Laurette Sejourné (1911-2003) fue arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México. Efectuando investigaciones sobre distintas áreas culturales y dirigió trabajos de exploración en Teotihuacán. Pensamiento y religión en el México antiguo, del que "El lenguaje simbólico Nahuatl" es su cap. III, ofrece algunos de sus descubrimientos arqueológicos, a través de los excelentes dibujos de Abel Mendoza, técnico del mismo Instituto. El libro es edición del FCE. Otras obras suyas son: El Universo de Quetzalcóatl, El Pensamiento Náhuatl cifrado por los Calendarios o Arqueología de Teotihuacan. |
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Tollan, la Antigua Al término del Arcaico, durante el período llamado formativo por estar situado en la víspera de la eclosión de las altas culturas, aparece el dios más antiguo de la religión nahuatl, el Dios del Fuego tal como sería venerado todavía por los aztecas: un hombre viejo, de rostro muy arrugado, llevando un brasero en la cabeza. Las imágenes de esta divinidad han sido encontradas en el primer templo conocido de Mesoamérica –un edificio circular, a las puertas mismas de la ciudad de México– asociado a figurillas y a una cer&aaucute;acute;mica típicamente arcaicas. Estas primeras expresiones del espíritu religioso quedar&aaucute;n bastante tiempo aisladas, porque el templo v Huehueteotl (huehue: viejo, y teotl, dios) constituyen en Cuicuilco los únicos elementos del culto divino. El material arqueológico de este lugar formado por representaciones mágicas de mujeres y de animales desprovistos de simbolismo, no se diferencia en nada del de las épocas anteriores, excepción hecha de los dos o tres ejemplares del Dios Viejo. Se ignora la duración de este centro ceremonial, destruido por la erupción de un volcán. Con la ayuda de estudios comparativos ha sido posible establecer que su fin debe remontarse aproximadamente a los últimos siglos anteriores a nuestra era: 1 como todos sus rasgos culturales –cerémica y figurillas arcaicas, Dios del Fuego V sistema de construcción– no se encontraron más que en Teotihuacán (a 50 kms. de la ciudad de México), se dedujo que esta última debió seguir directamente a la que fue sepultada bajo ocho metros de lava. En sus principios, Teotihuacán descansa entonces sobre bases principalmente arcaicas. Muy pronto, sin embargo, la magra semilla religiosa venida de Cuicuilco produce sobre el suelo nuevo una floración prodigiosa: la religión nahuatl en toda su riqueza. Y al mismo tiempo que artistas pintan y esculpen en la inmensa metrópoli sagrada los signos de su lenguaje simbólico, todos los conocimientos que caracterizan las civilizaciones mesoamericanas alcanzan allí, en más o menos tres siglos, su forma definitiva.Los orígenes de esta alta cultura constituyen el más hermético de los misterios. Basándose sobre la existencia de ciertos motivos tomados de los países tropicales –serpiente, quetzal, caracoles marinos o tortuga–, se ha hablado de un aporte cultural del Sur; pero, si bien procedentes de otras zonas, estos motivos están tan fuertemente integrados al conjunto espiritual teotihuacano, que es imposible suponer que hayan podido ser trasplantados ya convertidos en símbolos. Esto indica, naturalmente, el conocimiento de estas especies, lo que es muy natural puesto que la arqueología ha demostrado la facilidad con que viajaron siempre las poblaciones de estas comarcas, pero de ningún modo el trasplante de rasgos culturales elaborados. Además está comprobado que el simbolismo, tal como lo revivieron los aztecas siglos más tarde, no se encuentra, por esta época, en ninguna otra parte. La más antigua metrópoli de Mesoamérica, Teotihuacán, es además, la única que posee una secuencia continua que, desde el Arcaico, llega progresivamente al más puro clasicismo. En las otras metrópolis, las excavaciones han determinado dos fases tan distintas –compuesta cada una de varios niveles–, que han sido atribuidas a pueblos sin relación entre sí. Únicamente en la segunda de esas fases es cuando surgen los elementos específicos de culturas diferenciadas; y de ahí se desprende que cuando las ciudades mayas2 o zapotecas3 comienzan a descubrir sus caracteres propios, Teotihuacán, poderosamente enraizada en su suelo de origen, ha desarrollado ya la religión, las artes y las ciencias que prevalecerán por más de quince siglos A pesar de que no alcance a explicar el ascendiente de Teotihuacán sobre el México antiguo –ascendiente que proviene más que nada de su genio incomparable–, este simple dato cronológico ayudará, empero, a conducirnos en el dédalo de las sociedades mesoamericanas. Es útil recordar que el término Tollan significa en nahuatl gran ciudad o metrópoli y que todas las capitales del Altiplano lo llevaron junto a su nombre propio. Por ser su arquetipo, Teotihuacán es, por lo general, designada simplemente Tollan como se comprueba en ciertas cartas geográficas antiguas. En el estudio que el americanista francés Aubin consagra a la más importante de ellas, se dice que el lugar en que se encuentra Teotihucán lleva el nombre de Tollan. . . y no aquel de Teotihuacán. .. Esta anomalía aparente, reproducida hasta cierto punto en el Códice Xólotl, puede venir de esto que, según un traductor de una historia de Teotihuacán que publicaré, esta ciudad habría sido nombrada tolteca por los fundadores los toltecas de quienes ella era la metrópoli, "como Roma, dice el traductor, es la de los Cristianos..4 "
En lo que toca a la antigüedad de esta gente, tiénese por averiguado que ha mas de dos mil años que habitan en esta tierra que ahora se llama la Nueva España, porque por sus pinturas antiguas hay noticia que aquella famosa ciudad que se llamó Tollan ha ya mil años o muy cerca de ellos que fue destruida.. . y en lo que tardaron en edificarla y en lo que duró en su prosperidad antes que fuese destruida es cónsono a verdad que pasaron más de mil años, de lo cual resulta que por lo menos quinientos años antes de la Encarnación de nuestro Redentor esta tierra está poblada. Esta célebre y esta gran ciudad de Tollan, muy rica y decente, muy sabia y muy esforzada, tuvo la adversa fortuna de Troya.5 La cronología establecida por las excavaciones confirma estos cálculos. Las informaciones coinciden, además, en lo que los cronistas especifican siempre: que el rey de Tollan no era otro que Quetzalcoatl, el creador de todo el saber humano. Ahora bien, la arqueología descubre que Teotihuacán es no solamente el lugar donde fueron creados los elementos culturales nahuatl, sino también la primera –y la única durante mucho tiempo– donde se encuentra expresado el culto de Quetzalcoatl (quetzal: pájaro, coatl: serpiente). En efecto, en el siglo IV, Teotihuacán posee ya edificios grandiosos ornados con profusión de serpientes emplumadas, imagen hasta entonces totalmente desconocida. La prueba arqueológica de que la serpiente emplumada no existe antes de Teotihuacán y que aquellas que aparecen en otras zonas son posteriores no debe ser considerada como un simple detalle técnico: constituye el argumento que permite identificar, sobre una base científica, a Teotihuacán con la primera ciudad nahuatl. Insistimos sobre este punto porque en 1941, los antropólogos mexicanos en Mesa Redonda votaron, después de sesiones tumultuosas, una resolución según la cual la capital de Quetzalcoatl en lugar de ser Teotihuacán como lo habían creído investigadores de la categoría de Eduard Seler, sería una cierta Tollan-Xicotitlan (a 100 kilómetros de la actual ciudad de México) situada al fin del siglo X; es decir, en el momento en que Mesoamérica, bajo el choque brutal de la llegada en masa de cazadores nómadas, se había apartado ya del misticismo de las épocas precedentes. No entraremos aquí en minuciosas