Reproducimos este fragmento de Fray Gerónimo de Mendieta, de su "Historia Eclesiástica Indiana, que trata de los ritos y costumbres de los indios de la Nueva España en su infidelidad" escrita a fines del s. XVI, y publicada por primera vez por Joaquín García Icazbalceta en México, 1770. 
Presagio funesto de la destrucción de los aztecas
Presagio funesto
Códice Florentino
 
HISTORIA ECLESIASTICA INDIANA
FRAY GERONIMO DE MENDIETA
FRAGMENTO
LIBRO PRIMERO - CAPITULO  VII
De cómo estos indios tuvieron pronóstico de la destruccion de su religion y libertad, y de algunos milagros que en los principios de su conversion acontecieron. 

No quiero detenerme en contar la manera de ídolos que estos indios tenian, ni las diferencias de sacrificios y ceremonias con que los adoraban, que todo era poco en respecto de lo que se halló en la tierra firme de la Nueva España; mas por poco que era, cotejado con la de México y otras partes, basta decir y que se entienda, cómo el demonio estaba de ellos tan apoderado y hecho tan señor y servido, cual pluguiera á Cristo que su Divina Majestad lo estuviera de todas sus racionales criaturas, ó siquiera de los que indignamente usurpamos el nombre de cristianos: y digo que lo usurpamos, pues no queremos hacer por amor de Cristo la centésima parte de lo que estos hacian por mandado del demonio y de sus ministros que para ello tenia escogidos, el cual se les aparecia muchas veces y en diversas figuras, y siempre feas como lo es él, y les hablaba dando respuestas á lo que le era preguntado, ó mandando á sus ministros lo que queria que persuadiesen al pueblo. Los caciques, que eran los señores, y los bohiques (que llamaban los sacerdotes) en quien estaba la memoria de sus antigüedades, contaron por muy cierto á Cristóbal Colon y á los españoles que con él pasaron, que algunos años antes de su venida lo habian ellos sabido por oráculo de su Dios. Y fué de esta manera: que el padre del cacique Guarionex, que era uno de los que lo contaban, y otro reyezuelo con él, consultaron á su Zemí (que así llaman ellos al ídolo del diablo), y preguntándole qué es lo que habia de ser despues de sus dias, ayunaron, para recibir la respuesta, cinco ó seis dias arreo, sin comer ni beber cosa alguna, salvo cierto zumo de yerbas, ó de una yerba que bastaba para sustentarlos para que no falleciesen del todo; lloraron y disciplináronse reciamente, y sahumaron mucho sus ídolos, como lo requeria la ceremonia de su religion: finalmente, les fué respondido, que aunque los dioses esconden las cosas venideras á los hombres por su mejoría, agora las querian manifestar á ellos por ser buenos religiosos, y que supiesen cómo antes de muchos años vendrian en aquella isla (La Española: Haití-Santo Domingo) unos hombres barbudos y vestidos todo el cuerpo, que hendiesen de un golpe un hombre por medio con las espadas relucientes que traerian ceñidas, los cuales hollarian los antiguos dioses de la tierra, destruyendo sus acostumbrados ritos, y derramarian la sangre de sus hijos ó los llevarian captivos, haciéndose señores de ellos y de su tierra; y por memoria de tan espantosa respuesta, dijeron que habian compuesto un doloroso cantar ó endecha, la cual despues cantaban en sus bailes ó areitos, en las fiestas tristes ó llorosas; y que acordándose de esto, huian de los caribes, sus vecinos, que comen hombres, y tambien de los españoles cuando los vieron. Todas estas cosas pasaron sin faltar como aquellos sacerdotes contaron y cantaban. Ca los españoles abrieron muchos indios á cuchilladas en las guerras y aun en las minas por lo que se les antojaba; derribaron los ídolos de los altares, sin dejar ninguno; vedaron todos los ritos y ceremonias con que eran adorados; hicieron esclavos á los indios en su repartimiento, y sirviéronse de ellos hasta acabarlos, tomándoles la tierra que ellos antes poseian. Todo lo cual bien pudo sacar algunos años