todo dato tradicional y no tienen ni vaga idea de lo que es
la Cosmogonía, aunque tratan de obtener la admiración entre
quienes les rodean por sus pretendidos secretos. A veces utilizan ciertas
semejanzas y algunas similitudes verdaderas para efectuar auténticas
confusiones e inventos tan improbables como los 'científicos' -en
los que a menudo se basan- sin tener, sin embargo, el mínimo indispensable
de una formación intelectual que aun estando deformada contiene
en sí los gérmenes, la posibilidad de una re-organización,
de una, con-versión (en el sentido real de la palabra) que efectivice
y sea capaz de revitalizar el pensamiento y los símbolos de la antigüedad
y de instaurar en nosotros el Conocimiento. |