especulaciones a este propósito. Hemos sostenido en otra parte nuestra certidumbre de que, revisada a la luz del material arqueológico de que se dispone hoy día, esta resolución seria insostenible.6 Además de que los elemenrtos técnicos sobre los cuales se apoyaba han resuItado inoperantes, diez temporadas de exploraciones7 han exhumado en Tula-Xicotitlan un centro civil de segundo orden que, exceptuando algunas notables esculturas, se limitó a copiar burdamente motivos importados y no puede, en manera alguna, representar la cuna de una cultura gloriosa.8 Es desconcertante que la mayor parte de los estudiosos que quisieron ver en Tula-Xicotitlan la patria de Quetzalcoatl no se hayan preocupado por el hecho «de que las imágenes de este dios existían ya en una ciudad cerca de mil años más antigua. Es como si se situara la vida de Cristo y el comienzo de nuestra Era; en el siglo X sin tener en cuenta las referencias históricas y las representaciones de crucificados anteriores a esta fecha. A fin de salvar este obstáculo, se intento sostener que la serpiente emplumada no es en Teotihuacán más que uno de los muchos signos para representar el agua. Pero esta tesis, que equivaldría a recordar la existencia de la cruz antes del Cristianismo, es inaceptable porque todo lleva a hacer pensar que se trata de un emblema cuyo contenido sobrepasa la figuración de un elemento natural. Como Quetzalcoatl enseña que la grandeza humana reside en la conciencia de un orden superior, su efigie no puede ser otra que el símbolo de esta verdad y las plumas de la serpiente que lo representan deben hablar nos del espíritu que permite al hombre –al hombre cuyo cuerpo, como el del reptil, se arrastra en el polvo– conocer la alegría sobrehumana de la creación, constituyendo así un canto a la soberana libertad interior. Esta hipótesis se ve confirmada, además, por el simbolismo nahuatl, en el cual la serpiente figura la materia –su asociación con las divinidades terrestres es constante– y el pájaro, el cielo. El quetzalcoatl es entonces el signo que contiene la revelación del origen celeste del ser humano. Teotihuacán, la Ciudad de los Dioses Por su súbita emergencia y su vigor creador, Teotihuacán parece concebida en el deslumbramiento de esta revelación exaltante y, como en un vasto poema, cada uno de los elementos que la componen forma rigurosamente parte de un todo altamente inspirado. Sorprende no encontrar antecedentes de los principales factores de una civilización cuyas normas en su esencia, quedarán intactas hasta la Conquista española. Pero si es difícil admitir que rasgos culturales –como algunas características arquitectónicas, la orientación de sus edificios o las particularidades de su escultura y su pintura– hayan podido desde su nacimiento asumir un carácter definitivo, más difícil aún es imaginar la aparición, en un estado de desarrollo perfecto, del sistema de pensamiento que está en su base. No se conoce ningún vestigio material de esta elaboración prodigiosa. ¿Se trata de una obra colectiva o fue la obra de un solo ser? La importancia inigualada que se atribuye a Quetzalcoatl haría inclinar hacia la segunda hipótesis. Sea lo que fuere, y a pesar de que Teotihuacán hunde sus raíces en el universo fragmentado de los tiempos arcaicos, únicamente la visión de la inmensidad del espíritu –de la chispa divina que liga y armoniza– pudo engendrar la potencia activa que presidió la fundación de la ciudad construida a la gloria de esa serpiente emplumada que es el hombre consciente. Es significativo que el nombre de esta primera metrópoli sea precisamente Ciudad de los Dioses (significado de la palabra nahuatl Teotihuacán ), a causa de que, nos explica Sahagún: los señores que allí se enterraban, después de muertos los canonizaban por dioses y decían que no se morían, sino que despertaban de un sueño que habían vivido; causa porque decían los antiguos que, cuando morían los hombres, no parecían sino que de nuevo comenzaban a vivir casi despertando de un sueño y se volvían en espíritus o dioses Así, lejos de implicar groseras creencias politeístas, el termino Teotihuacán evoca el concepto de la divinidad humana y señala que la ciudad de los dioses no era otra que el sitio donde la serpiente aprendía milagrosamente a volar; es decir, donde el individuo alcanzaba la categoría de ser celeste por la elevación interior. La metrópoli fue funcionalmente construida en vista de esta finalidad. Su centro ceremonial está dividido en dos secciones: el cielo y la tierra, ligados por una vasta avenida ascendente que marca su eje. Sobre el lado más alto –treinta metros más que el otro– se encuentra la pirámide del Sol, la de la Luna e innumerables edificios inexplorados. En la parte baja, un cuadrilátero de cuatrocientos metros de lado encierra el templo de Quetzalcoatl.10 La sección celeste está formada por masas erigidas hacia lo alto; la terrestre no presenta más que una armoniosa serie de líneas horizontales. La pirámide del Sol (Lám. 1) horada el cielo, mientras que el dominio de la serpiente emplumada (Lám. 2) aparece recostado sobre la tierra. Siempre de acuerdo con la cosmología nahuatl, es el monumento solar el que dicta la orientación de todos los otros. Esta orientación ofrece una particularidad interesante porque el eje occidente-oriente que, por representar la trayectoria del drama de la encarnación y de la liberación, fue adoptado por toda Mesoamérica, está modificado en 17 grados hacia el norte. Después de minuciosas investigaciones, el arquitecto Ignacio Marquina llegó a descubrir que la causa de esta distorsión proviene de que la pirámide está dirigida hacia el punto donde el sol se oculta el día de su pasaje por el cenit del lugar. Existen sin duda varias explicaciones esotéricas de esta preferencia, pero la que resulta evidente es que, siendo el cenit el centro del firmamento, el astro adquiría en ese punto la calidad de corazón del universo, característica del Sol de Quetzalcoatl. Es decir, que la pirámide estaba dedicada al Quinto Sol –creado expresamente en Teotihuacán–, y por estar cargada de un sentido tan fundamental, esta orientación se encuentra todavía entre los aztecas. El cuadrilátero de Quetzalcoatl está constituido por plataformas de seis metros de altura que sostienen los basamentos de santuarios que escinden rítmicamente la amplia superficie (Lám. 3). El templo, en la parte posterior del atrio, es un edificio piramidal enteramente recubierto de serpientes emplumadas (Lám. 4). Las rampas de la escalera que lleva al santuario que lo coronaba están puntuadas por grandes cabezas de la misma efigie. Los tableros sostenidos por los taludes ofrecen, superpuestos a los relieves del reptil simbólico, cabezas alternadas de Quetzalcoatl y de Tlaloc (Lám. 5 ), ambas expresiones del mismo principio básico de la religión nahuatl: el del impulso vital obtenido por la unificación de elementos opuestos. Veremos en efecto más adelante que, como Quetzalcoatl, Tlaloc es portador del germen luminoso que convierte la materia –en su caso la de la tierra– en energía creadora. Esto sugiere que este lugar podría haber sido el Calmecac, "la casa donde el cuerpo brota y florece", como los aztecas llamaban el colegio religioso en donde se educaban los señores: suposición reforzada por el hecho de que el Calmecac de Tenochtitlan se encontraba bajo la égida de Quetzalcoatl y que la enseñanza que ahí se profesaba derivaba enteramente de su doctrina. Las numerosas habitaciones que rodean la pirámide debían albergar los retiros piadosos de los discípulos y de sus guías espirituales. La ascensión a la zona divina constituía sin duda el último grado de la Iniciación y debía revestir una solemnidad difícil de concebir. El camino a recorrer, de dos kilómetros de largo y cuarenta metros de ancho, está jalonado por plataformas flanqueadas por edificios donde el aspirante a dios debía probablemente detenerse para cumplir ceremonias evocadoras de la peregrinación de Quetzalcoatl hacia el Oriente. Es significativo que el templo solar esté situado al oriente de este camino cuyo nombre de Calle de los Muertos (Miccaotli) provenía seguramente del hecho que su función era conducir al iniciado hacia el Sol después de una muerte ritual. 