Fernando Ortiz, cubano, realizó un importante estudio sobre El Huracán, su mitología y sus símbolos (Fondo de Cultura Económica, México 1986), del que reproducimos su Cap. III, pgs. 107-128. |
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Sumario: La espiral como símbolo rotatorio del viento. – La espiral en la naturaleza. – El esquema del símbolo indocubano. – Origen histórico de las espirales. – Las danzas mágicas, el bumerang, la honda, la bramadera. – Concepto mitológico de los vientos. – Los símbolos espirales y sus derivados. – Las espirales y los meteoros. – Atenea y el aire. – El pneuma, el mana, el cemí. – Las espirales para "llenar espacios". – Figuras escénicas de Zeus, Apolo y Artemisa. – Complejidad simbólica de los "fondos cósmicos". – Los dioses solares y los meteóricos. – Características de los dioses de las tempestades, según G. Foucart. – El simbolismo rotatorio. – Las espirales en las culturas clásicas. – Las trombas o torbellinos de viento, de agua o de polvo. – La espiral en la cabeza. – Las espirales dobles. – La espiral y el rayo. – La espiral, la palmera y el pulpo. Volvamos ahora al símbolo indocubano de nuestra investigación. Recordemos ante todo que el huracán es un meteoro de función rotativa, es precisamente un ciclón como los científicos han escrito con raíz griega, por el desarrollo circular o arremolinado del fenómeno. De ahí podremos deducir el simbolismo del ideograma helicoideo de los indocubanos y su hipotética relación con el dios Huracán. Esta estriba en que dicho dios, como el de los remolinos, de los vientos y de las tempestades en general, ha sido representado por todo el mundo con un símbolo de carácter giratorio, y por mayor abstracción esquemática, como una espiral. En el simbolismo dinámico del viento hubo que aceptar varios elementos, real o aparentemente de carácter giratorio; tales eran el movimiento centrípeto de los remolinos, las mangas y, los tifones, en su diversidad, tornadiza por todos los rumbos, y la procedencia de los vendavales más furiosos del hemisferio boreal, los "nortazos", que bufaban desde la tramontana o el septentrión, donde estaba el eje del cosmos junto a las constelaciones circumpolares. Los Septem Triones, que rotaban a su alrededor y lo señalaban claramente a los seres humanos. Además de esos movimientos de rotación, en el viento había que simbolizar su fuerza impelente, unida o no a su potencia giratoria. Para representar el movimiento rotatorio habría bastado con la circunferencia, si este simple esquema lineal no se confundiera fácilmente con el sol, por la figura circular de éste y por su propia "circulación" por la bóveda celestial y por las sombras subterráneas. Por eso al diagrama circular hubo que añadirle signos complementarios si se quería representar el viento con sus volteos. A veces bastó dotar al círculo con unas simples líneas alabeadas; otras fue necesario añadirle ciertos signos biomorfos para darle expresión de movimiento, como aves, alas, plumas, serpientes, escarabajos o piernas, o bien emblemas mecánicos como ruedas, radios cruciformes, naves veleras, etc. Pero aun con tales aditamentos, el símbolo circular del viento podía confundirse con el disco o la esfera del sol. Sin duda, cayeron en esa confusión no sólo los mitólogos antiguos sino los de los tiempos modernos. En cambio, con la espiral y sus derivados la confusión era y es imposible. El movimiento giratorio del viento aciclonado, unido al ascensional del aire, dan la idea de la espiral; tal como ocurre de una manera visible con el tomado, con la tromba marina, con el "rabo de nube" y con los pequeños remolinos visibles que por campos y calles van levantando y revolviendo el polvo y las hojas secas, o dejan sus huellas espiraliformes en los arenales movedizos. Por eso, entre todos los símbolos del viento el favorito fue la espiral en dirección centrípeta. Por otra parte, el movimiento de traslación del viento unido al giratorio podían expresarse por medio de espirales conjugadas en formas diversas. Es cierto que las espirales conjugadas podían expresar así las volutas del aire como las ondas de las aguas marinas o fluviales y hasta el rodar de los truenos, y esto ser motivo de ambigüedades en la interpretación de los simbolismos; pero no siempre esta confusión era fácil, como se irá viendo. La espiral aparece en el arte decorativo más simple; en el más antiguo como en el más "primitivo". No solamente aparece la espiral en su forma geométrica más sencilla,
En la antigua cultura de Egipto, desde la época predinástica, aparecen ya muy variados tipos de espirales, que algún milenio después se transmiten en buena parte a la cultura griega.2 En la egea los motivos curvilíneos fueron de una variedad y maestría sorprendentes. "Por la busca curiosa de nuevas espirales, alcanzó una elegancia original y refinada".3 Todos estos diagramas han tenido diversos sentidos emblemáticos según los pueblos y los tiempos; pero, sin duda, para la espiral simple y aun para la sigmoidea, los simbolismos más difundidos y seguros han sido los del viento y de las ondas acuáticas. Dice Parkin que
