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INTRODUCCION 4.—PRINCIPALES ASPECTOS DE CIVILIZACIÓN (3) Describamos ahora la ciudad de Teotihuacán, aunque sea sumariamente: Esta arcaica urbe fué construída en una planicie de suave declive, irrigada, en parte, por cristalinos manantiales y abrigada de las brisas heladas del N. por el extinto volcán de Cerro Gordo, cuyas lavas fragmentadas o en forma de bombas volcánicas abundan en los alrededores haciendo posible la construcción de grandiosos edificios. El suelo, de tepetate compacto e impermeable, suprimió la cimentación de estructuras y su destrucción por la humedad. Otra causa que debe haber influído en la elección de ese lugar, consiste en los grandes yacimientos de obsidiana que existen hacia el N. E. del valle, los cuales suministraron materia prima para fabricar flechas, cuchillos, navajas y otras armas, amén de joyas y otros objetos (láminas 119 a, y 120 d, del tomo I). En esos yacimientos (lámina 14 b, del tomo II) hay una cantidad fabulosa de restos o desperdicios de la industria arqueológica de obsidiana. Hacia el S. y S.W. se extendían entonces los lagos de Texcoco, Xaltocan y Zumpango, cuyas aguas, además de regularizar las condiciones climatéricas, ofrecían aves, peces y otros alimentos, así como plantas de uso industrial, como el tule y el carrizo. La extensión de la ciudad debe haber sido muy grande, pues se han descubierto vestigios de ella en una área que mide más de seis kilómetros de largo por tres de ancho. Una extensión de doscientas hectáreas, que comprende la parte principal de la ciudad y está limitada por una cerca de alambre, forma actualmente la denominada zona arqueológica (lámina 11 del tomo I). La arquitectura teotihuacana se caracteriza desde luego por la distribución de los edificios, que no están regularmente dispuestos, como acontece con las ciudades modernas, sino que se agrupan en conjuntos o sistemas de unidad propia, estando estos sistemas, a su vez, agrupados de acuerdo con grandes ejes de simetría para constituir la ciudad. Los materiales generalmente usados son adobe, tezontle, tobavolcánica o tepetate y otras rocas sedimentarias o plutónicas que existen en la región. En los pavimentos se usó cal, arcilla, polvo de tezontle, tlapilli, etc. Las estructuras interiores son generalmente de adobe o mampostería, hecha esta última con piedra y lodo. Los revestimientos de estas estructuras son, en algunos edificios principales, de grandes sillares de piedra, lisos o esculpidos y casi siempre policromados. En los edificios restantes, el revestimiento es de mampostería, pero de factura más regular que en las estructuras internas; esta mampostería está cubierta por una especie de concreto cuya superficie fué estucada, pulida y pintada de color ocre rojo generalmente. La madera se usó con profusión en columnatas y estructuras internas, según puede verse en el Templo de Quetzalcóatl.15 La pirámide truncada y el prisma cuadrangular o rectangular superpuestos a ella constituyen los cuerpos geométricos de que se han derivado principalmente las formas que afecta la arquitectura teotihuacana. Los muros estaban frecuentemente adornados con almenas. Se sabe a punto fijo que había puertas, pero se ignora por qué medios las cerraban. El sistema de drenajes era profuso y consistió en caños subterráneos construídos con concreto indígena y cubiertos con losas; se cree que estos drenajes desaguaban en la barranca que atraviesa la ciudad arqueológica. Probablemente las azoteas tenían pretiles, pues en los Edificios Superpuestos, vulgarmente denominados Los Subterráneos, se observan caños adosados a la pared, los que comunicaban, por medio de un agujero en el pretil, la azotea con el suelo; una notable persistencia de este detalle, hace que aun en la actualidad se use en la región el mismo sistema de desagües para las azoteas. En cuatro grupos se pueden clasificar las edificios, de acuerdo con el uso a que estaban destinados: 1º—Monumentos votivos, como las pirámides del Sol, de la Luna y de Quetzalcóatl (antigua Ciudadela); en estos casos, los pequeños santuarios construídos en las mesetas superiores de las pirámides eran relativamente secundarios, pues las inmensas moles que los sustentaban significaban mejor que ellos la ofrenda de trabajo, dolor, sangre y lágrimas que hacía el pueblo a los dioses, subyugado por las teocracias que explotaban su fanatismo. 