11 Si se recuerda que Quetzalcoatl no abandona su reino sino después de una experiencia que tiene todo el aspecto de constituir una muerte de iniciación –cuatro días encerrado en un cofre de piedra–, nos convenceremos de que el Miccaotli era transitado sólo después del abandono simbólico de la envoltura terrenal. Venía,al fin, la subida a la pirámide del Sol: sesenta y cinco metros por altas gradas muy estrechas. Y probablemente en la cima de este monte artificial, por la hoguera redentora, el iniciado penetraba en la conciencia luminosa de los cuerpos celestes. La Ciudad de los Dioses no denuncia casi nada del fervor místico que encendió los seres que la habitaron. Contrariamente a lo que ocurre en tierra maya donde los monumentos, estrechamente ligados a la vida de la selva virgen, perpetúan su carácter con una voluntad extraña, la fisonomía originaria de Teotihuacán está enteramente perdida a causa de la naturaleza del paisaje que la rodea: desde los tiempos prehispánicos fue escondida por la tierra y yace todavía, en su mayor parte, bajo campos de labor. La capa gris que la recubre, así como la circunstancia de que la mayoría de las piedras esculpidas sirvieron a la construcción de las iglesias del valle y de que las pinturas de su centro ceremonial han desaparecido, hacen que una severidad inaccesible haya reemplazado hoy día su antiguo esplendor. Reducidos a la pureza de esquemas, estos edificios tan sobrios e incoloros como cuerpos de ascetas de los que todo rasgo de pasión hubiera desaparecido, exaltan ahora la fórmula que los engendró con un rigor inhumano. Despojada de la poesía de los símbolos que, con la ayuda de formas y colores, cantaba su verdad oculta, esta fórmula puesta al desnudo aparece como el resultado de cálculos matemáticos elaborados a partir de la rígida ley de los números, dictada a los hombres por los astros. La zona arqueológica de Teotihuacán está tan poco explorada, que los datos indispensables para un estudio de esta ley faltan y sólo algunos escasos aspectos de ella resultan comprensibles. 12 Hemos visto que la ciudad está enteramente construida según la orientación de la pirámide del Sol, lo que indica con claridad la importancia del ciclo anual. Esta importancia está corroborada, además, por las trescientas sesenta y cinco cabezas en alto relieve que adornaban el templo de Quetzalcoatl, y por la existencia, entre los símbolos, del signo representativo del año. Por otra parte, el culto de Venus implica el establecimiento y la aplicación de un calendario de sus revoluciones. El orden que presentan los espacios y los monumentos sugiere que la misma ley de los números determinó un estricto sistema de planos. Por ejemplo, observando los diferentes lugares del centro ceremonial, se percibe que se trata siempre de cuadriláteros y de triángulos: amplias plazas cuadradas que encierran la pirámide, y ésta, a su vez, no es más que un cuerpo cuadrangular terminado en triángulo. Como la misma combinación constituye los rasgos esenciales del símbolo del año (Lám. 7), es fácil persuadirse de que esta geometría contiene un significado que sería importante descubrir. Intentaremos aproximarnos a ese significado con la ayuda del lenguaje simbólico nahuatl, único instrumento para interpretar esas especulaciones lejanas. La ley del Centro El jeroglífico nahuatl más familiar es una figura que, bajo infinitas variantes, está formada siempre por cuatro puntos unificados por un centro, disposición llamada en quincunce. Como lo demostró Eduard Seler, el cinco es la cifra del centro y éste a su vez, constituye el punto de contacto del cielo y de la tierra. Para mayor exactitud, el quincunce designa además la piedra preciosa que simboliza el corazón, lugar de encuentro de los principios opuestos. He aquí entonces reunidos en un signo todas las características del Quinto Sol –el Corazón del Cielo–, expresadas por la mitología. Parecería que el quincunce no es más que una estilización del cuadrilátero y del triángulo, figurando su centro el vértice de la pirámide reducido a una figura plana. (Si se levantan líneas a partir de cada uno de los vértices de un cuadrilátero hacia un punto central situado encima del mismo, se obtendrá un cuerpo piramidal.) Así como los mitos, la simbólica teotihuacana expresa entonces el concepto de los cuatro elementos primordiales salvados por un centro unificador, concepto que constituye el núcleo mismo del pensamiento nahuatl y que determinó sus más importantes expresiones. Como lo subraya Alfonso Caso, "esta idea fundamental de los cuatro puntos cardinales y de la región central (abajo y arriba) que da la quinta región, o sea la región central, se encuentra en todas las manifestaciones religiosas del pueblo azteca". 13
Modelo perfecto de concisión, el quincunce es de una complejidad más rica todavía. Se ha demostrado ampliamente que la revolución sinódica de Venus, de 584 días, tenía en Mesoamérica un papel primordial. Los cálculos que recubren las estelas y los códices mayas, por ejemplo, tienen por fin principal registrar las conjunciones, pasadas y futuras, del planeta y del sol sobre lapsos considerables (Fig. 1). A consecuencia de que el cómputo de los años venusianos se efectuaba por grupos de cinco (correspondientes a ocho años solares), el cinco es igualmente la cifra de Venus y, por tanto, de Quetzalcoatl. Todo está admirablemente estructurado. ¿No es en efecto, el Quinto Sol el del hombre-dios cuyo corazón se convirtió en el planeta Venus? ¿Y no es justamente Quetzalcoatl quien inauguró la Era del Centro revelando la existencia de una fuerza capaz de salvar de la inercia? Pero hay más. El quincunce acompaña también al dios del fuego –igualmente dios del centro y llamado por este hecho "ombligo de la tierra"–, que, bajo el nombre de Xiuhtecutli, representa el Señor del Año o el Señor de la Piedra Preciosa. Esto viene a confirmar que el principio de la ley del centro, simbolizado por el Quinto Sol, está concebido como el elemento calor-luz en unión dinámica con la materia. A pesar de la triste insuficiencia de las exploraciones, la arqueología hace posible entrever que Teotihuacán refleja al infinito imágenes de ciclos en el interior de los cuales la Ley del Centro ha abolido la fragmentación de los contrarios. Basados sobre las revoluciones de los astros y sobre arduos cálculos, estos ciclos van, partiendo del más simple –el de la muerte y resurrección anual de la Naturaleza–, hasta englobar unidades inmensas que tienen por fin la búsqueda mística de los momentos de liberación suprema, es decir, las concordancias entre el alma individual y el alma cósmica, el tiempo y la eternidad, lo limitado y lo infinito. Es probable que ni un detalle de la Ciudad de los Dioses haya sido dejado al azar y que los cómputos astronómicos que los mayas se complacieron en inscribir sobre sus monumentos y en sus libros están implícitos en cada una de sus medidas, de sus líneas, de sus ornamentos. La rigurosa precisión con la cual la mitología y el simbolismo expresan el pensamiento nahuatl sería imposible sin la existencia previa de una ciencia exacta: piénsese en las especulaciones que habrán sido necesarias para llegar a formular todo un tratado de metafísica en una sola figura. Intentemos, para darnos una idea de ello, seguir algunas de las variantes del quincunce.