Pero aun en la misma naturaleza pueden señalarse otros muchos rasgos espiroideos. En la botánica hay otras plantas con hojas o pétalos encaracolados. Por eso a una de ellas se le dice en castellano, caracolillo. Algunas plantas son giratorias, heliotrópicas o no. También hay plantas que crecen, se retuercen y trepan revolviéndose en curvas, unas siempre hacia la izquierda y otras hacia la derecha. Los botánicos no han dado explicación definitiva a esa tendencia de ciertas familias y géneros de plantas hacia la adopción de una curvatura de dirección típicamente constante; pero cualquiera que ésta fuere, el salvaje, gran observador de la naturaleza, no dejó de apreciar esos desarrollos espiraliformes. Y no olvidemos las volutas de los lotos y de ciertas palmas, cuyos voleos dieron su motivo a la arquitectura y a la decoración, ni las espirales de la vid. En la zoología, amén del sinnúmero de caracoles terrestres y marinos, producen espirales en los mares los hipocampos o caballitos marinos, los tentáculos de ciertos cefalópodos, las anguilas, los congrios y otros peces malacopterigios. Un ejemplo significativo es el de ciertas anguilas que en Brasil llaman "eléctricas". Sus sorprendentes descargas y la forma sinuosa y espiraloide de esa anguila la hicieron un personaje mitológico. Esa anguila es muy común en todos los ríos brasileños del norte y en los de las Guayanas, donde crece hasta cinco pies, y a veces con su descarga eléctrica mata a los hombres que caen al agua; por lo que es muy temida y figura entre los seres sobrenaturales. Los sacerdotes indios las relacionan con la producción de los rayos, los truenos y las lluvias.5 De la tierra bastaría citar las serpientes y todo género de ofidios, las orugas o larvas de los insectos lopidópteros o mariposas, los alacranes y escorpiones, las lombrices y buen número de gusanos vermiformes. El pequeño lagarto cubano llamado Baboya (Leiocephalus cubensis, Gray) tiene el rabo enroscado en espiral. Sobre todo la serpiente es el ser de la naturaleza más relacionado con la espiral, desde los tiempos más remotos del arte. La serpiente habría bastado por sí sola para llenar el mundo simbolista de espirales, uniendo a la multiplicidad de sus estéticas sinuosidades el misterio de su forma y de su vida, que ha hecho de ese reptil un ser de universal atracción religiosa. la espiral también estaba visible en les cuernos de muchos cuadrúpedos y en las trompas de los elefantes. Algunos indios de México y Suramérica, preguntados por la significación de ciertos dibujos y petroglifos en espiral, dicen que figuraban el rabo del mono. El halcón se distingue por su vuelo en espiral, sin que las alas se muevan al parecer; de ahí vino que los antiguos egipcios lo dedicaran al supremo dios Ra o a Horus. Mackenzie, tratando del origen de las espirales, llega hasta señalar que los primitivos debieron de advertir que el perro da varias vueltas antes de echarse. Y también nota que el pavo real se inquieta al aproximarse la tempestad y da vueltas repetidas, por lo cual en la India creen que su "danza" circular es mensajera de las lluvias v los truenos. Lo mismo debía de ocurrir entre los indios de América con el pavo o gallipavo (uexolotl o guajolote de México y guanajo de Cuba). A esta ave los nahuas y los mayas la relacionaban con las lluvias y con Tlaloc.6 Los campesinos cubanos saben que esas gallináceas se intranquilizan mucho cuando se aproximan las tormentas, salen de sus gallineros y escondrijo y se encaraman en los árboles, y sobre todo hacen su rodeo, desplegando en rueda las plumas de su cola. Los cisnes y los flamencos presentaban las líneas sinuosas en sus cuellos largos y flexibles. Por eso fueron emblemáticos de los vientos que acompañaban al sol. Del ser humano, los antiguos advirtieron las espirales en los pabellones de las orejas y en los ombligos, así como en los rizos del cabello y de los vellos que aparecen en el bajo vientre con la pubertad. Hasta los "remolinos" de pelo, o sea los "retorcimientos del pelo en redondo que se forman en una parte del cuerpo del hombre o del animal", como dice el Dicc. de la Academia, debieron de ser observados por los hombres de cultura primitiva. Y ésta no es una opinión infundada, pues ya veremos cómo los tuvieron presentes varios pueblos como signos de sacralidad. Entre las espirales que fueron observadas por el hombre y le inspiraron explicaciones, quizás estuvo (¿por qué no decirlo?) su propio excremento y el de ciertos animales. Los psicoanalistas afirman que "la espiral tiene un valor excrementicial, tal vez porque las deyecciones humanas y las de ciertos animales poseen esa forma"7 y por esto a la serpiente le dan un valor simbólico excrementicio. También se conocían otras espirales de la naturaleza. En las arenas de los desiertos los vientos, cuando en sus remolinos arrastran vertiginosamente semillas, hojas o ramitas sueltas, dejan huellas de formas desusadas, circulares o espirales, a las cuales los "intelectuales" primitivos tuvieron que hallarles una explicación. En las tranquilas aguas marinas o fluviales la nave rápidamente impulsada contra corriente, aun la primitiva canoa o monóxila, iba siempre seguida por la popa de algunos remolinos o vórtices de rotaciones contradictorias que se disolvían en las estelas; son los que los físicos llaman hoy día "trenes de vórtices". Los