Desde que se ha sostenido que América es el continente "sin historia", y que las diversas etapas de sus culturas parecían irrecuperables para nuestro conocimiento, he intentado demostrar lo contrario.
Era indispensable investigar a fondo la espiritualidad maya-quiché para comprender su mitología, recordando que en las culturas arcaicas del Viejo Mundo, la cultura y la historia se plasmaban en formas míticas. Todas las culturas del Nuevo Mundo están plasmadas en sus respectivas mitologías, como las arcaicas del Viejo Mundo. En mi obra Historia de las Civilizaciones Antiguas de América, está registrado un gran número de mitologías de las tres Américas, para compararlas con el Popol-Vuh, escrito por los quiché, para establecer las posibles relaciones entre los mitos indoamericanos y los que registra aquella fuente mítica, la más completa e importante del Nuevo Mundo.
Pero no se tratará en el presente capítulo de tales relaciones, sino de algunos ritos secretos y nocturnos, celebrados por los maya contemporáneos que investigué personalmente, durante muchos años, y publiqué en mi libro Los Mayas Eternos, en 1962.
Pero ¿Cómo compendiar un texto de centenares de páginas además de centenares de ilustraciones en tan pocas páginas? y ¿Cómo entrar en detalles acerca de la multivalencia de los símbolos tan propia del estilo maya-quiché?
A pesar de esos inconvenientes, trataré de ofrecer, algunos aspectos del ritualismo maya contemporáneo, para que el lector pueda apreciar: a) La forma como celebran sus ritos y la finalidad que persiguen; b) Que sus actos litúrgicos están calcados sobre el Popol-Vuh; c) Que no sólo son congruentes con la arqueología, el arte, y los códices de la época clásica, sino también los explican; d) Que la correlación de sus escenas rituales con la arqueología, la etnografía y el texto del Popol-Vuh, nos brindan el método interdisciplinario; e) Que usan todavía el propio calendario de Copán, para normar sus ritos anuales; f) Que mantienen en sus templos la orientación y disposición de los edificios de Copán; g) Que al igual que los templos de Copán, los santuarios actuales de los chortís, se mantienen obscuros y en ellos celebran, únicamente los miembros de la casta sacerdotal, mientras el público queda afuera en el patio ceremonial; h) Que la portada de algunos de sus templos agrarios, al igual que los de Copán, son representados por la cabeza de una serpiente, por la que ingresan al santuario. Aunque la exposición que precede, dista mucho de ser exhaustiva, ofrece, sin embargo, un bosquejo de las celebraciones secretas y nocturnas celebradas por los maya contemporáneos, que no han variado esencialmente, de las que dramatizaban en la antigüedad, salvo la pompa con que debían ejecutarse.
RITO DE AÑO NUEVO
Al igual que el tzolkín, el Año Nuevo de los mitos chortí, comienza con el rito de la construcción o recreación simbólica del mundo y del tiempo, mediante la formación de un ideograma cósmico en el altar, con cinco piedras escogidas por el sacerdote titular, en la orilla de la poza sagrada de El Orégano. Su número, disposición y el color distintivo que se atribuye a cada una de ellas, reproducen la imagen esquemática del Universo. El ideograma cósmico del año anterior es sustituido por uno nuevo que se coloca bajo el ídolo, que de este modo, domina simbólicamente al mundo. En concepto de los gnósticos chortí, el ideograma cósmico de cinco puntos, se identifica con la cosa simbolizada, no sólo representa al mundo, es el mundo mismo. Y así como los dioses invocados resurgen con el Año Nuevo, el mundo se renueva. Las cinco piedras del año anterior se anulan, pierden su virtud y las funciones que simbolizaban, porque pertenecen a un ciclo finiquitado y por lo tanto perdieron su valor sustantivo para la recreación del cosmos. Al construir de nuevo el microcosmos en el altar, reconstruyen al mismo tiempo, el calendario. La formación del ideograma cósmico es el comienzo del año, manifiesta el sacerdote. Lo expuesto explica la solidaridad fundamental que existe entre la recreación del mundo y del tiempo, es decir, con la repetición de la cosmogonía, se instaura un tiempo nuevo dentro de un mundo nuevo.