2º—Templos y habitaciones de los sacerdotes; eran espaciosos, compuestos de numerosos departamentos y se levantaban sobre los basamentos piramidales y los prismas a que antes aludimos; en este caso, dichos basamentos son de importancia secundaria, en tanto que la preeminencia correspondía a los departamentos que formaban el edificio; de este grupo puede citarse el edificio del dios del agua, Tláloc (Excavaciones de 1917), denominado así por haberse hallado en él numerosas representaciones de ese dios. En uno de los departamentos más altos de ese edificio se observan un altar y dos oquedades que quizá fueron utilizados en las ceremonias rituales; otros departamentos serían, tal vez, ocupados por los sacerdotes dedicados al culto. 3º—Palacios de las clases civiles directoras. No hemos podido identificarlos hasta hoy, pues los monumentos descubiertos durante nuestra actuación corresponden a los dos primeros grupos; sin embargo, creemos que los Edificios Superpuestos, o Subterráneos, pertenecían a un palacio, pues no tenemos noticias de imágenes o deidades halladas profusamente en ellos. 4º—Habitaciones populares. Creemos que en lo que comprende la actual zona arqueológica estaban situados edificios de los clasificados en los tres primeros grupos. Las habitaciones de la gleba deben haber sido de cortas dimensiones y de materiales pobres y deleznables, como adobe, zacate, pencas de maguey, etc., por lo que naturalmente desaparecieron hace siglos; hasta la fecha no conocemos una de estas habitaciones bien conservada, pues sólo se encuentran, en algunos parajes alejados de la zona, restos deformes de masas de adobe y trozos de pavimentos antiguos. Los principales sistemas o agrupamientos de edificios que forman la ciudad son los siguientes: Pirámide del Sol y anexos.—La pirámide tiene sesenta y cuatro metros de altura y doscientos quince por lado, aproximadamente, o sea una base de cuarenta y seis mil doscientos veinticinco metros cuadrados; sus dimensiones fueron mayores en otros tiempos; pero al descubrirla y reconstruirla en 1905, fueron retiradas capas o cubiertas exteriores que medían algunos metros de espesor (lámina 43, b del tomo I). En la cara que mira al W. están situadas las escaleras, que en éste, como en casi todos los grandes monumentos de la ciudad, miran al W. En el costado E. aparece la entrada de un túnel que se abrió con el fin de investigar la composición de la estructura interna, que es de adobe. Rodean este monumento tres grandes plataformas que estuvieron coronadas por edificios. Hacia el costado W. de la plaza que forman la pirámide y las plataformas se extiende la llamada Calle de los Muertos. Las citadas plataformas están cubiertas con vegetación, exceptuándose la plataforma S. ( Pirámide de la Luna y anexos.—La pirámide mide cuarenta y dos metros de altura y diez y ocho mil metros cuadrados de base. En este caso las escaleras miran excepcionalmente hacia el S (lámina 47, a del tomo I) y están construidas en una estructura saliente, que no presenta la pirámide del Sol. La estructura interna es de adobe. Los edificios que rodean a la pirámide (lámina 48, a del tomo I) constituyen un sistema más complicado que el de la pirámide del Sol; la pirámide ha sido explorada en mínima parte, pues sólo se descubrieron algunos fragmentos de la estructura externa y se reconstruyeron algunas aristas y parte de una de sus caras, sin previo plan científico, desgraciadamente.16 Calle de los Muertos.—Frente al costado S. de la pirámide comienza la llamada Calle de los Muertos, que es la vía yeje central de la ciudad y que presenta a ambos lados varios montículos que son otros tantos edificios (lámina 13, b del tomo I). De acuerdo con la tradición, en estos edificios existen sepulcros, por lo que la avenida se conoce con el nombre de Calle o Vía de los Muertos. Templo de Tláloc, dios de la lluvia.