antes el demonio por conjecturas, considerada la pusilanimidad de los indios y la condicion y brío de los españoles, que por ventura á la sazon andaban aprestándose en España, ó se comenzaba á tractar de la navegacion que se habia de hacer en descubrimiento de estas tierras. Puesto que estos indios por su desnudez y nuevo lenguaje, á los nuestros pareciesen bárbaros, y por estar tan acostumbrados á los ritos de su infidelidad, con que servian al demonio, pareciese dificultoso el traellos al conocimiento de la verdadera fe, la experiencia enseñó ser ello al contrario de esta opinion, porque antes se halló ser de su natural la gente mas mansa, doméstica y tractable que en el mundo se ha descubierto. Esto bien se prueba en el caritativo acogimiento que hicieron á Cristóbal Colon y á sus compañeros en su primera llegada; pues dice su historia que andaban tan humildes, tan bien criados y serviciales, como si fueran esclavos de los españoles. Y cuanto á ser fáciles á traer á la creencia de nuestra fe, lo mismo se verificó; pues en el mismo lugar se cuenta: que viendo á los cristianos adorar la cruz, la adoraban ellos y se daban en los pechos, y se hincaban de rodillas al Ave María; lo cual debia de causar el poco fundamento que en lo interior del corazon tenian para defender y sustentar su idolatría, y mucha facilidad para subjetarse al juicio de los mas entendidos y capaces, como veian que lo eran los españoles, y por tales los reconocian: y así, sin contradiccion alguna se baptizaron todos aquellos que por los predicadores del Evangelio fueron convidados, ó por otros cristianos persuadidos, aunque fueron muy muchos los que al principio murieron sin baptismo y sin recibir la fe, así por las guerras que con ellos los españoles tuvieron, como por el poco celo que por entonces hubo de su conversion. Hizo muy gran efecto el Santísimo Cuerpo Sacramental de Cristo nuestro Señor que se puso en muchas iglesias (de la isla La Española), porque con él y con las cruces que por todas partes se levantaron, huyeron los demonios y no hablaban como de antes á los indios, de que mucho se admiraban ellos. El cacique del valle, Quoanhau, quiso dormir con una su mujer que estaba haciendo oracion en la iglesia: ella le dijo que no ensuciase la casa de Dios, porque se enojaria contra él y lo castigaria; mas no curando él de estos temores, respondió con un menosprecio del Sacramento, que no se le daba nada de que Dios se enojase: cumplió su apetito, y luego allí de repente, enmudeció y quedó tullido; y arrepintióse despues y sirvió en aquella iglesia mientras vivió, no consintiendo que otro la barriese sino él. Tuviéronlo á milagro los indios, y visitaban mucho aquella iglesia por la devocion que de este acaecimiento cobraron. Acaeció, tambien que cuatro indios se metieron una vez en una cueva porque tronaba y llovia; el uno, con temor de rayo, se encomendó á la Madre de Dios, invocando el nombre de Santa María; los otros hicieron burla de él, y permitió Dios que los mató un rayo sin hacer mal al devoto. El segundo viaje que hizo Colon á aquella isla Española, mandó levantar una cruz hecha de un árbol rollizo, en la ciudad de la Concepcion de la Vega (Cruz del palo de la Vega), la cual en todas estas partes ha sido tenida en mucha veneracion y demandadas con mucha devocion sus reliquias, porque segun fama pública hizo milagros, y con el palo de ella han sanado muchos enfermos. Los indios de guerra trabajaban de arrancalla, y aunque cavaron mucho y tiraron de ella con sogas recias que llaman de bejucos, gran cantidad de hombres, no la pudieron menear; de que no poco espantados, acordaron de dejalla; y de allí delante le hacían reverencia, reconociendo en ella alguna virtud divina. 
 

 
LIBRO PRIMERO - CAPITULO  VIII
De lo que hicieron religiosos en la conversion de estos indios, y cómo algunos de ellos fueron muertos por irles á predicar el Evangelio.