El Cosmos
Los maya-quiché tienen una verdadera obsesión para reproducir el ideograma cósmico de cinco elementos, en gran variedad de formas y con múltiples materiales. Los chortí tienen una manera original altamente significativa de representar a los cinco dioses rectores del mundo, por medio de cinco velas que sostienen en una sola mano. Así objetivan con gran realismo, la unidad inseparable de ese consorcio quinterno que gobierna al mundo y al tiempo. Están unidos como los cinco dedos de una mano, objetivando el concepto maya de pluralidad dentro de la unidad ( Gráfica 7).
Invitación a los dioses a bajar del cielo a la tierra
El propio templo indígena simboliza el Cosmos. Un microcosmos dentro del macrocosmos; es el modelo de la casa indígena, que reproduce también la figura del Universo.
Uno de los actos rituales de mayor relevancia, consiste en la invitación que hace el sacerdote mayor a cada uno de los cuatro dioses emplazados en las esquinas del Universo, es decir, en los solsticios, para que baje del cielo a la tierra. Los llevan procesionalmente a la mesa sagrada, acompañando a cada entidad cósmica con nubes de humo de copal. Los instalan en la mesa sagrada invitándoles para que se sienten y se alimenten con las ofrendas alimenticias que les corresponden. Sólo así pueden "trabajar".
Luego solicitan al gran dios que está emplazado en el altar a que "rompa la plancha de nubes". A esa señal los cuatro dioses cósmicos armados de truenos, rayos y relámpagos, con sus respectivas cuadrillas de "Sierpe de nubes", hacen llover. Entonces se entabla un verdadero pandemonium, una batalla de truenos, rayos, relámpagos, ráfagas de lluvia y carrera de nubes, en el escenario grandioso de la tempestad (Gráfica 8). La deidad rompe la "plancha de nubes", para entablar la estación de lluvias. Porque ya recibió la orden del Trueno que los maya conciben como un tambor.
Captura y encierro del Aire
Durante el Año Nuevo se realiza el curioso rito siguiente. Hay dioses buenos y dioses malos; los últimos perjudican las milpas y causan enfermedades, penetrando en el organismo de los seres humanos y de los animales. En Quezaltepeque los aprisionan durante 260 días, para que no puedan causar perjuicios. Acatando las órdenes impartidas por el sacerdote titular, uno de los "esclavos" cierra la puerta entreabierta del templo, pues las ceremonias que siguen han de desarrollarse fuera de toda mirada indiscreta. Cada sacerdote toma posición en los ángulos del altar, cerca de dos cántaros en postura semi arrodillada, teniendo en la mano izquierda un recipiente (guacal) lleno de granos de cacao. Los hierofantes se observan mutuamente sin hablar, después de una breve pausa, el sacerdote titular incita al "aire" a entrar en los cántaros mediante la fórmula siguiente:
"En este día llegado, en este día plazeado, San Lorenzo Barbas de Oro, busque su centro, busque su convento, su nuevo aposento, hasta el día llegado, el día plazeado, 25 de octubre, cuando está cumplido el tiempo."
Entonces vierten rápidamente y al unísono el contenido de los guacales en los cántaros. Caen los granos de cacao produciendo un sonido cristalino; acto seguido obturan los recipientes, con extraordinaria celeridad, mediante un tapón de tela, embebida en chilate. En esta dramática escena cada sacerdote parece usar no sólo su fuerza mágica sino la física, para impedir que "El Aire" pueda escapar de su prisión, remachando el tapón con toda la fuerza de sus músculos, hasta que un suspiro de satisfacción escapa de sus pechos y sus miradas alegres anuncian que el "Aire" ha quedado solidamente aprisionado y que permanecerá en su cárcel durante los 260 días (tzolkín).
En ese lapso se alimentará de las provisiones introducidas previamente en los cántaros.
Variable es la técnica de los sacerdotes para dominar mágicamente al aire en las diversas localidades chortí, pero una de las más originales es la empleada por el pluviomago de Quezaltepeque. Interesado en llegar hasta el fondo de las ideas relativas a la captura del aire, pregunto al sacerdote titular: "De dónde proceden los vientos malignos y cómo llegan tan dócilmente a someterse a su voluntad?"
