Que trata de los gigantes,
primeros moradores de estas indianas tierras antes de los tultecas.
UPUESTO
QUE a tantos mil años que pasó el Diluvio e inundación
general con que Dios castigó los moradores del mundo, y que después
acá de este universal anegamiento se volvió a poblar y henchir
de gentes que procedieron de Noé y sus tres hijos (que fueron los
que por mandamiento de Dios, entraron en el Arca y en ella se salvaron),
digo: que habiendo sido de estos dichos (o descendientes de ellos) los
que habitaron y poblaron las tierras (tomando cada cual nombre y apellido,
como más a su propósito y plácito hizo) decimos consecutivamente
que los que hasta agora se sabe haber morado estas extendidas y ampliadísimas
tierras y regiones de la Nueva España, fueron unas gentes muy crecidas
de cuerpo que llamaron después otros quinametin (que quiere decir
gigantes), porque sin duda los hubo en estas provincias cuyos cuerpos han
aparecido en muchas partes de la tierra cavando por diversos lugares de
ella; y hemos visto sus huesos tan grandes y desemejados que pone espanto
considerar su grandeza. De donde hubiesen venido estos gigantes acá,
no se sabe; pero sabemos que antes del Diluvio, dice la Sagrada Escritura,
que habla gigantes sobre la tierra que nacieron de las hijas de los hombres
que se copularon con los hijos de Dios. Que si tomamos el parecer de muchos
hombres doctos fueron éstos los mayores, así en dignidad
como en cuerpo, de los de la república, escogiendo también
mujeres corpulentas y muy crecidas para sus ayuntamientos (según
lo nota Oleastro sobre el capítulo sexto del Génesis).
Y dejando aparte el averiguar de qué gentes habían nacido,
sólo digo, haberlos habido en el mundo, en aquellos primeros tiempos
de él, diciendo la Sagrada Escritura: que había gigantes
sobre la tierra, en aquellos días; y aprovechándose el excelentísimo
doctor San Agustín de este lugar, dice: que no hay duda, sino que
antes del Diluvio hubo muchos gigantes y que éstos estuvieron avecindados
con los otros hombres del mundo.. Luego, más abajo de estas palabras,
dice: haberlos criado Dios para mostrar en su creación y grandeza
no sólo deber ser alabado en la hermosura y bizarría de las
cosas, sino también en su hechura y grandeza. Y cita luego a Baruch,
que dice: allí hubo gigantes, varones muy nombrados, que desde los
principios fueron fuertes y grandes guerreros. Theodoreto, contradiciendo
a los que niegan no haber sido los gigantes mayores que los otros hombres
del mundo, dice en una cuestión que hizo contra ellos: pero yo,
cuando oigo la divina escritura, que dice: que Enach, gigante, nació
de gigantes; y que el lecho y cama del rey Og, que era de hierro y de nueve
codos en largo y de ancho cuatro; y cuando oigo a los exploradores de Jesu
que cuentan que los hebreos que iban entrando a la tierra de promisión
eran langostas, en comparación de los gigantes que moraban la tierra;
y a Dios, que dice: entregué a Amorreo, cuya altura y grandeza era
del tamaño de un cedro y sus fuerzas las de un roble, pienso haber
algunos muy grandes hombres, dispensando en su naturaleza y grandeza, el
sapientísimo Dios, para que los que le conocen omnipotente en la
creación, echen también de ver cómo lo muestra en
hacer unos hombres mayores que otros. Beroso Anniano, en el principio de
su historia dice: que halló escrito que en aquellos primeros siglos
del mundo, antes del general anegamiento de los hombres, había una
ciudad junto al monte Líbano llamada Henos, que era de gigantes
que se enseñoreaban de toda la tierra, desde oriente a poniente;
y luego dice muchas cualidades de estas gentes muy proprias de gente poderosa,
fuerte y atrevida; de manera que por lo dicho queda probado haberlos habido
en el mundo, no en pequeño, sino en muy cuantioso número.
Pues que los había habido después del Diluvio pruébase
con que Og, rey, lo fue de Basan (como se lee en el Deuteronomio) y
los hubo en Hebrón, ciudad de Judea y en Tani, ciudad de Egipto,
como se refiere en el mismo lugar. En tiempo de Abraham hubo también
gigantes, los cuales destruyó Amtaphel, como parece luego en el
capítulo catorce; aunque no fueron muchos después del Diluvio,
como lo fueron antes como parece que en tiempo de Moisén, sólo
Og resistía su entrada en la tierra prornetida; y en Hebrón
fueron sólo tres de la casta de Enach.