 
En vida de los Reyes Católicos pasaron á la isla Española frailes de las órdenes de Santo Domingo y S. Francisco, los cuales fundaron sus monesterios en la ciudad de Santo Domingo, y primero los franciscos, que tambien hicieron monasterios en la ciudad de la Concepcion de la Vega, y en Santiago de la Vega, y en el Cotuy, que son pueblos de la misma isla Española; y despues poblaron en la isla de Cuba y en lo de Cumaná, como adelante se dirá. Y saliendo de estos monesterios, discurrian por todas las islas comarcanas, como son la de San Juan, llamada Boriquen; la de Jamaíca, la de Santa Cruz, la de Cubagua, que es la de las Perlas; la Margarita y la costa de Tierra Firme, predicando á indios y á españoles, convirtiendo algunos á la fe y estorbando en otros las ofensas de Dios que podian, aunque no tenían entonces la autoridad que era menester del Sumo Pontífice para administrar libremente los sacramentos y tener á su cargo la doctrina de los indios que se convertian, ni tenían el favor de los reyes para volver por ellos de los agravios que se les hacian. Fué de poco efecto lo que los frailes en aquellas islas hicieron, á lo menos cuanto á la conservacion de los naturales de ellas, porque estaban nuestros españoles tan señoreados de los miserables indios, y tan encarnizados en el servicio que les hacían de buscar y sacar el oro, y de cultivarles sus granjerías, y edificarles sus casas, ingenios y cortijos, que no bastaba predicacion evangélica, ni amonestacíon cristiana, ni amenaza del infierno para sacárselos de entre manos, y que (siquiera) tuvieran algun descanso del continuo trabajo corporal que les daban, y algun tiempo para enseñarse en las cosas de nuestra santa fe católica, por lo que tocaba á sus ánimas. Año de mil y quinientos y diez y seis, muerto el católico rey D. Fernando, y quedando por gobernador de los reinos de España en nombre del príncipe D. Cárlos, su nieto, el cardenal Fr. Francisco Jimenez, arzobispo de Toledo, tuvo noticia de este desconcierto y barbaridad que pasaba en las Indias, y cómo por esta causa los naturales de ellas iban en mucha diminucion; y celando el remedio de tanta disolucion, acordó de encomendar la reformacion de los excesos pasados á personas religiosas quitadas de los tráfagos y cobdicias del mundo. Y así, escogio y envió por gobernadores de la isla Española á tres padres priores muy señalados, de la órden del glorioso S. Gerónimo, doctor de la Iglesia, los cuales sin detenimiento llegaron á la ciudad de Santo Domingo el mismo año de diez y seis, y hicieron en el caso lo que pudieron, qué fué lo uno, quitar el repartimiento y servicios de indios á los caballeros y personas cortesanas, que por favor habian alcanzado la merced de ellos sin ser conquistadores ni pobladores, ni aun llegado á tierra de Indias, porque á la verdad los poseian mas injustamente que otros, pues gozaban de su sudor y sangre sin algun título ni color, mas de aquel que pretendia su cobdicia y interes. Y demas de eso sus mayordomos ó hacedores que acá tenian, por agradar á sus amos enviándoles cantidad de oro, y juntamente por aprovecharse á sí mismos, fatigaban mas que inhumanamente á los indios haciéndoles trabajar dias y noches sin les dar lugar de resollar. Lo segundo que hicieron aquellos padres gobernadores, fué dar órden en que los indios que no eran esclavos saliesen de las casas y haciendas de los españoles que los tenian opresos y totalmente ocupados en su servicio como a captivos, y se juntasen en poblaciones cómodas adonde pudiesen ser doctrinados de los ministros de la Iglesia, en lo que convenia á sus ánimas, y desde allí acudiesen á servir á sus amos en quien estaban repartidos, moderadamente, de suerte que no les faltase tiempo para entender en la labor de sus heredades y granjerías, y en el sustento de sus hijos y mujeres. Con esta buena traza de los nuevos gobernadores, y con el favor que daban á las cosas de la doctrina, cobraron ánimo los religiosos franciscos y dominicos para emplearse mas de veras en ellas; y no se contentando con predicar y doctrinar á los naturales de la isla por medio de intérpretes que tenian criados y enseñados en sus monasterios, iban (como dicho es) á hacer el mismo fruto por las islas comarcanas, poniendose á riesgo de que los matasen los indios caribes, comedores de carne humana, que tienen su habitacion en islas de aquella vecindad, que traviesan de isla