Manifiesta el sacerdote que en los ritos que celebran al Occidente, no sólo adquiere los dos cántaros nuevos, debidamente seleccionados para que llenen todos los requisitos de una cárcel sólida, sino también pide al consorcio de dioses cósmicos, a "los cuatro Poderosos y Milagrosos" que intervengan y usen su poder a fin de que el Aire llegue hasta el centro, donde está emplazado el altar, para que él pueda capturarlo allí, al momento de realizar la ceremonia, descrita precedentemente. Tales prácticas y creencias religiosas ponen de relieve el concepto del indio acerca de la peculiar naturaleza de los espíritus, que sienten las mismas necesidades físicas que los seres humanos, y deben alimentarse para vivir. Dicho concepto es evidente, además, en las ofrendas ceremoniales de alimentos a los dioses y a los muertos (Gráficas 9 y 10).
Así es como el ambiente queda purificado, una técnica similar se usa para unificar los ciclos mayores.
Ofrendas alimenticias a los dioses
Dos cuadrillas divinas concurren a producir el alimento: La de los 13 dioses de la lluvia y la de los Nueve Señores de la Noche. Los primeros "trabajan" en el cielo. Los otros en el mundo ínfero, donde están las semillas, según informes de los gnósticos chortís. Esos dioses "ayudan al maíz", a que pueda germinar y desarrollarse hasta la fructificación, dándoles calor y defendiéndole de los seres maléficos que pueblan el inframundo. Le dan "fuerza" vertiendo la lluvia que se filtra en la tierra y constituye la esencia vital o la savia de la planta. Ambas cuadrillas "trabajan" en estrecha colaboración durante el ciclo de lluvias. Cada nueve noches es renovada la ofrenda alimenticia. Esta ceremonia se realiza, la primera, en la fuente sagrada, nueve hierofantes representan a los Nueve Señores de la Noche.
Al unirse en torno a la mesa sagrada, los nueve ministros del culto agrario, formando un solo cuerpo, representan la Gran Serpiente de Agua, jefe de los cuatro Chij Chan, que residen en las cuatro esquinas del Cosmos, en tanto que los dioses de la lluvia son llamados simplemente Chan = Serpientes. A la gran Serpiente se le identifica como Noh chij chan, que en función de Dios-Nueve, ostenta en su cuerpo nueve signos kin, que simbolizan Nueve días o Nueve dioses, atributo que le designa como jefe de los nueve Señores de la Noche. Obsérvese que la cabeza de la Serpiente Nueve es la propia cabeza del dios de la Fertilidad, en tanto que ostenta en su tocado, el tocado que corresponde al joven dios del maíz. Ya J. E. Thompson había establecido el paralelo entre los elementos que caracterizan el glifo Chicchan y el dios numeral Nueve ( Gráfica 11).
El Popol-Vuh menciona a Gucumatz la Gran Serpiente, como nombre genérico de los dioses creadores, que el arte maya representa de diversas formas, según la función que asume. En un altar de Copán se representa en función de padre del dios del maíz, representado por un diminuto pez, como se ilustra aquí.
La Gran Serpiente es un motivo omnipresente en las culturas agrarias, derivadas de la maya. Los mexicanos tradujeron al nahuatl su nombre y así hicieron su Quetzalcoátl.
Ofrenda a la Tierra
Además de las ofrendas alimenticias a los dioses del cielo, tienen buen cuidado de fortalecer a la "Santa Tierra", diosa-Madre de la humanidad maya-quiché, con abundante alimento. Lo vierten en el agujero central del Cosmos, llamado "el ombligo del mundo". Las cuatro esquinas del universo están figuradas por sendos cirios, que alumbran muy bien el panorama del inframundo, a fin de que el oficiante no pueda equivocarse como Vukup-Hunahpú, que por haber tomado el mal camino, el camino negro que le llevó directamente a Xibalbá, fue sacrificado ( Gráfica 12).
Sacrificio del pavo sobre la cava sagrada
En la propia cava central, que representa el "ombligo" del mundo, se ofrenda la sangre de un guajolote, que allí mismo se decapita. Es el único sacrificio sangriento que los chortí realizan durante todo el ciclo ceremonial para que la "Santa Tierra" pueda producir alimentos. Consideran que el sacrificio de sangre es indispensable para la regeneración o fertilización de la tierra y la producción de las plantas.