Siendo pues esto así verdad y siéndolo también
que los hubo en esta tierra de la Nueva España, está ahora
la duda en si los huesos que ahora parecen de estos desemejados gigantes
fueron de antes del Diluvio o después de él, para cuya inteligencia
digo que he tenido en mi poder una muela, que para estar entera le falta
paco y es dos veces tan grande como, el puño y tan pesada, que tiene
de peso mís de dos libras; y enseñándola a un hombre
llamado Pedro Morlet (francés de nación, natural de la ciudad
de París, hombre peritísimo en el arte de la escultura) y
diciéndole, ¿qué le parecía de aquel tan monstruoso
hueso?, me dijo: que en el convento de San Agustín, de esta ciudad
de Mexico, acababa de ver aquel día un hueso que parecía
ser de muslo y que según su tamaño era todo el cuerpo de
más de once o doce codos (cosa monstruosísima) y añadió
diciendo que era de gigante, de los del tiempo del Diluvio, y preguntándole:
¿que cómo lo sabía?, respondió que en no sé
qué parte de España (que no me acuerdo bien la que me nombré)
cavando en una sierra, donde buscaba piedra para su arte y escultura, fue
descubriendo mucha osamenta, como ya convertida en piedra, -que parecían
-huesos de gigantes y que comunicándolo con otros dijeron: que fueron
de aquellos que hablan ahogado las aguas del Diluvio; porque así
lo teñían de opinión muchos, que en otras partes,
por allí cerca, hablan dado con otros huesos de aquel mismo tamaño
y que en aquellos tiempos se habían repartido por todas las tierras
estos hombres grandes y tan crecidos. Y dado caso que, esto no sea así,
es cierto que fue verdad ésta, después del Diluvio y que
los hubo en estos nuevos mundos; y se dice que hubo gran noticia en el
Pirú, de unos gigantes que vinieron a aquellas partes, cuyos huesos
se hallan hoy día de disforme grandeza, cerca de Manta y de Puerto
Viejo; y en proporción, habían de ser aquellos hombres más
que tres tanto mayores que tos indios de ahora. Dicen que aquellos gigantes
vinieron por mar y que hicieron guerra a los de la tierra y que edificaron
edificios soberbios, y muestran hoy un pozo hecho de piedras de gran valor.
Dicen más, que aquellos hombres, haciendo pecados enormes, y especialmente
usándolo contra natura, fueron abrasados y consumidos con fuego
que vino del cielo. Del tiempo que se pobló la provincia de Tlaxcallan
(en esta Nueva España) se dice que habitaban aquella tierra gigantes
y que como llegaron los forasteros se la quisieron defender; pero los recién
venidos, como viesen la desigualdad dé las fuerzas de los moradores
y cuánto se les aventajaban en valor, los aseguraron y fingiendo
paz con ellos los convidaron a una gran comida y teniendo gente puesta
en celada, cuando más metidos estaban en su borrachera hurtáronles
las armas con mucha disimulación (que eran unas grandes porras y
rodelas, espadas de palo y otros géneros). Hecho esto dieron de
improviso en ellos; queriéndose poner en defensa y echando menos
sus armas, acudieron a los árboles cercanos y echando mano a sus
ramas, así las desgajaban como otros deshojaran solas las hojas;
pero como al fin los advenedizos venían armados y en orden, desbarataron
a los gigantes e hirieron en ellos sin dejar hombre a vida. El padre Acosta
dice: que estos que hicieron esta matanza fueron los tlaxcaltecas que poblaron
aquella ciudad; pero la verdad es que entraron en la posesión de
su sitio como lo decimos en el libro de las poblaciones; y los que pienso
que fuesen fueron los xicalancas y ulmecas, que fueron primero que los
tlaxcaltecas (como allí decimos); a los cuales echaron después
los theochichimecas que vinieron allí (como dijimos), de los cuales
no se trata que tuviesen guerra con gigantes. Y nadie se maraville ni tenga
por. fábula lo que decimos de estos gigantes; porque hoy día
se hallan huesos de hombres de increíble grandeza y la muela, que
en mi poder tuve, se sacó de una quijada que ya como tierra se iba
desmoronando y haciendo ceniza; cuya cabeza, afirman muchos que la vieron
(de los cuales son fray Hierónimo de Zárate que era predicador
y ministro de los indios del principal convento de Tlaxcalla y Diego Muñoz
Camargo, gobernador de los mismos indios, en esta dicha provincia), que
era tan grande como una muy gran tinaja de lis que sirven de vino en Castilla;
la cual, aunque trabajaron mucho por sacarla entera, no pudieron porque
se deshacía y quebraba toda. Esto vieron también algunos
otros religiosos de San Francisco, mi padre y se descubrió cuatro
leguas de la dicha ciudad de Tlaxcalla, en un pueblo que se llama Atlancatepec,
que puede ser prueba esto de la verdad que afirmamos. Y para el que le
pareciere grande muela esta referida, lea a San Agustín en los libros
de la Ciudad de Dios, donde dice: que vido una muela (con otros
muchos que estaban presentes) que partida en muy pequeñas partes
hiciera ciento de las nuestras. Y el padre Acosta dice que estando él
en esta ciudad de Mexico, año de mil quinientos y ochenta y seis,
toparon un gigante de éstos, enterrado en una heredad suya, llamada
Jesús del Monte (cuatro leguas de esta dicha ciudad de Mexico) y
que les trajeron a mostrar una muela, que sin encarecimiento sería
bien tan grande como un puño de un hombre y esta proporción
lo demás; lo cual afirma haber visto. Otra vide yo, en casa de un
mercader y todos los que quieren la ven agora, en la calle de Santo Domingo
de Mexico, tan grande como esta dicha; pero la que yo tuve es mucho mayor
(como ya hemos dicho) y se sacó en el lugar arriba referido y se
la di al visitador Landeras de Velasco (que hizo la visita de la Audiencia
de esta ciudad de Mexico, los años de mil seiscientos y siete y
otros adelante) y se la llevó consigo a España para enseñarla
por cosa maravillosa. Estos gigantes se acabaron de todo punto sin quedar
ninguna memoria de ellos. Dicen algunos que se murieron de hambre, porque
no comían lo que el cuerpo les demandaba y que andaban entre las
gentes como bestias en el campo, no atendiendo a más que a comer
y vivir la vida, hasta que les llegó la muerte. |