—Consta de una serie de departamentos superpuestos a otros de la primera época (lámina 57, b del tomo I), siendo de notarse, principalmente, el cuarto más alto, que presenta un altar y dos oquedades que probablemente fueron de uso ritual; también existen allí los alveolos donde encajaban dos pilastras de madera. Entre los escombros extraídos de ese compartimento, se hallaron numerosas placas de barro con la representación, en relieve, de Tláloc. "Edificios Superpuestos."—Erróneamente denominados por el vulgo Subterráneos. En ellos pueden analizarse, mejor que en otros edificios, los vestigios arquitectónicos que caracterizan a las dos grandes épocas de la arquitectura teotihuacana (láminas 52, a y 54, a del tomo I). Es digno de atención un fresco mural que allí aparece y que consiste en una greca policroma que no es de estilo teotihuacano, sino que corresponde a la cultura totonaca. Templo de Quetzalcóatl.—Vulgarmente denominado Ciudadela. Este sistema es indudablemente el más interesante de los descubiertos hasta hoy en la ciudad arqueológica. Consiste en una espaciosa plaza cuadrangular formada por plataformas, que mide cuatrocientos metros por lado y se eleva varios metros sobre el nivel del suelo ( Durante la segunda época, o época de decadencia, se adosó en la cara W. de aquel monumento, probablemente con el fin de agrandarlo, una segunda pirámide, cuya forma sigue, en líneas generales, el estilo de la anterior, pues constan sus cuatro cuerpos de taludes a los que sobremontan tableros y almohadillados ( Métodos de exploración yreparación del Templo de Quetzalcóatl.— La exploración consistió en retirar cuidadosamente la vegetación: grana, nopales, árboles del Perú o pirúes, etc., así como los escombros que ocultaban las estructuras primitivas, las cuales son de tres clases: 1ª—Las que están constituídas por un núcleo de adobe con revestimiento de piedras fragmentadas, unidas con barro y cubiertas de concreto indígena estucado, pulido y pintado ( En varias partes de las estructuras de las dos primeras clases, aparece en buen estado de conservación el concreto antes mencionado, en tanto que en otras está destruído, quedando en pie, sin embargo, el revestimiento de piedra fragmentada ( La ciudad arqueológica de Teotihuacán consta, según ya dijimos, de varios sistemas, que no se van a restaurar en su totalidad, sino a descubrir, pues la restauración del Templo de Quetzalcóatl puede ser suficiente como representación típica de tales sistemas arquitectónicos. "Casa de Barrios" o "Casa del Alfarero."—Estos vestigios pertenecen a un pequeño edificio, denominado así por haber pertenecido al alfarero Barrios, quien lo vendió al Gobierno Federal. Aun cuando su importancia arquitectónica es secundaria si se la compara con los edificios antes enumerados, en cambio, existe en él un fresco, pintado en el frontal de un altar, que representa a dos sacerdotes rindiendo culto al sol. Las Grutas.—Estas cavernas, de formación natural, fueron ampliadas por los antiguos habitantes de la ciudad arqueológica, que extrajeron de ellas material de construcción para la ciudad. Cuando concurren grandes excursiones, los viajeros suelen comer en este pintoresco lugar ( Arquitectura colonial.—Acambio de haber nulificado física, intelectual y económicamente a la población indígena, los invasores hispanos dejaron, como única huella de florecimiento cultural en la región, bellos ejemplares de arquitectura. Varios de los pueblos prehispánicos que tocaron en su itinerario los primeros conquistadores estaban en el valle, estableciéndose desde luego en ellos algunos de los primitivos colonos, así como frailes de distintas órdenes religiosas, lo que explica que desde los primeros años que siguieron a la conquista de Tenoxtitlán, se iniciara la construcción de edificios, algunos de los cuales se encuentran hoy en perfecto estado de conservación. Hasta el último tercio del siglo XVI, la arquitectura regional se redujo a la reproducción