antiguos remeros y timoneles debieron tener para esos misteriosos y contrapuestos remolinos una explicación. Asimismo tuvo que acontecer con los grandes sumideros de las aguas de los ríos y los que se producen en ciertos antros por las costas marinas de las tierras cavernosas. En las Antillas abundan los ríos que son trabados por la tierra y cuevas por donde aquéllos corren y se sumergen en arremolinados anillos. Pedro Mártir refiere que los indios de la Española conocían una gruta, Caizimú, con "terribles hervideros que luchan entre sí".8 Todas estas espirales fueron objeto de sendas interpretaciones mitológicas y de correlativos simbolismos. Los remolinos de agua eran por donde se bajaba al reino de los muertos. Dionisos descendió al infierno por un remolino del lago Alcionio, cuando fue a llevarse a su madre Semele, según refiere Pausanias.9 Esos remolinos tienen la propiedad de atraer hacia el fondo a todo aquél que se atreve a nadar cerca de ellos: el agua se apodera del incauto y se lo lleva a las profundidades. Famosa fue la vorágine mitológica de Caribdis. En la laguna de México había un remolino llamado el sumidero de Pantitlán, semejante al del lago Alcionio, en donde los mexicanos solían arrojar joyas y objetos preciosos para ellos; echaban también en algunas solemnidades víctimas humanas, dedicadas a Tlachtonco.10 En esta rápida enumeración faltan todavía otras espirales, sacadas también de la naturaleza, no como una copia esquemática de ciertos rasgos morfológicos de la flora y de la fauna, sino como una representación gráfica de los movimientos de ciertos fenómenos naturales. Las espirales, sencillas o dobles, sueltas o enlazadas, con su desarrollo diestro o siniestro, en todas partes han sido simulacros de ciertos fenómenos meteóricos que han podido ser interpretados por su figura, su sonido o su acción como de carácter rotatorio. Así las espirales por su figura representan, ondulantes o encaracoladas, las olas del mar; por la proyección vertiginosa de su luminosidad se significó el relámpago así por una línea zigzagueante como por otras sinuosas y espiroideas; por la impresión acústica del ruido de una bola al rodar sobre un suelo, las espirales querían evocar el retumbo de los truenos en los cielos, que ya los antiguos imitaban en sus teatros y templos haciendo rodar un tonel con unos pedruscos dentro; por el recuerdo de su perniciosa acción, las espirales fueron también símbolo de los terribles meteoros aéreos, de tipo giratorio, que arrebatan y destruyen los hombres y las cosas. Tales son los remolinos de viento, las trombas marinas, las torvas de nieve, las tolvaneras de los desiertos, los turbiones equinocciales, los tomados de las llanuras y sobre todo los huracanes de los trópicos. Los ejemplos comprobatorios son innumerables. Hay para llenar varios volúmenes. Aquí habremos de referimos a ciertos casos concretos por lo que aportan específicamente a la comprensión de nuestra tesis. Así, pues, tratando de explicar la teoría de Parkyn, la espiral, como forma o movimiento, es lo suficientemente rara en la naturaleza para que el hombre observador se interese por ella precisamente por su inusitada peculiaridad; pero, al propio tiempo, la circunstancia de que las espirales puedan servir como esquema dinámico para expresar emblemáticamente los movimientos rotatorios de ciertos fenómenos naturales muy trascendentes y temibles, como los oleajes, los rayos, los truenos, los vientos, los remolinos, las trombas y los tifones, ha sido suficiente para justificar el empleo de los diseños espiraloideos desde los tiempos más remotos de la humanidad. Además, la espiral bien desarrollada o simplemente la voluta, que es una espiral embrionaria, sirvió a veces no sólo para simbolizar el viento, sino el aliento, el espíritu y la palabra, que fueron conceptos derivados del que se tenia del viento; y, siendo aquéllos invisibles y activos como el aire, se les aplicó un emblemismo análogo. Y todavía pueden señalarse otros fenómenos importantísimos muy impresionantes y observables desde las primeras etapas del progreso humano, los cuales encontraron en los diagramas espiroideos su expresión gráfica y simbólica como fenómenos no propiamente en espiral sino como circulares en movimiento. Tales son las revoluciones de las estrellas, sobre todo las más cercanas al polo boreal, girando siempre a su alrededor, y las apariciones y desapariciones periódicas de ciertas constelaciones que surgen del horizonte o se esconden tras él según las estaciones. Todos estos movimientos rotatorios de la vida cósmica fueron observados, y desde los más remotos tiempos computados en cierto modo empírico y hasta medidos, porque por ellos se regulaban las navegaciones, las pescas, las cacerías y las faenas agrícolas. El mismo movimiento del sol y de las estrellas se tuvo como una rotación alrededor de la tierra. Por eso los egipcios tomaron como un emblema del sol el escarabajo bolero, que va empujando la esferilla de estiércol haciéndola rodar hasta su destino. Y lo que es de sumo interés para nuestra tesis, en las cosmogonías se concibió que los astros desde su inicio eran movidos a impulso de los vientos, como únicas fuerzas capaces de crear el movimiento universal.