En su mas simple expresión, está constituido por cinco puntos encerrados o no en un cuadrilátero (Figs. 2 y 2-A), que simbolizan la piedra preciosa, emblema del Sol, del corazón humano y del calor. La figura 2-A se encuentra sobre una imagen teotihuacana del Dios del Fuego (Fig. 3); la 2 está representada alrededor de cincuenta veces sobre un famoso monumento solar azteca (Fig. 4).
En otros casos, los cuatro puntos se representan como superficies llenas que dan relieve al centro del cuadrilátero, de tal modo que éste aparece como una cruz (Fig. 5). Esta cruz, llamada de Quetzalcoatl, tiene el valor de punto central y, como él, simboliza el reencuentro del cielo y de la tierra. Bajo este aspecto, el quincunce está más abundantemente representado. Helo aquí sobre un dios del fuego (Fig. 6), una figuración azteca de Quetzalcoatl (Fig. 7), un águila solar (Fig. 8).
Libertada de la línea que la rodea, esta cruz (Fig. 9) es característica del fuego –es constante en los braseros y los incensarios aztecas– y de Quetzalcoatl. La misma cruz estilizada –los puntos del quincunce bien señalados– constituye la figura clásica de Venus como Estrella de la Mañana (Fig. 10).
En fin, en su acepción precisa de Movimiento, el Quinto Sol está representado por dos líneas divergentes –que constituyen cuatro polos contrarios– unidas en su centro (Fig. 11). Peto no sólo por el laconismo del quincunce fue expresada la todopoderosa Ley del Centro. Eje mismo de la religión de Quetzalcoatl, determina el simbolismo nahuatl, el cual no hace más que iluminar las etapas del constante proceso de transfiguración al que está sometida, en su punto central, la alianza creadora materia-espíritu. Como la Realidad suprema reside en el Centro de la materia, las múltiples formas que asume la Naturaleza en los mundos animal y vegetal son consideradas envolturas –signos visibles– de esta Realidad y no difieren entre sí más que por el nivel de conciencia que son susceptibles de alcanzar. Lo mismo que la chispa divina engendra en la Tierra la vida en toda su riqueza, así el quincunce, semilla de una cosmogonía revelada, florece en un deslumbrante sistema de imágenes que, por pertenecer al universo de las formas, parece frecuentemente de una lógica elemental engañadora. Esperamos poder demostrar que dista mucho de ser así. Las Pinturas de Teotihuacán La que hoy día es la más severa de las ciudades arqueológicas, durante su vida fue de una magnificencia cuyo recuerdo conmovido se perpetuó hasta el fin de los tiempos prehispánicos. Este cambio radical es debido, sobre todo, a la circunstancia de que eligió la pintura como principal modo de expresión, y la fragilidad de obras de este género una vez expuestas a la intemperie hizo que la gran Tollan, fulgurante de colores y de imágenes como ninguna otra, se apagara, fuera reducida en el curso de los siglos, a sus líneas esenciales. Pero, si las pinturas de las pirámides no son ya más que débiles trazos pálidos, hay, sin embargo, vestígios que permiten admirarlas en su brillo originario: el de los palacios situados alrededor del centro ceremonial –corazón de la ciudad– sobre una área de varios kilometros de superficie. 14 En estos casos la conservación es debida a la costumbre, de orden religioso sin duda, de echar abajo un edificio para levantar uno nuevo sobre los cimientos del anterior. A este efecto, las paredes eran demolidas a una altura aproximada de un metro y los escombros llenaban las superficies condenadas, de tal modo que el piso de la última construcción sellaba el material de la precedente. Habiéndose cubierto todos los muros con frescos, este material así preservado está constituido por innumerables fragmentos y porciones intactas de pinturas que resucitan, vibrantes todavía de su vida antigua, los misterios de la religión nahual. A juzgar por las capas de estuco de los pisos que afloran por todas partes, y por la cantidad de cerámica, de figurillas y objetos de piedra preciosa que los habitantes de esta zona venden a escondidas, el número de esas residencias debe ser incalculable. Es frecuente enterarse de que alguien tiene pedazos de pintura para vender, y fue este mismo comercio el que, en 1942, puso sobre la pista de estos tesoros cuya importancia para la historia precolombina sobrepasa todo lo que la arqueología ha descubierto en México desde hace largo tiempo. Solamente tres de estos palacios han sido hasta ahora parcialmente explorados y el material obtenido, a pesar que no representa más que una parte ínfima de lo que cada uno de ellos podría suministrar, ha revelado documentos sensacionales. Antes de iniciar su desciframiento, estos frescos confirman ya una referencia histórica acerca de la antigua Tollan. Como nos dice Sahagún: Hermosas son sus casas, taraceadas Por su parte, Ixtlilxochitl afirma que los toltecas . . .hacían la mejor cosa de la que hay en el mundo, en su tanto, eran hechiceros, nigrománticos, brujos, astrólogos, poetas, filósofos, y oradores. .. y pintores los mejores de la Tierra.16 La profusión de frescos –sin paralelo en Mesoamérica y acaso en el mundo entero– en la Ciudad de los Dioses identifica a ésta, una vez más, con la capital de los toltecas. (Es bueno recordar que, a pesar de que ha sido infinitamente más explorada que Teotihuacán, la Tula del Estado de Hidalgo no ha suministrado un centímetro de pintura mural.) Es innecesario insistir sobre la urgencia que habría en explorar estos sitios donde cada muro constituye una página de un códice único y espléndido que está en peligro de desaparecer antes de que se haya podido estudiar su contenido. Más de una vez he debido escuchar impasible el relato de las dificultades con que se tropieza para desprender los frescos de los viejos muros que se descubren trabajando la tierra: "Son tan frágiles –se lamentan–, que se destruyen mucho antes de obtener un buen pedazo para venderlo..."