más o menos fiel de estilos que entonces estaban en boga en España, siendo ejemplo notable de ello el convento y la iglesia de Acolman, que son los más interesantes de los muy contados edificios de arte plateresco que existen en la República (lámina 153, b del tomo I). Después, el ambiente geográfico, el medio social y los antecedentes históricos de los conquistados influyeron de tal manera en los estilos importados, que a la postre surgió un estilo original claramente diferenciado de aquéllos y fué el que más tarde constituyó el hermoso estilo colonial mexicano. Dueños y señores de pueblos, haciendas y conciencias fueron en el valle, desde el siglo XVI, las órdenes religiosas y, en menos proporción, el clero secular. Los conquistadores prefirieron, por entonces, explotar las vetas de oro y plata de ricas minas. Los indios no podían ya elevar sus arquitecturas fantásticas, porque los prejuicios religiosos y políticos las condenaban como abrigos de Satanás o nidos de rebelión. Era lógico, por tanto, que si sólo frailes y curas privaban en la región, conventos e iglesias fueran los frutos exclusivos de sus actividades. Y como dos órdenes dominaban, agustinos y franciscanos, natural fué también que las tendencias características en ambas cristalizaran en arquitecturas relativamente diferentes. Los primeros, amantes del comfort, el lujo y las bellas artes, edificaron iglesias y conventos espaciosos, esculpieron en cantería fachadas suntuosas, elevaron bóvedas atrevidas, tallaron y doraron a porfía altares (lámina 173, b y c del tomo I) y barandillas y pintaron al fresco los muros de sus claustros (lámina 172 del tomo I). Ejemplar verdaderamente típico de esa arquitectura de importancia cortesana es la ya citada iglesia de Acolman. En cambio, la población indígena del valle, que constituía abrumadora mayoría, habitaba en miserables y sucios jacales de adobe, en cuevas adaptadas y en abrigos de zacate y pencas de maguey, cuyo contraste con opulentas iglesias y fastuosos conventos era desolador. El descontento, por tanto, era grande, pues no se trataba de indígenas salvajes habituados a la existencia en la selva o la caverna que pudieran considerar como un progreso el vivir en aquellos deficientes refugios, sino de gentes cuyo abolengo arquitectónico era grandioso, según ya quedó indicado, pero que, por el estado de servidumbre y miseria a que se veían sujetas, no podían fabricarse otras mejores. Por otra parte, ¿cómo hacer esto si las órdenes religiosas exigían que la labor personal de los habitantes se dedicara a la construcción de iglesias y conventos, amén del pago de diezmos y tributos y mil otras gabelas que hacían pesar sobre ellos? Bellas arquitecturas hermosean la región; pero en todas o casi todas parece que claman como ecos misteriosos y dolientes los gemidos y maldiciones de los parias que durante trescientos años amasaron los morteros de esas fábricas lujosas con lágrimas y sudor y enrojecieron con la púrpura de su sangre irredenta las duras aristas de capiteles y cornisas peregrinamente labrados. No hemos intentado estampar un alarde lírico y ruidoso en las líneas anteriores, pues ya dimos pruebas irrecusables que explican nuestra indignación al referirnos al problema religioso. Los monarcas españoles ordenaron, en repetidas ocasiones, que las órdenes religiosas no persistieran en construir templos lujosos y trataran a los indios moderadamente. Todo, sin embargo, fué inútil, pues continuaron edificándose iglesias y conventos en tal número, que aun en la actualidad, que varios de esos edificios han desaparecido, se cuentan cerca de veinte iglesias para una población de 8,330 habitantes. En la lámina 150 del tomo I, aparece reproducido el Códice de San Juan Teotihuacán a que ya se hizo referencia en la página XLVI y en el que están expuestos gráficamente los sufrimientos impuestos a los indígenas en la construcción de iglesias y conventos regionales. Contrastando con el despilfarro, la crueldad y la actitud continuamente explotadora de los agustinos, los franciscanos se limitaron, de acuerdo con las