Además, las técnicas elementales de los hombres primitivos ya conocían los movimientos rotatorios y las espirales. Sin duda el descubrimiento de la rueda debió de ser muy impresionante. Sobre todo cuando ésta se inflamaba por su rotación con el eje. La rueda fue, por eso, como un disco de fuego y devino un símbolo solar. Pero se tardó mucho en inventar la rueda y hubo grandes civilizaciones, como las precolombinas del continente americano, que no conocieron las ruedas.12 Lo cual no obstaba a que se conocieran ciertos movimientos giratorios en sus técnicas cotidianas. Aun antes de inventar la rueda, ya usaban el rodillo hecho de un tronco de árbol que hacían rodar. Empleaban en su ritos las piedras redondas, naturales o artificiales.13 Y con éstas, las pelotas de hule, que los indoamericanos usaban en sus juegos para imitar los movimientos astrales. En las cuales se pintaban sendas espirales para simular el viento que debía hacerlas volar, saltar y rodar, como puede verse en las figuras de los códices aztecas precortesianos que han llegado a nuestros días. Girando un palito duro sobre otro blando sacaban fuego. Bastaba que ello se hiciera con las manos para comprender el movimiento rotativo y darle a su virtud ignífera una interpretación mágica. Si el fuego se obtenía por medio del taladro giratorio o de cordel, tal como lo hacían los indios sioux y los iragueses14 y antiguamente los egipcios,15 en las formas que adopta el cordelito del aparato aparecen y desaparecen las espirales; y dan la idea, no equivocada, de que en ellas o en su función está la fuerza que mueve el aparato creador del fuego. Y por eso este molinillo encendedor de fuegos, movido por el cordelito enroscado en espirales, fue instrumento ritual doquiera fue conocido. Haciendo girar una honda o una boleadora lanzaban piedras a gran distancia, con la rapidez del rayo y con tal fuerza que su golpe, como el del rayo, derribaba a un animal o a un hombre. Volteando un cordel con una piedra mágica, producían el zumbido del viento furioso y provocaban las lluvias. Con un palo el hechicero revolvía el agua en una vasija, y se creaba en ellas el remolino, que en los cielos debía traer el aguacero. El descubrimiento del látigo y sus chasquidos dio al hombre la experiencia de sinuosidades que producían sorprendentes estallidos como los del rayo y silbos como los del viento.16 El nudo fue uno de los inventos más primitivos y útiles para la humanidad y su progreso técnico. Desde que se hizo con tripas, tiras de piel, bejucos y ariques y otras, aun antes de inventarse los hilos y las sogas que los indios hacían con fibras de cabuya, henequén y maguey. En el nudo ya está el dominio de las curvas sinuosas y espirales. El hombre desde que aprendió a anudar con un bejuco ya supo torcer las líneas en formas giratorias, mucho antes de que se descubrieran los metales y que los alambres fuesen retorcidos por los artistas. La misma invención del hilo, de la cuerda y de la soga consistió en torcer en espiral las hilazas o fibras para aumentar su resistencia; o sea en darles vueltas sobre si mismas para que tomen forma helicoidal y se aprieten. Con las vueltas del huso las hilanderas formaban el hilo y, creyendo ayudar mágicamente a la velocidad rotatoria de ese instrumento, poníanle espirales en la fusayola o tortera, como puede verse lo mismo en las arcaicas de Troya que en las de los indios tejedores de América precolombina. En el uso y hasta en el reposo de hilos y cordeles fueron y son siempre frecuentes las posiciones sinuosas y espiroideas, así en los ovillos, carretes y madejas, al ser devanados y enrollados, como en los trenzados, lazadas y anudamientos para los amarres, tejidos, redes, hamacas y cesterías. Las cuerdas en desuso generalmente se adujan, sobre todo en las naves, para que ocupen el menor espacio posible; una soga en adujas es como una serpiente enroscada en espiral. En otro campo de la técnica primitiva, aun antes de inventarse la rueda del alfarero, ya éste sabía hacer las vasijas por el procedimiento de colocar tiras de barro como adujas, una sobre otra en espiral y uniéndolas entre si para formar una masa compacta y circular cual si fuese torneada. Todos esos fenómenos rotatorios naturales y técnicos se fueron relacionando mitológicamente unos con otros. A veces por su misma, correlación metódica, como los truenos, los oleajes y las trombas que acompañan a las tempestades y huracanes; otras veces por mera imaginación interpretativa, como ocurre con la asociación del huracán con las serpientes, los caracoles y la Osa Mayor, todos ellos homologados entre si en el emblema giratorio. El ideograma cubano puede ser visto esquemáticamente como una circunferencia nuclear con dos álabes externos, simétricamente contrapuestos en forma sigmoidea, lo cual basta en su simplicidad para dar la idea giratoria. Pero si se desarrollaran indefinidamente, esas curvas alabeadas podrían llegar a considerarse como dos embrionarias líneas espiroideas, nacidas de un mismo foco, el círculo cefalomorfo, y volteando ambas paralelamente a su alrededor; así el emblema acrecentaría su énfasis giratorio. O también pudieran ser imaginadas dichas hipotéticas espirales con sendos focos independientes y unidas entre si por sus líneas exteriores, como por los hombros de un ente antropomorfo. Es fácil estimar que los dos álabes en cuestión no sean sino dos líneas espirales o volutas en embrión, tales como las usaron con desarrollo completo y conjugadas los mismos indios antillanos. Esto ayudaría a su análisis y facilitarla la solución que buscamos; pero no hay por qué llevar la imaginación más allá de lo que el mismo diagrama cubano es y expresa con suficiencia. La misma figuración de las líneas alabeadas como dos brazos humanos con sus manos impide toda hipótesis de que sus líneas puedan ser prolongadas hasta convertirse en espirales. En el símbolo cubano hay todavía un arte primitivo muy realista que no ha pasado plenamente a las estilizaciones lineales sutilmente abstractas. Creemos que basta la interpretación esquemática de la cabeza con sus dos brazos alabeados para definir el ideograma indocubano y su simbolismo. Sin embargo, la indicada esquematización del signo nos parece necesaria para conducimos a su interpretación, no sólo por medio del análisis del signo que nos lleva a la alegoría giratoria, sino por los numerosos datos y argumentos que nos proporcionarán la mitología y la etnografía comparadas. Será sin duda conveniente, para mejor dilucidar el sentido del ideograma indocubano, hacer una breve excursión por la historia e interpretación de las espirales en diversas mitologías. Saber cómo esos símbolos han sido empleados por las culturas llamadas "clásicas" y las conocidas por "primitivas" puede ayudarnos a comprender el propósito de los indocubanos al adoptar el ideograma que nos interesa, cuál fue