Estos muros que se deshacen entre las manos de los campesinos encierran la clave de la estructura espiritual mesoamericana. Por fortuna, la cerámica, que alcanza en Teotihuacán la perfección de un gran arte, ha conservado también muchos símbolos. Las técnicas decorativas empleadas son inumerables, pero fueron principalmente dos de entre ellas las que sirvieron para ilustrar las escenas religiosas: la del fresco y la de bajorrelieve, llamada de champ-levé. Sin duda a la primera, que por su belleza debió impresionar más que las otras, se refiere el autor de los Anales de Cuauhtitlan cuando, hablando del gran Quetzalcoatl rey de Tollan, dice: ".. .Era muy gran artífice en sus obras de loza en que comía y bebía,... eran pintadas de azul, verde, blanco, amarillo y colorado. .."17 Estos son exactamente los 'colores de la cerámica teotihuacana pintada al fresco. Conviene insistir en que ni un solo objeto que testimoniara el empleo de esta técnica ha sido descubierto en Tula-Xicotitlan; la cerámica de este lugar, la llamada Mazapan, que algunos arqueólogos consideran como el prototipo de la cerámica tolteca, está formada por vasijas, con o sin pies, uniformemente ornadas por líneas rojas indulantes (Fig. 12). El estudio del simbolismo nahuatl en sus fuentes es posible, entonces, gracias a la decoración de la cerámica y a la riqueza de contenido de las pocas pinturas murales descubiertas. La Unión de los Contrarios en la Religión Nahuatl La dinámica de la unión de los contrarios está en la base de toda creación, tanto espiritual como material. Si el cuerpo "brota y florece" su alma, solamente si es traspasado por el fuego del sacrificio, la Tierra, a su vez, no da sus frutos más que penetrada por el calor solar transmitido por las lluvias. Es decir, que el elemento generador no es ni el calor ni el agua simples, sino una combinación equilibrada de los dos. Y, en efecto, bajo este doble aspecto aparece frecuentemente la divinidad del líquido celeste. A pesar de ser considerado como el representante por excelencia del elemento agua,Tlaloc implica a veces una neta relación con el fuego, así como se deriva, por ejemplo, del hecho de que la Era que él regía desapareció bajo una lluvia de fuego, mientras que la que fue destruida por el Diluvio, dominada por la divinidad del agua terrestre, le es extraña. La liga de Tlaloc con el fuego aparece en su papel de "Dios que habita el paraíso terrenal y que da a los hombres los mantenimientos necesarios para la vida corporal..."18 Un fresco teotihuacano permite aclarar este punto cuyo alcance no será apreciado en su justo valor hasta que hayamos avanzado en el análisis de los símbolos.
Se trata de escenas pintadas, en la pared de uno de los tres palacios exhumados, que por su correspondencia absoluta con el Paraíso Terrenal, como lo describe el informante azteca de Sahagún, han podido ser identificadas hasta en sus menores detalles.19 Además de recalcar un rasgo típico de las culturas mesoamericanas y particularmente la nahuatl –el respeto sagrado a la tradición primordial–, estos cuadros ofrecen un gran interés religioso.
En un capitulo anterior, al observar que los difuntos no eran todos incinerados, hemos emitido la hipótesis de que aquellos que se privaban de esta última purificación debían ser de los no iniciados, muertos en estado profano, porque su confinamiento a un sitio terrestre, por paradisíaco que fuese, indica el abismo interior que los separa de los bienaventurados del cielo. Con estas pinturas se hace evidente que los habitantes de este Edén no han sobrepasado la condición humana (Fig. 13). Están representados como seres pequeños, las caras y los cuerpos al descubierto, sometidos a las pasiones –hay unos que ríen, otros que lloran– y en un desorden agitado de danzas y de juegos deliciosamente expresivo pero inesperado en la Ciudad de los Dioses, donde las máscaras impenetrables, la inmovilidad y el hieratismo constituyen la regla. Esta tierna imagen de la Creación está encerrada en un cuadrilátero formado por dos cuerpos de serpientes entrelazados, recubiertos de signos del agua y de cabezas de Tlaloc.
El cuadrilátero, la serpiente y el agua terrestre son sinónimos de materia, pero los Tlaloques son portadores de jeroglíficos de valor celeste: el quincunce en cruz cuya conexión con el fuego es indiscutible 20 y la flor solar de cuatro pétalos. (Fig.14) . La intrusión de estos rasgos ígneos no sería probatoria de la unión de los contrarios –muchos estudiosos, a causa de su presencia en este lugar, los han integrado al simbolismo del agua sin preocuparse de resolver el problema que plantea esta clasificación–, si no tuviéramos una prueba de ello en la escena superior. La divinidad que ocupa su centro ha sido reconocida como Tlaloc (Fig. 15), y es en efecto este dios el que, según Sahagún, debe reinar sobre el Paraíso Terrenal. Por otra parte, la máscara adornada de colmillos; las estrellas de mar y las ondulaciones que ornan las volutas que salen de su boca; las conchas marinas abiertas que tiene en sus manos y de la que escurren opulentas gotas lo confirman (Fig. 16).
¿Pero qué hacen en el dominio acuático de Tlaloc la gran peluca amarilla que le cae sobre las espaldas y los ojos romboidales de su máscara, que son características de Huehueteotl, viejo dios del fuego? (Fig. 17) . Si se los asignamos a Tlaloc, el dios arcaico se vería despojado de sus atributos más esenciales; pero, felizmente para él, existen documentos que impedirán esta injusticia. En efecto, encima de este personaje complejo se elevan dos bandas, de las que una es portadora de signos del agua, y la otra, amarilla, está sembrada de mariposas. Ahora bien, este brillante insecto es el fuego. Sin detenernos sobre los casos que lo simbolizan, digamos que en los códices representa la llama misma.