sobrias reglas del misántropo de Asís, a construir iglesias modestas, en cuya techumbre no se alzaban bóvedas pomposas, sino humildes vigas; en las fachadas no derrocharon enormes sillares de cantería, ni la decoración era exageradamente profusa, consistiendo con frecuencia en un sencillo mortero que formaba ingenuas y sugestivas decoraciones (lámina 166, b del tomo I). Los altares no eran suntuosos retablos de cedro revestidos de oro, sino humildes tallas adecuadas a la importancia secundaria de las iglesias y de los pueblos en que estaban construidas. Sin embargo de su humildad, estos edificios presentan espontaneidad de ejecución, belleza y carácter. Aparte de la arquitectura religiosa, nada o casi nada se produjo en la región, pues no puede tomarse en cuenta, para generalizar, un reducido número de haciendas de construcción colonial que existen en algunos poblados y que son de gusto arquitectónico muy deficiente. Arquitectura contemporánea.—El siglo XIX fué de absoluta decadencia para el arte arquitectónico. La Independencia nada trajo consigo en bien de la población regional y sí produjo el estancamiento de la arquitectura religiosa. En efecto, las nuevas ideas liberales, importadas principalmente de Francia, contribuyeron a debilitar el poder de las órdenes religiosas que habían florecido en la Nueva España, reflejándose esto en el valle de tal manera, que en la primera mitad de dicha centuria no se construyó iglesia alguna digna de mención. Las Leyes de Reforma aniquilaron definitivamente el poderío de esas órdenes, lo que produjo, como consecuencia inmediata, la desocupación de los conventos, los cuales, a causa del abandono, se han venido destruyendo paulatinamente. Una de las tareas de la Dirección de Antropología ha consistido en estudiar detenidamente, desde el punto de vista decorativo y constructivo, las iglesias y conventos de la región, que aparecen descritas y reproducidas gráficamente en la parte de esta obra relativa a la población colonial. La misma Dirección inició la conservación del templo y convento de Acolman y llamó la atención pública hacia los tesoros artísticos que allí existen. Después de la promulgación de las citadas leyes, se inició en el valle la formación de las grandes haciendas, pues como, de acuerdo con ellas, las tierras de los pueblos fueron repartidas entre los habitantes, éstos no pusieron reparo en cederlas a las haciendas a cualquier precio, lo que no acontecía cuando, para vender esas tierras, tenían que ponerse de acuerdo todos los vecinos del pueblo. Pues bien, el auge de las extensas propiedades rurales vino aparejado al mejoramiento de los edificios de las haciendas, pudiéndose citar algunas que están fabricadas según las más modernas ideas en cuanto a construcción, distribución y aspecto. Es ejemplo, tipo de tales edilicios, la hacienda de Santa Catarina. Si se tiene en cuenta el floreciente desarrollo que alcanzó la arquitectura regional, tanto prehispánica como colonial, asombra que las habitaciones de los actuales habitantes sean incomparablemente inferiores a las usadas por sus antecesores en el pasado. No menos de trescientas personas viven, como el hombre de Neanderthal, en cavernas que defectuosamente han adaptado para habitación, siendo, por tanto, superfluo referirse a las desfavorables condiciones de vida de esos refugios primitivos. En seguida están las chozas construídas con varas y pencas de maguey, o zacate; tampoco nos detendremos en comentar sus condiciones insalubres, por tratarse de habitaciones humanas que ni aun para chiquero de animales serían satisfactorias (lámina 58, b del tomo II). Como siguiente etapa evolutiva, en lo relativo a habitación actual de los moradores del valle, pueden citarse los típicos jacales en que vive la mayoría de la población (lámina 58, a del tomo II). Estos jacales, con ligeras innovaciones, son los mismos que usaron los antecesores de la actual población en tiempos prehispánicos y coloniales. Generalmente constan de un cuarto y en algunas ocasiones tienen dos o más; lindando con el jacal, o formando parte del