su idea y cuál la relación que vieron entre ésta y su grafismo. Aclaremos ante todo que las espiras o líneas espiroideas son susceptibles de muchos tipos, de los cuales algunos tendremos que tratar en este trabajo. Primeramente de la espiral sencilla, emblema el más simple del movimiento giratorio. Después, de los dos tipos de espirales que podrían surgir por la prolongación de las líneas alabeadas del esquema de la imagen indocubana. Y luego de otras variedades, curvilíneas y rectilíneas, aisladas y conjugadas, que tienen interés para nuestro estudio. Se han formulado sendas teorías para explicar la aparición de la espiral y sobre todo de las espirales conjugadas en diversos enlaces, combinadas en grupos, seriadas en bandas continuas o en meandros. Se ha sostenido que la espiral se encuentra por primera vez en el Viejo Mundo a fines del periodo neolítico y a comienzos de la edad del bronce. Pero no se puede precisar dónde surgió primero y la opinión se inclina a creer que las espirales nacieron independientemente en diversos lugares y culturas; o sea que hubo un poligenismo de las espirales, según sugirió Reinach. Se ha dicho que las espirales tuvieron origen en el Egipto prefaraónico, de donde fueron llevadas a Creta y luego hasta la Europa del Norte. Según Petrie, la espiral fue uno de los principales motivos de la decoración egipcia y precedido sólo por el loto;17 ya aparece en los escarabeos de la V dinastía y de allí pasó a las culturas micénicas del Egeo. Pero en el Mediterráneo ya se encuentran las espirales en la época premicénica, y también se hallan en los monumentos megalíticos de las Galias y de las Islas Británicas e Irlanda, como ha demostrado Déchelette. También han sido halladas las espirales en las grutas pirenaicas de Lourdes y de Arudy y en herramientas de los cazadores del reno, lo cual hace remontar su aparición a la época cuaternaria. En esas culturas trogloditas ya se halla, no un mero trazado de volutas simples, sino un conjunto artístico y conscientemente trabado de espirales conjugadas o sea combinadas unas con otras en formas diversas y en series recurrentes.18 Por otra parte, está muy difundida la teoría de que la espiral entra en el arte con el invento de los metales.19 Se pretende que los aurífices babilonios inventaron la espiral, que del metal pasó grabada a la piedra y después pintada a la cerámica, y de Babilonia a Egipto y luego al resto de Europa hasta Escandinavia. Pero las espirales como motivos emblemáticos son anteriores al invento y trabajo de los metales. Sin duda, la técnica metalúrgica facilita con los hilos metálicos la formación de las líneas espirales, pero éstas la anteceden. El mismo Hall admite que antes de los metales ya se encuentra "alguna aparición esporádica" de la espiral. En las pictografías y los petroglifos y en la plástica ya figuran espirales, aun en los pueblos cuyas culturas no conocieron los metales. Déchelette observa que la espiral ya se encuentra en los grabados hechos en huesos de reno, por la época cuaternaria en Europa. No parece admisible que la humanidad ignorara por tanto tiempo, como supone Hall, los movimientos giratorios; ni que, apreciándolos en cosas y fenómenos muy importantes de la naturaleza, no acudiera a su representación mimética y gráfica tan pronto como su mentalidad lo condujo a los conceptos mitológicos, a los procedimientos de la magia y a las expresiones artísticas. Recordemos, como ejemplo, ciertos elementos sociales de función simbólica muy extendidos en los pueblos primitivos, tales como son las danzas colectivas, la boleadora y la bramadera. No parece aventurado opinar que ciertos fenómenos de la dinámica cósmica fueron interpretados por medio de espirales, en piedras, arcillas y metales, independientemente de las figuraciones esquemáticas, por los movimientos circulares y helicoides de las danzas mágicas, y de forma mimética y de propósito homeopático, tendientes a provocar la producción de ciertos fenómenos sidéreos o meteóricos que son de carácter rotatorio, como los movimientos astrales que marcan las estaciones, o las trombas y lluvias que aparecen con las tempestades de los equinoccios, etc. La danza colectiva se desarrollaba frecuentemente en forma circular o espiral; imitaba el camino del sol o de la luna, y el retorno de las estaciones, o el vértigo de los tifones y remolinos y la llegada de los aguaceros. Ya volveremos sobre este tema en la última parte de nuestra investigación. Por otro lado, los salvajes, los egipcios y otros vetustos pueblos, como los galos y los teutones, conocían esa curiosa arma giratoria y aérea que aún conservan los aborígenes australianos, conocida por bumerang. Su misterio está en cómo o va dando vueltas en espirales por el aire hasta que retorna a su lanzador o hasta que la detiene la resistencia del aire. También ciertos pueblos primitivos y otros mediterráneos, usaban el arma conocida por boleadora, consistente en una o más piedras esféricas atadas al extremo de una tira de cuero o cuerdecilla. Para su uso el guerrero o cazador, sujetando ésta por uno de sus cabos, hacia girar rápidamente la piedra del otro por encima de su cabeza y en el momento oportuno soltaba la soguilla y los proyectiles salían con ella disparados en línea tangencial a la circunferencia del movimiento circulatorio qué los impulsaba y en línea recta hacia el blanco deseado, en el cual herían o se enredaban para apresarlo. Derivación de la boleadora fue la honda, más cómoda y segura, por la cual el soldado retenía el aparato, formado por dos tiras en cuyo centro se ponía suelto para su rotación el pétreo proyectil, que al ser lanzado hería a su víctima mediante un violento golpe. Por la boleadora y la honda se hacia como si de repente zumbara un torbellino de viento misterioso que arrojará piedras mortíferas como si del rayo fueran. De todos modos, el movimiento giratorio de esas armas y los efectos que de ellas resultaban, tenidos como prodigiosamente mágicos, no pasaron desapercibidos en los albores de la cultura humana. Así como las vibraciones de la correa o cordel del arco flechero en tensión dieron principio a los instrumentos de cuerda, así la boleadora también debió de dar origen a ese simple, giratorio y universal instrumento sonoro, llamado en castellano zumba o bramadera, con el cual los pueblos han imitado el furioso bramido del viento, haciendo girar rápidamente sobre su propio eje y alrededor del operante la tablilla, a veces rombal,20 que constituye su secreto. La bramadera se ha usado por numerosos pueblos en sus ritos más esotéricos, en las iniciaciones de sus misterios. Aún sobrevive en Cuba para ciertas liturgias funerarias y necrolátricas, ya de muy rara celebración, entre los negros africanos y sus descendientes. En Cuba aún se dice por el vulgo, cuando surge algo extraordinario e inexplicable por su