en isla en sus canoas (que son barcos de sola una pieza), en busca de esta caza, como de hecho mataron algunos, y entre ellos flecharon una vez á Fr. Hernando de Salcedo, y á Fr. Diego Botello, y á otro su compañero, todos tres frailes franciscos, y se los comieron, y llevaron los hábitos y cabezas en lugar de banderas. En este tiempo, que fué el mismo año de diez y seis, pasaron otros religiosos franciscos desde la isla Española á tierra firme, llamada costa de Paria, que confina con la isla de Cubagua, donde se halló la contratacion de las perlas: y siendo muy bien recibidos de los indios de Cumaná, que á la sazon eran aún todos infieles, fundaron un monasterio, teniendo por su vicario á Fr. Juan Garcés, y comenzaban á juntar los niños y mozuelos, hijos de principales, que se los daban muy de buena gana sus padres, y enseñarles á leer y escribir, y la doctrina y policía cristiana; y baptizaron muchos, así chicos como grandes, que se convertian por su predicacion y por ver su buena vida. Oyendo esto tres religiosos de la órden de Santo Domingo que andaban entre los españoles en la isla de las Perlas, tomóles envidia santa de sus hermanos los franciscos, y queriendo hacer otro tanto como ellos, pasaron á la costa de tierra firme, veinte leguas al Poniente de Cumaná, y comenzaron á predicar en una poblacion llamada Piriti, que es de la provincia Maracapana. Mas no fueron casi oidos ni vistos, porque unos indios los mataron luego, y segun dicen, se los comieron. Pasaron despues otros de la misma órden y fundaron monesterio en Chiribichí, cerca de Maracapana, y llamaron al monasterio Santa Fe. Ambas órdenes hicieron gran fruto en breve tiempo en la conversion de los indios de toda aquella comarca, y los tenian ya tan pacíficos y amigos de los españoles, y la tierra tan asegurada con su doctrina y continuas buenas obras que los naturales recibían de aquellos dos monesterios, que entraban los españoles cien leguas de aquella costa, puesto que no fueran mas de dos ó tres, y aun uno solo, tan segura y libremente como si pasaran por los reinos de Castilla. Pero Satanás, que no duerme, procuró que esta paz y quietud y aprovechamiento de las almas durase poco tiempo, como por la mayor parte duran poco en el mundo las cosas nuevas, buenas y provechosas, mayormente en las Indias, como tambien duró poco el buen gobierno de los padres gerónimos en la isla Española; porque apenas habian comenzado á poner en ejecucion sus justas y santas ordenanzas, cuando por procuracion de algunos, á quien ellos habian privado de sus ilícitos aprovechamientos, fueron llamados á España y vuelta la gobernacion á personas seglares, y por consiguiente la ocasion de acabarse y destruirse los indios vuelta al primer estado. Pues volviendo al propósito de lo sucedido en Cumaná y Maracapana, casi todos los cronistas que escriben cosas de Indias, cuentan cómo los naturales de aquella costa se rebelaron en fin del año de diez y nueve, y que como malos, ingratos y sacrílegos, mataron á los religiosos que tan buenas obras les habian hecho, y asolaron aquellos dos monesterios y cuanto habia en ellos, demas de que mataron mas de otros cien españoles que andaban rescatando; y encarecen lo posible la maldad de los indios (que á la verdad no es de aprobar), pero no declaran ni hacen mencion de la ocasion que les dieron, así en lo general, con las vejaciones y molestias intolerables que en aquel tiempo, más que agora, recibian á doquiera los indios de nuestros españoles, como en particular de un mal hombre que sobre todos los escandalizó, puesto que por justo juicio de Dios pagó luego la pena de su pecado. Pero no hay agora quien le eche la culpa, contando la verdad de como ello pasó, si no es el obispo de Chiapa, Fr. Bartolomé de las Casas, en una apología que escribió en defension de los indios, á quien por la autoridad de su persona, religion y dignidad, y por el cristianísimo celo que en sus obras y escritos mostró de la honra de Dios, es razon de darle todo crédito, mayormente en este caso, que resultó en daño de su propia órden y religiosos de ella. Y porque ninguna palabra ponga yo de mi casa, pues aquella apología no está impresa ni se imprimirá (á lo que creo), referiré aquí al pié de la letra todo el capítulo que sobre esta materia escribe, repartiéndolo en dos por ser largo, y es el siguiente.
 
 
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