Resulta entonces que esta visión paradisiaca de la Tierra se basa en el concepto de la armonía dinámica del agua y del fuego. Nos encontramos de nuevo este concepto en un Tlaloc pintado al fresco sobre un vaso teotihuacano (Fig. 18), el cual, además de los anillos a manera de gruesos anteojos que lo caracterizan, ofrece elementos que pertenecen a la mariposa, como se puede ver comparando sus alas con las de las representaciones de este insecto (Fig. 19). Que se trata claramente de la unión de los contraríos y no de elementos acuáticos está confirmado por las dos cintas entrelazadas que lleva sobre el pecho y que no son otra cosa que el jeroglífico Movimiento (Ollin) propio del Quinto Sol. Esta idea se halla constantemente presente en la simbólica nahuatl. ¿Podría descubrirse, por ejemplo, otra significación al hecho insólito que la imagen "del antiguo dios y padre de todo los dioses que es el dios del fuego está en la alberca del agua entre almenas cercado de piedras como rosas. . ."? 21
¿Y por qué razón los aztecas habrían erigido su capital en el lugar donde descubrieron una piedra de la que nacieron flores y una fuente en la que el agua era ". . .muy bermeja, casi como sangre, la cual se dividía en dos arroyos y en la división del segundo arroyo salía el agua tan azul y espesa que era cosa de espanto.. ."?22 ¿A qué pueden referirse estos prodigios si no es a la doctrina que enseña que la materia "brota y florece" por medio del esfuerzo que anula los contrarios? Esto es tanto más patente cuanto que los frutos de la piedra milagrosa –los higos de tuna– asumen en el arte azteca la forma de corazones humanos (Fig. 20); y que son precisamente dos corrientes semejantes a las de la fuente en cuestión las que simbolizan la "guerra florida" que el hombre debe sostener en su seno para alcanzar la liberación. Desorientados por el materialismo azteca v tal vez por un exceso de racionalismo, los arqueólogos, siguiendo a Seler, consideran generalmente el jeroglífico de la "guerra florida" (Fig. 21), el atl-tlachínolli (atl,, agua; tíachinolli, cosa quemada) no como símbolo de lucha interior, sino de la que los hombres sostienen los unos contra los otros. Esta interpretación, se hace insostenible frente a la iconografía, porque este jeroglífico sigue fielmente al Señor de la Aurora, es decir a la Estrella de la Mañana, o sea, Quetzalcoatl. La figura 22 muestra un quetzal-coatl azteca llevando la imagen del agua quemada a manera de pectoral; la figura 23, de un fresco teotihuacano, representa al Señor de la Aurora guerreando contra los elementos opuestos: aparece en una barca rodeada de llamas. Está provisto del arma nahuatl por excelencia, un instrumento lanzador de dardos llamado atlatl.Los motivos de las bandas que enmarcan la escena son esencialmente los mismos que aquellos que servirán a los aztecas para expresar el agua y el fuego en el atl-tlachinolli.
¿Pero es necesario demostrar, después de lo que nos han enseñado los mitos, que sólo quemando la materia es liberada la partícula divina? El mensaje de Quetzalcoatl no dice otra cosa. Hemos visto que el alma individual se desprende del cuerpo incinerado del rey de Tollan, y que de las cenizas del anciano ulceroso es de donde emerge el alma cósmica. Esas narraciones, por otra parte, han indicado suficientemente que el fuego liberador es el del sacrificio y de la penitencia; y se sabe que la institución del sacerdocio no tenía otro fin que la enseñanza de las prácticas que conducían al desprendimiento de la condición terrestre. Es entonces probable que el trofeo que perseguía el guerrero de la batalla florida" no era otro que su propia alma.
Este principio espiritual es tan básico que le fue dedicado el Templo Mayor de Tenochtitlan: la circunstancia de que el dios de las lluvias y el del fuego celeste hayan sido colocados uno al lado del otro, en la cima de la misma pirámide, no puede seriamente interpretarse de otra manera. Sabiendo, además, que el templo fue construido sobre el emplazamiento de la fuente de donde brotaban las aguas azules y rojas, se hace patente que las divinidades que lo regían simbolizaban la fórmula mística del agua-quemada.
Esta hipótesis está sostenida también por el hecho de que las estatuas que flanquean la escalera (Fig. 24) llevan, a manera de estandarte, un corazón florecido, recordándonos que, por degeneradas que hayan sido en la práctica las ceremonias que tenían lugar en ese santuario, estaban destinadas a proporcionar almas al Sol. El Templo Mayor no hace entonces más que reproducir la visión que los oráculos aztecas esperaban contemplar antes de echar los cimientos de su metrópoli: el agua-quemaday la piedra florecida, que constituyen los dos actos del drama de la unión cósmica. El Cielo y el Infierno Como lo hemos visto en la mitología, el Sol está sometido también al proceso de la encarnación: cada noche se transforma en Sol de Tierra y, bajo el aspecto de un tigre –símbolo del Occidente y del Centro de la Tierra–, recorre el mundo subterráneo hasta encontrar el lugar de donde se eleva de nuevo hacia el Cielo
El tigre en marcha es un motivo nahuatl de los más característicos. En Teotihuacán, las pinturas ofrecen de ello hermosos ejemplares, y entre los fragmentos de esculturas que existen en el museo de esta zona arqueológica, hay representaciones de patas en movimiento que, a juzgar por sus proporciones, deben haber adornado un gran edificio. La peregrinación nocturna del Sol es la correspondiente a la que cumple Venus para ir a convertirse en Estrella de la Mañana –o el rey de Tollan para alcanzar el fuego redentor– y los dos simbolizan el movimiento que reúne los contrarios. Esto surge con claridad de un fresco teotihuacano donde el tigre y el coyote (perro-lobo), forma animal de Quetzalcoatl, avanzan sobre la misma ruta (Fig. 25). Para mayor verosimilitud, estos personajes están representados en la parte inferior de los muros, lo que parece mdicar que se trata de regiones subterráneas.
Volvemos a encontrar reunidos los astros prisioneros de la materia en el Códice Borbónico (Fig. 26), en el que el perro-lobo lleva los atributos de su ilustre doble y el Sol, en la boca del monstruo de la tierra, tiene el cuerpo envuelto y atado como el de un cadáver. Recordemos que una de las Edades muertas es precisamente la del Sol de Tierra regida por un tigre.
En el cielo, el Sol es un águila pero no es más viable bajo esta forma que bajo la precedente porque a cada crepúsculo se hunde en las tinieblas. (El Sol en el ocaso es llamado cuauhtemoc, Águila que cae, nombre predestinado que llevaba el último emperador del mundo precolombino.) Lo que evoca la Era desaparecida bajo la lluvia de fuego de la que sólo los pájaros escaparon .
El jeroglífico del agua-quemada simboliza la lucha que sostiene esta masa ígnea contra la materia que amenaza constantemente anularla, lucha a la cual debe referirse la actitud belicosa de ciertas águilas y tigres de los códices y de las pinturas murales (Figs. 27 y 28).
Por otra parte, la todopoderosa orden de los Caballeros Águilas y Tigres no tenía por misión más que la guerra florida (Fig. 29), y todo lleva a hacer creer que el carácter civil que asumía en la sociedad azteca era una degradación de los rituales de iniciación que representaban, en el origen, la batalla sagrada del Cielo y de la Tierra –del Ser y de la Nada–. Lo cierto es que en Teotihuacán parecen desprovistos de toda finalidad profana. Es claro, por ejemplo, que los Caballeros allí representados (Figs. 30, 31 y 31-A) no tienen nada del aspecto marcial caro a los conquistadores: es suficiente confrontarlos con la imagen de uno de sus descendientes para convencerse de ello (Lám. 8). Pero, a pesar de su intromisión en los asuntos del Imperio, esta Orden guardó una indudable significación religiosa. Sería difícil, por ejemplo, considerar las águilas y los tigres esculpidos sobre cierto tambor azteca (Lám. 9) de otro modo que como símbolo de la lucha que permite al cuerpo que su alma florezca. En cuanto al Caballero Águila que domina la escena (Fig. 32), tenso por un poderoso dinamismo interior, parece más bien como una apoteosis del alma universal que como una bárbara divinidad ahita de sangre. Interesa señalar que, aunque muy expresiva, esta imagen no hace más que reproducir la geometría del signo movimiento que se encuentra a su lado.