mérito, dificultad, peligro, etc., que "le zumba el aparato"; es decir, que es tan inefable como el misterio de la "zumba". Hoy día es juguete de los niños en casi todos los países. La bramadera era la simulación onomatopéyica de la tempestad y del huracán. Al hacer girar el rombo esotérico surgía la "zumba", el "zumbar", el "bramo" o el "bramido" del viento, que a todos aterraba. Era la voz del Misterio Supremo de los cielos. La bramadera fue instrumento de la primitiva magia homeopática para producir los vientos que traían las lluvias. Aun hoy la emplean ciertos indios de América, como los zuñí y los hopi en el norte y los bororó y otros en el sur, para sus rogaciones con objeto de atraer la lluvia. Como dice Frazer, la Potencia mágica de la zumba está en el ruido que produce el instrumento; pero parece evidente que unido a ese elemento imitativo está el simbólico de la rotación y de otros detalles operativos. La tablilla de la bramadera está decorada con numerosos zigzags (los rayos); se moja en agua sagrada (la lluvia) y se la hace girar rapidísimamente alrededor de uno por sobre la cabeza, con lo cual despide gotas de agua de que está empapada y zumba como el huracán o el trueno. Es un acto de magia, imitativa claramente explicable. La figura de la bramadera, usualmente rombal, parece relacionarse a su vez con el símbolo esquemático de la Osa Mayor o de la Osa Menor, por razones y emblemismos muy interesantes que se comprenderán mejor siguiendo el curso de esta monografía. Las espirales nacieron para simbolizar gráficamente los torbellinos del viento, y por extensión todo viento, en la manera más simple y estilizada como se podía representar su morfología, captándola en los casos en que ésta era visible, como en los remolinos, torvas, trombas, tomados y tolvaneras. Siempre la humanidad se ha sorprendido por estos fenómenos giratorios, insólitos, peligrosos y llenos de misterio, y cuando no tuvo explicaciones reales al alcance de su mente, les dio interpretaciones mitológicas generalmente como entes malignos. Según afirma Frazer, creen numerosos pueblos "primitivos" que en los torbellinos viajan seres sobrenaturales malévolos y acostumbran amenazarlos con gritos, lanzamiento de armas y conjuros.21 Los indígenas australianos atacan con sus bumerang los remolinos o altas columnas de arena rojiza que cruzan los desiertos. En ciertos países del Indostán se supone que los remolinos son espíritus que van a bañarse al sagrado río Ganges (Ibbetson). Por toda la Polinesia se encuentran creencias semejantes. Los aínos del Japón al paso de los remolinos se esconden tras de los árboles y escupen profusamente contra ellos, como realizando un conjuro mágico (Bachelor). Lo mismo hacen los beduinos del Africa Oriental, al lanzar sus armas contra los remolinos para matar los malos espíritus que cabalgan en ellos (Hairis, Paulitschke). En los pueblos del sur de Africa los torbellinos son hechiceros maléficos que están en sus faenas de magia (Roscoe, Grinnell). En la misma América los remolinos y trombas son "espíritus malos", aun cuando no adquieran a veces la suprema categoría de Huracán. Entre los indios suramericanos abundan los ejemplos de esta personificación de los remolinos. Los indios lengua del Gran Chaco creen que el torbellino es un espíritu maligno y a su paso le arrojan proyectiles para ahuyentarlo (G. Kurze). Lo mismo hacen los payaguas, que persiguen el viento con encendidas brasas y lo amenazan con ellas y con sus golpes (F. de Azara). Cuando los guaycurus sienten venir la tempestad salen armados a recibirla, mientras las mujeres levantan una grandísima gritería para amedrentarla (P. Lozano, Charlevoix, Guevara, etc.). Los ejemplos son muy numerosos. Puede decirse que en todos los continentes los remolinos, trombas, tolvaneras, tomados, tifones y huracanes han sido personificados como entes sobrenaturales poderosos, como dioses, demonios o brujos malignos. El tornado era uno de los espíritus o manitú que impresionaban a los indios lenape de Oklahoma, Decían éstos que aquél era un gigante, a veces con alas, y que durante su actividad caminaba cabeza abajo con sus manos, enredándose sus cabellos en los árboles y las casas y, arrastrándolos consigo. Gigante por su fuerza, alado por su ambiente aéreo, caminaba sobre sus manos como indicando que su acción destructora era tanta que sólo se explicaba suponiéndolo con sus manos a ras de tierra, y sus cabellos como "sogas de viento" que halaban de las cosas para tumbarlas y arrastrarlas consigo. Los remolinos de viento que se alzan en las sabanas como columnas giratorias de polvareda y van destruyendo lo que encuentran a su paso, son espíritus malvados para los indios del Chaco y los toba.22 Los huracanes que frecuentemente soplan en la región amazónica, haciendo devastaciones en la selva virgen, son monstruos sobrenaturales iracundos.23 Sin embargo, los vientos no fueron siempre tenidos por espíritus nefarios, pues si ellos causaban estragos en las cosechas y los naufragios también traían las lluvias favorables y movían las naves. Sus iras no eran siempre inexorables y a veces ellos se ponían al servicio de quienes los imploraban contra otros seres humanos a quienes atacaban inmisericordes. Cuando la armada de Jerjes marcha contra los griegos, éstos preguntan angustiados al oráculo de Delfos, el que les responde que hagan sacrificios a los vientos para que sean sus aliados. Así lo hicieron los atenienses y un furioso temporal hizo naufragar nada menos que cuatrocientas naves persas. Desde entonces se estableció en Grecia un culto regular y oficial a los vientos.24 Herodoto cuenta que cierta vez estando él en la tierra de los Payllí, la moderna Tripolitania, el viento que soplaba del Sahara secó todos los depósitos de agua potable, por lo cual todos los guerreros del pueblo, por acuerdo de una deliberante asamblea, salieron armados a luchar contra el maligno viento del sur. Frazer, al citar esta noticia de Herodoto, opina que es el recuerdo de un verdadero rito mágico y no una fábula inventada por el gran historiador de Grecia, donde también se personificaban los vientos hasta rendírseles cultos y sacrificios propiciatorios.25 También los japoneses han adorado a los vientos o los dioses que los gobiernan. El nombre de kamikase les fue dado por los japoneses a sus aviadores suicidas en recuerdo de los remolinos de viento así llamados que en el siglo XIII, enviados por los dioses, derrotaron una escuadra de naves invasoras de sus islas. Ya con anterioridad a los griegos era conocida la importancia de los vientos en la vida y la religión de los egipcios. El viento era muy trascendente para el pueblo de Egipto, así en sus aspectos favorables como en los adversos. Influía mucho en su bienestar, en sus costumbres y en su econorma nacional. Las condiciones climáticas de Egipto no han variado desde los tiempos faraónicos.