mismo, hay chiqueros o cuadras para los animales. Están construídos con adobe o piedra, pues ésta abunda en la región; los techos son planos o inclinados, quedan sostenidos por vigas o morillos yson de tierra o tepetate molido cubierto con ladrillo o con una capa de mezcla o mortero aplanado. Casi siempre tienen una sola puerta y rara vez ventanas. Varios inconvenientes presentan estas habitaciones; desde luego, la capacidad del aire respirable es insuficiente, dado el número de personas y, en ocasiones, el de animales que duermen en ellas. En caso de enfermedades infecciosas, el contagio es inminente, por ser imposible el aislamiento de los pacientes. El suelo es de tierra apisonada, lo que facilita el desarrollo de gérmenes patógenos, por ser muy difícil su limpieza. Las rendijas que existen entre los muros y el techo, cuando éste es de alero y está hecho de paja o teja, hacen que las corrientes de aire alteren de súbito la temperatura de la habitación, principalmente en los meses invernales, lo que trae consigo frecuentes enfermedades de las vías respiratorias. La disposición de las habitaciones en los pueblos es, en cambio, muy favorable para la higiene colectiva, pues las casas no lindan unas con otras formando calles, sino que están construídas en el centro de un solar en el que generalmente se cultivan plantas y árboles de la región, como nopales, palmas y órganos, formándose con estos últimos las cercas que limitan los solares. Desde el punto de vista moral, es de sugerirse que aumenten las dimensiones de los cuartos y el número de ellos a fin de evitar la promiscuidad en que viven hombres, mujeres y niños y hasta animales. En cuanto a aspecto estético, puede asegurarse que, si bien los jacales complementan bellos y típicos paisajes regionales, considerados en sí mismos son vulgares y carentes de toda belleza; naturalmente que, por excepción, se encuentran muy pintorescos ejemplares. El mueblaje de los jacales ha sido aludido en páginas anteriores; esencialmente es el mismo o casi el mismo que se usaba antes de la Conquista; estera o petate y, en casos, un banco como lecho; raras veces, mesa; metates para moler maíz; tlecuil o fogón de piedra; comal para cocer las tortillas; dos o tres santos con velas y ofrendas florales, etc. ( Sin embargo de tan pronunciada decadencia, se observa que la tradición arquitectónica no se ha perdido entre los habitantes de la región, pues cuando éstos encuentran alguna facilidad para el desarrollo de sus aptitudes, producen obras dignas de encomio, de las que no desdeñaría ser autor un arquitecto; ejemplos de ello son el altar del Sagrado Corazón, de la iglesia de San Juan Teotihuacán ( La corta minoría, constituída por pequeños terratenientes, comerciantes y otras personas de situación económica relativamente superior, habita en casas análogas a las de las clases modestas de la Capital; pero como en esos pueblos no existen las condiciones favorables que hay en México, por ejemplo, drenaje, provisión de agua entubada, etc., dichas habitaciones son muy inferiores a las del mismo género que hay en la Capital; en villas y pueblos como San Juan Teotihuacán, Xometla y otros, se pueden observar casas típicas de esta clase. Respecto a mueblaje, se nota también la semejanza señalada; sólo que los muebles de las casas regionales adolecen de anacronismo si se les compara con los de la Capital. Pintura y escultura.— Si la arquitectura regional contemporánea presenta, según ya dijimos, aspecto tan desastroso, que en realidad no merece el nombre de tal, claro es que, en cuanto a pintura y escultura, las escasas manifestaciones artísticas que existen son igualmente deficientes. En verdad no conocemos nada que sea digno de mención a tal respecto. Durante la época colonial sí florecieron esas bellas artes; mas, por desgracia, la producción sólo era inspirada por la minoría social de carácter religioso a que hemos aludido y exclusivamente dedicada a ella; la fachada esculpida (lámina 154 del tomo I) y los hermosos frescos murales de la iglesia de San Agustín Acolman, así como los óleos