Por su parte, el hombre, por pertenecer a la vez a lo abismos opacos y a los esplendores celestes, constituye el terreno de reencuentro fuera del cual los principios opuestos morirían en el aislamiento. Y por ser la efigie de la conciencia de esta dualidad creadora, la serpiente emplumada es el símbolo clave de la religión nahuatl. La unificación de los tres mundos se evoca muchas veces por medio de los animales que los simbolizan. Un ejemplo de esto se observa en Malinalco, zona arqueológica perdida en las montañas, que tiene todo el aspecto de constituir un sitio de iniciación secreta de los Caballeros Águilas y Tigres. Se trata de un conjunto de santuarios entre los cuales uno, tallado enteramente en la roca viva, reúne en un templo circular, imagen de la armonía cósmica, el Cielo, la Tierra, y los Infiernos: la entrada está formada por dos enormes cabezas de reptiles (Lám. 10) y bellas esculturas de águilas y tigres presiden el interior (Lám. 11). Este triple Motivo, relacionado con el simbolismo de Quetzalcoatl, está tratado con una sorprendente riqueza de invención en la cerámica y los frescos de la Ciudad de los Dioses (Figs. 33 y 34), así como en los códices de las épocas posteriores (Fig. 35).
Es esta misma unificación la que simboliza el Árbol de la Vida cuyo modelo, desgraciadamente incompleto, crece arriba del Paraíso teotihuacano. He aquí uno de ellos esculpido sobre un monumento azteca (Fig.20) : la materia está representada por la divinidad del agua terrestre; el cielo por el águila solar cantando el himno del agua-quemada. Su unión se hace por medio de un nopal cargado de corazones en flor. Alfonso Caso ha demostrado que se trata del emblema de Tenochtitlan,23 y es fácil descubrir que esta escena que ilustra los prodigios aparecidos sobre el emplazamiento de la futura capital del Imperio, constituye una síntesis de la doctrina de Quetzalcoatl. En lenguaje diferente, el Árbol maya no hace más que reproducir la misma síntesis (Lám. 12). En su base, el monstruo de la Tierra cuyo tocado lleva signos de muerte y resurrección. Después, el hombre –los pies sobre la materia y la cabeza levantándose al oriente como la Estrella de la Mañana– atravesado por el eje cósmico cuya cima está ocupada por el pájaro solar. Estamos evidentemente en presencia de una escena de iniciación a la vida espiritual, única que establece la comunicación entre las tres esferas. Más explícito, el Árbol del Códice Borgia (Fig. 36) confirma el significado de los ya descritos. En la parte inferior, la materia bajo forma de muerte; en lo alto, el Sol. El eje que los une está enteramente ocupado por un gran círculo que encierra líneas concéntricas evocadoras de los remolinos que simbolizan el dinanismo de la reconciliación de los opuestos. Los dos cuchillos antropomorfos de sacrificio que flanquean la base del tronco aclaran el valor religioso de la imagen. En la zona occidental, a la izquierda del árbol, se encuentra Quetzalcoatl; en la oriental, Xochipilli, el Señor de las Flores, que, como veremos, es el Patrón de las almas, representando el espíritu liberado. El remolino que los separa marca el movimiento giratorio creador del Quinto Sol: el descenso a los Infiernos de Quetzalcoatl, y de ascensión al cielo de Xochipilli. Cada divinidad lleva en la mano una tibia de la que se escapa un chorro rojo que se precipita en la tierra y que recuerda la operación por la que Quetzalcoatl salvó al hombre de la muerte. El conjunto de la imagen reproduce la geometría del signo movimiento.
Confirmando los mitos, estas imágenes subrayan el papel esencial que juega el hombre en el mantenimiento de la armonía cósmica asegurada únicamente por la constante regeneración espiritual.
Otro jeroglífico aporta una preciosa contraprueba de la importancia que tiene para la Creación el comportamiento humano. Es el del Árbol quebrado que simboliza el jardín Tamoanchan, "la casa del descenso, sitio del parto, místico oeste donde tuvieron su origen dioses y hombres...".24 Por la circunstancia de que la patria del género humano estaba figurada por un árbol, algunos pueblos, como por ejemplo los mixtecos –detentadores de la cultura nahuatl que transmitieron a las tribus nómades llegadas tardíamente al Altiplano mexicano–, se decían descendientes de los árboles e ilustraban su origen por un hombre saliendo por un tronco quebrado (Fig. 37). Teniendo el árbol el carácter de pilar cósmico, la fractura de donde el individuo emerge señala con claridad que el nacimiento es una separación, un detenimiento; y que la unidad y el movimiento se restablecen únicamente si la partícula encarnada remonta hacia Dios.
El Corazón y la Penitencia El corazón es el lugar de reencuentro donde se elabora la conciencia luminosa. Más que por la analogía del puesto central que ocupa en el cuerpo, o por los sentimientos de amor que evoca –sentimientos que juegan un papel primordial en el mensaje de Quetzal-coatí– por su dinamismo sobre todo este órgano constituye el núcleo del pensamiento religioso. ¿Y qué signo más perfecto del movimiento creador de libertad espiritual que esta carne vibrante cuya actividad salva a cada momento la materia corporal de la inercia y de la descomposición que la acechan?
La simbólica nahuatl ofrece del corazón una infinita variedad de imágenes, dos de las cuales pertenecen a Teotihuacán. Una, como la que se encuentra cerca de la boca del tigre y del coyote de la figura 25, representa un corte horizontal efectuado en el nacimiento de la aorta. Las tres cavidades estilizadas en espirales expresan con fuerza el movimiento unificador. La conexión de este motivo a la vez con el Sol de Tierra, el doble subterráneo de Quetzalcoatl y el águila solar (Fig. 38) a los cuales parece estar alimentando, no deja ninguna duda en cuanto a su identificación. La otra es un corte longitudinal, igualmente en la base de la aorta, convertida ésta en una especie de ojo central (Fig. 39). Comparándola con el corte tomado de un libro de medicina moderna (Fig. 40), es fácil darse cuenta de que esta imagen que aparece constantemente en la pintura teotihuacana no tiene nada de arbitrario. (Observarlo, por ejemplo, sobre el penacho del tigre-pájaro-serpiente de la figura 34).