El sacrificio del pavo y la ofrenda de sangre a la tierra, forman parte del mismo episodio mítico, registrado en el Popol-Vuh. Dramatizan el sacrificio de Ahpú en Xibalbá.
Vukup Hunahpú, el dios Siete de la cosmoteogonía maya-quiché, baja del cielo al inframundo en los dominios de los Camé. Allí luchan los Siete Ahpú contra los Siete Camé por el predominio del mundo. Por primera vez el Popol-Vuh hace mención de cuatro caminos que se cruzan en el centro y constituyen la cruz cósmica que divide el plano subterrestre en cuatro partes iguales con sus colores respectivos. Los Ahpú se equivocan, porque entonces no se conocía la topografía del plano subterrestre. Toman el camino negro que les lleva directamente a la casa de los Camé, donde se desarrolla el drama de la muerte de Ahpú. Esos cuatro caminos son una réplica exacta de la tetrapartición del cielo que el Popol-Vuh registra al comienzo de su narración, en los términos siguientes:
"Grande era la descripción y el relato de cómo se acabo de formar todo el cielo y la tierra, cómo fue formado y repartido en cuatro partes... en los cuatro ángulos, en los cuatro rincones..." (Popol-Vuh, Recinos, pág. 88)
Esos cuatro caminos subterrestres no existían antes, deben estar muy bien iluminados por cuatro velas encendidas, para evitar que alguien se pierda por equivocación, como se perdieron los Ahpú. Pues este es el camino que han de seguir los muertos durante su viaje al más allá. Desde que el héroe civilizador, en busca de su padre para vengar su muerte, recorrió de nuevo, los caminos de Xibalbá, señaló el verdadero camino que deben seguir los muertos; ellos ya no se equivocan.
Los Ahpú son decapitados y descuartizados por los Camé en el centro del inframundo. Siguiendo al pie de la letra lo que dice el Popol-Vuh, al reactualizar esta escena de Xibalbá, los hierofantes chortí, decapitan y descuartizan el pavo; entierran la sangre, los despojos y las plumas del animal, como ofrendas a la tierra para que produzca frutos y comen la carne, consubstanciándose con la deidad. Esos actos se realizan, simbólicamente, en el centro del mundo. El sacrificio sangriento es imprescindible para que la tierra pueda producir las plantas, de acuerdo con el modelo mítico dado in illo tempore para todo el tiempo futuro. Esos sacrificios eran humanos hasta el final de la tercera Edad, como puede apreciarse a través de la etnográfica comparada; pero fueron abolidos por el héroe civilizador y sustituidos por sacrificios de guajolotes, desde el período Clásico. Conviene recordar otras enseñanzas vinculadas al mito del sacrificio de Ahpú, como el uso ceremonial del cigarro y del humo que produce, asimilado a las nubes en concepto de los mayas.
En concepto de los chortí, los pavos representan a la propia deidad. Son sus alter ego y, como tal, han sido usados durante el período Clásico, como puede apreciarse en Landa y otros autores citados en mi libro Los Mayas Eternos. Lo comprueban, además, los propios códices mayas, por ejemplo el de Dresden, pags. 25, 26, 27 y 28. Obsérvese en la figura del citado códice que se reproduce aquí, que el pavo es decapitado ante el dios de la fertilidad en su aspecto zoomorfo, precisamente al momento de sembrar la tierra. Esos ritos sacrificiales se celebran justamente en víspera de las siembras para que la tierra sea generosa con las plantas. Por aparte, se ve al dios del maíz con su tocado característico, bajo la forma de guajolote, que desde la época precolombina hasta la fecha, ha sido el animal de sacrificio.
La Gráfica número 14, muestra al sacerdote mayor incensiando al ídolo colocado en el centro del altar. Cada vez que le pide permiso para realizar un acto ritual, lo inciensa copiosamente.
El sacerdote inciensa al ídolo en el templo
Es imprescindible el uso del incensario, cada vez que el sacerdote se dirige a la deidad. ( Gráfica 14). |