y esculturas de santos, de esa y otras iglesias, lo proclaman así. Para el deleite de la gleba no hubo obra pictórica autóctona, pues no se le permitió elaborarla, forzándose, en cambio, su criterio estético para que aceptara de golpe la pintura importada. Si acaso en algo prevaleció la influencia de la técnica y el carácter de los viejos tiempos, fué cuando, en decoraciones de iglesias secundarias, la mano de obra indígena no podía menos de sentirse impulsada por la tradición, lo que automáticamente imprimió en aquéllas cierto carácter mixto hispano-indígena. Lo mismo puede decirse en cuanto a escultura, siendo ejemplo oportuno y típico de ello los leones de piedra que en varias iglesias sostienen los ciriales, leones cuyas crines fueron interpretadas con la técnica con que se esculpían las plumas antes de la Conquista (lámina 179, c del tomo I). La pintura y la escultura prehispánicas, sobre todo en lo relativo a decoración estilizada, eran suntuosas, características y originales. Los valores estéticos de esa decoración difieren de los que hoy privan, en que no sólo tendía aquélla a encarnar la belleza por la belleza, sino también era simbólica. Esa decoración agradaba a los teotihuacanos por ser hermosa a la vista, motivo único por el que también nos agrada a nosotros hoy en día; pero, además, sintetizaba para ellos los más hondos y emotivos problemas de la existencia. La lluvia, por ejemplo, de la que dependían las buenas cosechas, y de éstas, la vida de la población, aparecía continuamente simbolizada por la imagen de Tláloc, deidad que presidía su precipitación y que está esculpida y pintada en muros, escaleras, vasijas, estelas de barro y toda clase de objetos. En ocasiones, la estilización representa la imagen completa, mientras que en otras sólo aparecen alguno o algunos de sus elementos: dientes, ojos, volutas sub-nasales, etc. ( En cuanto a pintura, pueden citarse varios frescos murales de gran belleza, como el búho estilizado (lámina 32 del tomo I) y los tableros con flores, frutos y animales (lámina 27 del tomo I) del Templo de los Frescos, antes denominado Templo de la Agricultura; la hermosa greca policroma (lámina 30 del tomo I) que existe en Los Subterráneos o Edificios Superpuestos, y los sacerdotes que rinden culto al sol y que están en el edificio Casa de Barrios. Respecto a decoración escultórica, hay numerosas estilizaciones que ostentan refinado gusto y maestría en su ejecución, principalmente aquellas que complementan conjuntos arquitectónicos, como las grandes serpientes emplumadas que están esculpidas en el Templo de Quetzalcóatl, las almenas, los braseros, los grandes cráneos estilizados, las cabezas de tigre, etc., etc. ( En cuanto a las pequeñas esculturas que no forman parte de los conjuntos arquitectónicos, fueron producidas en gran profusión en la época prehispánica. Desde el punto de vista del material de que están formadas, pueden dividirse en esculturas de barro y de piedra. Por su forma, se clasifican en antropomorfas o representativas de la figura humana, zoomorfas o de animales, fitomorfas o de plantas y esqueyomorfas o de objetos industriales. Cultural y tipológicamente se notan cuatro grandes grupos de los cuales los tres primeros aparecen en la lámina 89 del tomo I: 1°—Esculturas de civilización arcaica o sub-pedregalense, las cuales tienen el carácter de arquetipos. 2°—Esculturas de civilización intermedia o arcaico-teotihuacana, que pueden ser consideradas como tipos de transición. 3°—Esculturas de civilización teotihuacana, que representan los tipos normales en la evolución escultórica regional. 4°—Esculturas de tipos culturales extraños—maya, zapoteca, etc.—, las que, probablemente, son ejemplares de intercambio comercial. Durante la época colonial decayó, hasta casi desaparecer, la producción de la pintura y la escultura de carácter aborigen, notándose apenas sus huellas en ciertas obras que no pudieron menos de recibir la influencia española, según ya quedó apuntado. En tiempos contemporáneos nada se ha hecho ni se hace en tal sentido. Artes menores e industriales.