Hemos visto ya en varias oportunidades que la existencia humana debe tender a la trascendencia del mundo de las formas que esconde la realidad última. Esta realidad reside en el corazón, y es necesario obligar a éste a librarlo cueste lo que cueste: he aquí la meta suprema de la guerra florida. Alcanzar, apoderarse de su corazón significa entonces penetrar en la vida espiritual. La operación es de las más dolorosas y por eso el corazón figura siempre herido y las gotas de sangre que de él se escapan son tan significativas que pueden, por sí solas, ser suficientes para simbolizarlo (Fig. 72). La única arma suficientemente poderosa para atravesar la materia es la de la purificación, por lo que el corazón está constantemente asociado a imágenes de penitencia. En Teotihuacán es el cuchillo de sacrificio el que juega principalmente este papel. Evocador de la incesante búsqueda de espiritualidad a la cual está sometido el hombre consciente, la figuración de este instrumento (Fig. 41) adorna un friso que rodea todo un patio de uno de los palacios exhumados, y aparece innumerables veces acompañando el corazón, como por ejemplo en la figura 34.
Con el personaje de la figura 42, asistimos a la abertura de un corazón para que la semilla divina que encierra pueda germinar: se trata entonces del preciso momento de eclosión de una flor mística, motivo que se vuelve a encontrar en los códices de épocas posteriores (Fig. 43).
El emblema de la penitencia sitúa claramente esta actitud individual en un plano cósmico. Analicemos su contenido. En la figura 44, los dos cuchillos sacrificiales están fijados en un cactus que ocupan el lugar "de la bola de zacate o de heno trenzado que servía para hincar las púas de maguey después que estaban teñidas con la sangre del auto-sacrificio".25 La flor del cactus y las piedras preciosas que lo coronan recuerdan la sangre de la ofrenda. La banda exterior ondulada, lo mismo que la de la figura 45, simboliza el fuego –la volveremos a encontrar rodeando un águila solar teotihuacana–, es decir, la energía luminosa producida por el sacrificio. Esta energía asegura a su vez la actividad universal representada aquí por los cuadriláteros. En resumen, estamos en presencia del jeroglífico del Sol de Movimiento (Ollin) con la penitencia por centro dinámico. En la figura 45, es la Estrella de la Mañana que emerge del fuego sacrificatorio, sugiriendo, por su ascensión inevitable, el mismo concepto. No es inútil recordar que la penitencia está siempre simbolizada por caracteres ígneos. Los más frecuentes son: una voluta simple, tal como se le ve rodeando al Señor de la Aurora (Fig. 23), en la parte superior del bastón de Quetzalcoatl teotihuacano (Fig. 52) y en la mano de esta misma divinidad en el Códice Borbónico (Fig. 46), y una voluta doble, en forma más o menos perfecta de S (Figs. 55 y 61). Esta última constituye un motivo muy grato a los ceramistas aztecas.
Todo esto hace comprender fácilmente que en un periodo de materialismo, el corazón físicamente puesto al desnudo por la inmolación haya sido revestido de una alta potencia sagrada. Muñoz Camargo relata un detalle preciso que, mejor que largas disertaciones, permite penetrar el sentido de estas terribles ofrendas: Contábame uno que había sido sacerdote del demonio, . .. que cuando arrancaba el corazón de las entrañas y costado del miserable sacrificado, que era tan grande la fuerza con que pulsaba y palpitaba, que le alzaban del suelo tres o cuatro veces, hasta que se había el corazón enfriado, . . ,26 Como la más ardiente de las plegarias, este corazón locamente palpitante es una expresión de la voluntad mística que tenía el hombre nahuatl para elevarse hacia Dios, disociándose de su ser en tanto que objeto. |
NOTAS | |
1 | Marquina, Ignacio, Arquitectura prehispánica. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1951. |
2 | Morley, Sylvanus G., La civilización maya, Fondo de Cultura Económica. México, 1956. |
3 | Caso, Alfonso, Calendario y escritura de las antiguas culturas de Monte Albán, Cooperativa Talleres Gráficos de la Nación, México, 1947, 102 pp. |
4 | "Mapa Quinatzin", Anales del Museo Nacional, México, 1886. Época I, t. 3, pp. 345-68. |
5 | Sahagún, op. cit., t. I, p. 12. |
6 | Séjourné, Laurette, "Tula, la supuesta capital de los toltecas", Cuadernos Americanos, México, 1954 año XII n9 1, p. 153. |
7 | Los informes de estas excavaciones rendidos por el arqueólogo Jorge Acosta, casi enteramente inéditos, se encuentran en la biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México. |
8 | Es suficiente observar que, por la indigencia de lo exhumado en Tula –caso verdaderamente singular en Mesoamérica-, no existe un salón de la cultura tolteca en el Museo Nacional de México, en el que las culturas más periféricas poseen una sección especial. Esta misma indigencia hizo que en la Exposición de Arte Mexicano que maravilló a los europeos en 1952-53 tampoco figurara ningún material proveniente de esa supuesta capital de los toltecas. |
9 | Sahagún, op. cit., t. II, p. 309. |
10 | Todos los datos concernientes a la arquitectura, la disposción de los edificios o la orientación de Teotihuacán están tomados del admirable estudio que el arquitecto Ignacio Marquina realizó en esta zona arqueológica durante los años 1917 a 1920, datos que aparecen en su obra citada (Véase nota 1 en este cap.) |
11 | En razón de su nombre, se supuso durante largo tiempo que los montículos que bordean esta avenida debían de encerrar sepulcros de grandes señores. Las excavaciones demostraron que no era asi, lo que es lógico, ya que la incineración constituye el núcleo de la doctrina de Quetzalcoatl. |
12 | Según las estimaciones de los técnicos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, se ha descubierto menos de la décima parte de la totalidad de Teotihuacán. |
13 | Caso, Alfonso, El pueblo del Sol, pp. 21-2. |
14 | La escultura fue importante durante el período Teotihuacán II, lapso dentro del cual se construyó el centro ceremonial. La pintura, en cambio, domina el Teotihuacán III, al que pertenecen estos palacios. |
15 | Manuscrito Madrid de Sahagún, Biblioteca del Palacio, copia de Seler, 1891. (Citado en "Una elegía tolteca", ed. por la Sociedad México-Alemana Ale]andro Humboldt, México, 1941.) |
16 | Alva Ixthlxochitl, op. cit., t. I, p. 40. |
17 | Anales de Cuauhtitlan, p. 8. |
18 | Sahagún, op. cit., t. I, p. 22. |
19 | Caso, Alfonso, "El paraíso terrenal en Teotihuacán", Cuadernos Americanos, México, 1942, año I, n0 6. |
20 | Sahagún especifica que este dios "tenía en la mano izquierda una rodela con cinco piedras verdes puestas en manera de cruz". Op. cit., t. I, p. 39. (Véase Nota 1 del cap. I.). |
21 | Sahagún, op. cit., t. I, p. 485. |
22 | Códice Ramírez, p. 37. |
23 | Caso, Alfonso, El Teocalli de la guerra sagrada, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1927, p. 54. |
24 | Seler, Eduard, Obras completas. (Trad. inédita), Archivo del Museo Nacional de Antropología e Historia de México, t. III, p. 229. |
25 | Caso, op. cit., p. 52. |
26 | Muñoz Camargo, op. cit., pp. 173. |
|