Además, el viento era un personaje cotidiano en aquel pueblo dado a la navegación, así en el Nilo como en el Mar Mediterráneo y en el Mar Rojo. El viento así ayudaba como impedía la fácil navegación por el gran río. Si ésta habla de ser principalmente a merced de la corriente o contra ella a fuerza de remos, el viento, generalmente del noroeste, era utilizado a la vela en ciertas vueltas del río.27 También son allí conocidas las tolvaneras que se levantan por los bancos del Nilo como gigantescos fantasmas de polvo.28 Es fácil pensar cómo la imaginación de los antiguos egipcios explicaría esos inusitados fenómenos meteóricos de tan sorprendente figura como entes sobrenaturales de terrible fuerza. Set, o Tifón como le decían los griegos, era el dios maligno que personificaba el viento, el rayo y las tempestades. Por hombres y dioses era igualmente temido. Aun cuando escasas, en Egipto y quizás precisamente por su rareza, las violentas tormentas del equinoccio primaveral, que llevaban al país el pestífero y cálido viento del desierto, eran muy temidas por los nilóticos, que confiaban en Horus, el dios solar, para que las alejara. Estudiando el ambiente climático de Egipto y las relaciones astronómicas con los fenómenos meteóricos de dicho país, Harold P. Cooke29 ha llegado a la conclusión de que el mito de Osiris, muerto por Set o Tifón, no es sino una interpretación de la vida meteórica y económica del Egipto en sus fases anuales, o sea de las alternativas en el régimen de las aguas y de los vientos. Después del verano,
Tifón era también el mar que se tragaba al Nilo, que secaba sus canales o miembros, y que hacia desaparecer su potencia generadora; por eso, según el mito, el falo de Osiris se perdió al ser éste despedazado y fue el único miembro que no pudo conservarse en el ataúd. Una reina de Etiopía llamada Aso ayudó a Tifón en la mitológica muerte de Osiris. Según Plutarco, esa reina simbolizaba los vientos meridionales que bajaban desde Etiopía. Según Cooke era la Casiopea, que fue reina etiópica y convertida en constelación, precisamente cuando subía Escorpión y se desataban los vientos tormentosos del sur, que impedían a los del norte o etesios seguir a lo largo del Nilo y traerle aguas al río para que siguiera su fecundación. Esa teomaquia era muy reñida y anual. Durante seis meses Set o Tifón imperaba; se le consideraba como la oscuridad y la esterilidad. Pero según Plutarco, Tifón no era ni la sequía, ni el fuego; ni Osiris era el agua, ni la lluvia, ni el sol, ni la tierra. Aquél era simplemente el mal en esos elementos y Osiris el bien. Por otra parte, Osiris era el dios de la benéfica inundación del Nilo, el de fecundación general, el que traía el viento norte, según le cantaban en los himnos. Y Osiris y Tifón fueron enemigos, como dos dioses rivales en el dominio cósmico. Por otra parte, en Egipto hubo también la lucha mitológica de Ra y de Apep, pero ésta era la cotidiana del día y la noche, mientras la de Osiris y Set era la anual del invierno y el verano. Sin embargo, a veces Apep fue asimilado a Tifón. Puede, pues, asegurarse, que los vientos eran importantísimos en la mitología egipcia, porque se creía que ellos intervenían en el régimen de las aguas del Nilo. Los vientos, pues, influían mucho en la producción de alimentos en Egipto, como los monzones en las regiones del Pacifico y las tormentas ciclónicas en las Antillas y demás tierras vecinas. Los vientos eran personajes primordiales en la economía de esos pueblos. Si de la mitología egipcia se pasa a las otras de su época y a las de los pueblos primitivos, se vera cómo en todas ellas se reflejó esa pugna entre los espíritus benéficos y los maléficos de la naturaleza y cómo el viento, en uno y otro aspecto, fue en ellas un gran personaje. Según Mackenzie, en la antigüedad los remolinos de viento eran los portadores de los dioses, porque ellos eran los vivificadores, los que causaban el nacimiento del año y aseguraban la fecundidad, la prosperidad y prolongación de la vida. Un profeta bíblico dice:
Las únicas formas de energía naturales que conocían los primitivos cosmólogos fueron el agua y el viento y sus remolinos fueron los que producían las lluvias y las tempestades y hacían girar las constelaciones alrededor de la estrella axial. Por eso Mackenzie piensa que la espiral fue símbolo del remolino celeste, de agua y viento, que hacia girar al mundo. De ese concepto surgió la teoría física, del filósofo griego Leucipo, basada en su originario remolino de los átomos, que Demócrito aplicó a la astronomía y que hoy día, después de milenios, parece revivir en las teorías atómicas y de las nebulosas. Por otro lado, los grandes remolinos de agua y viento no eran meros meteoros, contingentes y tornadizos; ellos eran elementos necesarios para el sistema geográfico que los antiguos se trazaban para explicar ciertos fenómenos periódicos. ¿Cómo se formaban los ríos y cómo mantenían éstos constantemente su fluencia? ¿De dónde salía el agua? No les cabía duda de que en el océano estaba él origen del agua y, según algunos, de todo lo creado. Pero ¿cómo el agua salobre del mar se tornaba agua potable en los ríos? Y, sobre todo, ¿cómo y por dónde el agua, marina volvía a las entrañas de la tierra sin ser vista y se hacía agua fluvial? La explicación decía que las trombas marinas chupaban el agua del mar y la regaban por la superficie de la tierra. Pero, además, las corrientes marítimas no eran sino parte de un gran sistema de remolinos que se tragaban las aguas y las conducían a los antros subterráneos, de donde salían de nuevo por fuentes, manantiales y ríos. La idea del remolino, tomada de la visión de la naturaleza, forma parte de la cosmografía primitiva. Ya en un himno a Aten, el dios solar, los egipcios le cantaban:
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NOTAS | |
1 | Esta definición, que es académica, se basa en un concepto dinámico de la espiral centrífuga; pero igualmente puede definirse la espiral como línea dinámicamente centrípeta, como "línea curva que partiendo de un punto da Indefinidamente vueltas alrededor de otro punto, aproximándose a éste más y más en cada una de ellas". Y no hay inconveniente en considerar la espiral como línea de desarrollo infinito por cualquiera de sus extremos. |
2 | Véase el estudio de W. M. Flinders Petrie, Egyptian Decorative Art. Londres, 1920. |
3 | Gustavo Glotz, La Civilización Egea, p. 448. |
4 | E. A. Parkyn, Prehistoric Art. Londres, 1915, p. 196. |
5 | William C. Farabee, The Central Arawaka. Filadelfia, 1918, p. 119. |
6 | Allen y Tozzer, ob. cit., p. 328. |
7 | Celes Ernesto Carcama, "La Serpiente Emplumada. Psicoanálisis de la religión mayaazteca y del sacrificio humano", Revista de Psicoanálisis. Buenos Aires, julio de 1943, p. 6. |
8 | Ob. cit., déc. III, lib. VII, cap. IV. |
9 | II, XXXVII, p. 5. |
10 | Francisco Plancarte, Prehistoria de México. México, 1923. pp. 836-837. |
11 | O'Neill, ob. cit., vol. I, p. 243. |
12 | Esto ha sido contradicho; pero no parece que pueda aceptarse que la rueda fue un elemento en la técnica de esos pueblos indios. |
13 | Como ejemplo están las esferolitias de las culturas arcaicas de los indios cubanos. Fernando Ortiz, Las Cuatro Culturas Indias de Cuba. |
14 | N. Jvly, L'homme avant les métaux, p. 178, fig. 71. |
15 | M. Maspero, Histoire des peuples de l'Orient, I, p. 318. |
16 | En Egipto el látigo fue símbolo de Min, el dios del viento, y en general de ciertas deidades supremas. |
17 | Petrie, Egyptian Decorative Art. Londres, p. 17. |
18 | Déchelette, Manuel d'Archéologie Préhistorique, Celtique et Gallo-Romane. París, 1938. Véase además Jacques De Morgan, La Humanidad Prehistórica, p. 244. |
19 | H. R. Hall, The Ancient History of the Near East. Londres, 1927, p. 40. |
20 | "Rumbo" viene de "rombo" del signo del "viento hecho por la bramadera". |
21 | Véanse ejemplos en Sir James Frazer, The Magic Art and the Evolution of Kings. Londres, vol. I, pp. 329 ss. |
22 | R. Karsten, The Indian Tribes of the Gran Chaco, p. 120. |
23 | R. Karsten, The Origins of Religion, p. 134. |
24 | Herodoto, VII, 178. |
25 | J. G. Frazer, ob. cit., p. 331. |
26 | Lepsius, Denkmaler aus Aegypten und Aethiopien. Cita de Ermann. |
27 | Wilkinson, ob. cit., vol. II, p. 319. |
28 | En una viñeta de la obra acerca de las costumbres de los antiguos egipcios, se representa una escena de navegación en el Nilo y en la ribera del fondo una tolvanera o remolino de arena. Viñeta II, ob. cit., vol. II, p. 136. |
29 | Osiris. Londres, 1931. |
30 | Osburn, Monumental Egypt, 1854, I, p. 9. Cita de Cooke. |
31 | Tifón era Escorpión, piensa Cooke; y acaso esa figura zodiacal y zoológica se relacionara con la cola espiroidea de dicho arácnido y con la espiral simbolizadora del viento. |
32 | Nahum, I, 3, en la Biblia. |
33 | Job, XXXVIII, 1. |
34 | Lewis Spence, The Civilization of Ancient Mexico. Cambridge, 1912, p. 44. |
35 | De Orbe Novo, déc. II, lib. IX, cap. III. |
36 | Déc. VII, lib. VIII, cap. I. |
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