—Cerámica.—La cerámica contemporánea de Teotihuacán es una manifestación degenerada de la prehispánica; pero, entre las raquíticas producciones similares del valle, constituye la industria artística más importante, pudiéndosele restituir su abolengo si se enseña a los fabricantes a industrializar la producción y a modernizarla ligeramente, de acuerdo con el criterio moderno, tarea que ha emprendido la Dirección de Antropología. En efecto, en el valle abundan barros de suprema calidad; pero los hornos y herramientas son primitivos y la imitación servil de las viejas formas resta originalidad y espontaneidad a algunas variedades de vasijas. Dos clases de éstas se fabrican: 1º—Vasijas de uso doméstico de barro rojo, con la decoración pintada en uno o dos colores y la superficie vidriada con sales de plomo (lámina 69, b del tomo II). Morfológica y decorativamente, estas vasijas presentan satisfactorio carácter artístico por lo espontáneo de su factura. 2º—Cerámica ornamental de carácter arqueológico. Estas vasijas no constituyen propiamente falsificaciones, sino imitaciones convencionales de las antiguas, desde el punto de vista decorativo. Son de barro rojo sin vidriar, al que se aplica polvo de carbón, obteniéndose así el color negro que las caracteriza; el pulimento se hace, como en los tiempos antiguos, tallando la superficie con una piedra muy dura y lisa. La decoración consiste en grecas que imitan las arqueológicas, alternando con cabecitas moldeadas en originales antiguos, las cuales existen profusamente en la región. De la cerámica colonial nada podemos decir, pues no poseemos ejemplares de ella. Probablemente era análoga a la contemporánea, que, como ya dijimos, es continuación más o menos degenerada de la arqueológica. La cerámica arqueológica ofrece gran profusión de bellas formas y exquisitas y variadas decoraciones: decoración pintada, pulida, despulida, grabada, sellada, incrustada, cloisoné, etc. (figuras 48 a 60 del tomo I). Las tonalidades del barro son muchas: moreno, rojo, amarillo, anaranjado, ocre y negro, cuya coloración—la de este último—se obtenía con polvo de carbón. Probablemente destinadas a juguetes de niños, se reproducían miniaturas de las vasijas arriba citadas, siendo curiosa la profusión con que esos juguetes se encuentran en las excavaciones. Entre los objetos más característicos de la cerámica teotihuacana, pueden citarse los llamados candeleros, los cuales, según se demuestra en esta obra, estaban destinados a quemar resinas rituales, principalmente copal (figuras 61 a 90 del tomo I). Objetos domésticos, industriales, etc., etc.—Sería largo estudiar detalladamente en esta síntesis los objetos de tal especie que se construyeron y usaron en el valle durante la época prehispánica; así, que nos limitaremos a enumerarlos: malacates para hilar, sellos para decorar cerámica y tatuar, metates, molcajetes, cucharas de barro, raspadores para maguey, agujas, punzones, collares, orejeras, aretes, bezotes o adornos labiales, narigueras o adornos nasales, pinjantes, amuletos, cascabeles, navajas, cuchillos, puntas de flecha, mazas, navajillas y discos de pizarra, etc., etc. (láminas 118 a 121 del tomo I). Estos objetos están hechos con las materias más diversas: barro, hueso, conchas, obsidiana, jade, cobre, pirita, hierro meteórico, etc., etc. Hasta la fecha se ha transmitido el uso de casi todos esos objetos, principalmente los de carácter doméstico y algunos industriales, en tanto que la producción de los demás cesó en la época colonial. |
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NOTAS | |
15 | Es oportuno citar aquí que en Chalchihuites los muros fueron armados entre dos hileras de estacas de madera, colocadas a cierta distancia. Manuel Gamio. Los Monumentos Arqueológicos en las inmediaciones de Chalchihuites, Zacatecas. En Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología. México. 1913. Tomo II. |
16 | En 1911, por el entonces Inspector de Monumentos Arqueológicos, señor arquitecto Francisco Rodríguez. |
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